Se dice que la ideología es transparente. Uno está seguro de no tenerla. Ahora, eso sí, uno distingue claramente que el resto de la gente que nos rodea muestra una ideología nítida, cosa que claro, a nosotros no nos pasa.

De manera absolutamente natural, las personas asumimos como normales los paradigmas en los que hemos crecido. Los usos y modos de nuestra cultura son naturales según nosotros, y si por alguna razón entramos en contacto con otras culturas, que como es de suponer tienen otros modos de hacer y de vivir, normalmente reaccionamos con sorpresa y hasta nos permitimos algún juicio de valor: “Esta gente es muy extraña”, “No sé cómo pueden comer esto”, “¿De verdad esto es música?"

La última de estas frases es comúnmente utilizada por muchas personas, cuando escuchan algo que, según su educación, y subrayo, su educación, no entra en lo que entienden por música.

Pero realmente en la actualidad, nadie puede decir a ciencia cierta qué es música de manera absolutamente categórica. Es más, es mucho más fácil decir qué no es música, porque aquí utilizamos por descarte todo lo que no entra en nuestro modelo cultural.

Pero cuando decimos taxativamente frases como: “la buena música es tal o cual”, estamos dejando de lado muchas otras que no se ajustan a un determinado paradigma cultural, que fue generado en concreto, en Centroeuropa hace no más de 120 años. Esta es una de las varias razones por las que actualmente, ya no se suele utilizar el muy trasnochado termino de “alta cultura”, y cuando se hace, normalmente causa franco rubor. Sólo lo utilizan algunas viejas glorias que muy pocos toman en serio, quizás porque en algún caso el novel les hizo perder el ya poco lustre que les quedaba.

Así la musicología en la actualidad, utilizando herramientas de la etnomusicología, se ha dado a la tarea de abrirse a otras maneras de ver el hecho musical. Tras años de estudio, comienzan a quedar cosas claras, que pueden herir tremendamente nuestro ego occidental: un ejemplo es, que resulta realmente una anomalía, el que exista un repertorio establecido como canon fijo al que solemos llamar repertorio. Éste es interpretado una y otra vez por millones de músicos, que como un servidor, hemos crecido repitiendo las mismas notas, para poder con el tiempo y muchas repeticiones, ser tomados como músicos profesionales.

Lo normal, lo más frecuente en el mundo y en occidente fue así hasta hace no más de 100 años, es que la música sea más bien una práctica que se aprende generando música, una y otra vez, pero en la inteligencia de que esa música tal como surge, desaparece y cuando se vuelva a interpretar, será diferente, nunca será igual. De ahí el que por ejemplo en época de Johann Sebastian Bach se diera por asumido que si tocabas un instrumento con pericia, podrías improvisar fácilmente algo y componer con decencia.

Beethoven sugirió a unos editores de Londres, próximo al final de su vida, que se editaran sus obras completas, revisadas por él mismo. Los editores contestaron que encontraban francamente extravagante el editar obras que no fueran de nueva creación, ¿quién podía estar interesado en comprar unas obras completas? Este incidente nos revela que la práctica musical en esa época era muy diferente de la nuestra en la actualidad, las obras se interpretaban unas cuantas veces y se esperaba la llegada de música de nueva creación. Lo anterior, explica que mucha música que ahora llamamos “antigua”, cuando pasó su tiempo, durmió el sueño de los justos varios siglos.

Fue justamente en el romanticismo del siglo XIX y al ver a la obra musical como una revelación, que se dio carta de nacimiento a la fidelidad de la partitura. Esta ha de interpretarse una y otra vez sin modificar una sola nota, respetando la voluntad del compositor, lo que a su vez crea el concepto de autoridad proveniente de una fuente única, en este caso el autor.

Incluso entre compositores de ese periodo, como puede ser Chopin, encontramos varias versiones de una misma obra, pequeñas modificaciones de un preludio, compases de más en algún estudio, y estamos hablando de un compositor que ya piensa en la posteridad, pero que vive aún bajo unas prácticas donde los cambios en la música son muy frecuentes. Nuestra práctica musical a partir de esta influencia busca la trascendencia, la permanencia a través de los siglos. Incluso, el concierto se ritualiza casi como un servicio religioso y las obras que forman parte del canon, que hasta nuestras fechas llenan nuestros conciertos, son dentro de esta lógica, casi los libros sagrados en esta manera de entender la música.

En nuestra cultura, después de más de un siglo de vivir de este modo, esto nos parece normal y natural, cuando en realidad es una manera más de hacer música, una entre tantas, igualmente interesantes y válidas. Todas y cada una de estas maneras de hacer música son dignas de ser tomadas con respeto.

Muchas personas las denigran pensando que como no son “alta cultura”, sólo sirven para divertir o entretener, o peor aún, que simplemente no son música. Juzgar de este modo alguna de estas prácticas musicales es hacer un ejercicio ideológico claramente tendencioso, de esos que son muy trasparentes y que muchas veces lastiman al juzgado y lo alegan de nuestra “natural” manera de hacer música.

Sólo decirte, querido lector, que al final, música es lo que tú quieras que lo sea, porque es el ser humano el que hace que la música exista, eso sí, en todo el mundo, por ello tú deja que juzguen y digan los “entendidos” desde sus pedestales, y sigue disfrutado de la música.

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