Por: Pollo rock
Formado en la música clásica y criado entre partituras, Ruslán Mediavilla —mejor conocido como Rusowsky— ha construido un universo sonoro propio donde la melancolía, la experimentación y la sinceridad emocional conviven sin pedir permiso a los géneros.
El artista habla sobre el origen de su nombre, su relación ambigua con el bedroom pop, la tristeza como motor creativo y los proyectos que marcarán su futuro inmediato.
Ruslán Mediavilla es español, de raíces bielorrusas, y su relación con la música comenzó antes incluso de poder nombrarla. Hijo de una profesora de música, pasó su infancia entre clases de solfeo, guitarras, pianos y un conservatorio que terminó de moldear su oído. “Siempre he estado conectado con la música”, afirma.
El punto de inflexión llegó con un video: “Tadow”, de FKJ y Masego. Aquella mezcla de libertad, groove y sensibilidad le abrió una puerta creativa. “Ahí me di cuenta de que quería hacer cosas muy guays y lanzarme de verdad a ser cantante”, recuerda. Fue el momento de buscar nuevos sonidos, de mezclar referencias y dejar de pensar en límites.
El cambio de nombre no fue un gesto calculado de marketing, sino un juego entre amigos. “Todo el mundo me llama Rus, y un día mezclamos Rus con Wazowski, el de Monstruos S.A. Me gustó cómo sonaba”. Así nació Rusowsky, un alias que le permitía desprenderse de un nombre que sentía ajeno y evitar confusiones con otros artistas. El seudónimo terminó siendo una extensión natural de su personalidad: informal, creativa y poco solemne.
Aunque su música ha sido asociada al bedroom pop —esa estética de canciones íntimas nacidas en un dormitorio con un ordenador y conexión a internet—, Rusowsky huye de las etiquetas cerradas. “No me disgusta, pero no me mola que se englobe mi música en un único género”. Sus canciones se mueven entre melodías pegadizas, bases techno, guiños al jazz, estructuras del pop y una sensibilidad heredada tanto del rap como de la música clásica.
Para él, cada tema es una suma de todo lo que escucha. Algunas canciones son minimalistas y caseras; otras, más rítmicas y electrónicas. La coherencia no está en el género, sino en la atmósfera.
El proceso creativo de Rusowsky es intuitivo y rápido, pero depende por completo de la inspiración. Una crisis existencial, un momento de euforia o una canción inesperada pueden detonar una idea. La producción suele fluir; la letra, no tanto. Aun así, de la mezcla de elementos improbables nacen algunas de sus piezas más celebradas.
El artista valora profundamente el trabajo colectivo. Tiene en el horizonte proyectos con nombres como Natalia Lacunza, Skyhook o Pedrito La Droga, y no oculta su admiración por figuras internacionales como Tyler, The Creator.
Con un LP en camino y un proyecto paralelo de techno puro, Rusowsky encara el futuro con entusiasmo. “Mis proyectos creativos me ayudan a sobrellevarlo todo”, dice. Y mientras tanto, sigue construyendo canciones que no prometen finales felices, pero sí una verdad emocional difícil de ignorar.