Como ya se adivina desde el título, el tiempo (lo que en él se pierde, lo que él arrasa) y la memoria, esa facultad que lo hace palpable y terrible para los hombres, son la osamenta temática que comparten los cuentos de Tiempo arrasado, ya sea en un hombre que se encuentra con la decadencia de una estrella infantil de televisión (“Mundo Magia”); en un hombre o en una mujer que se enfrentan a la decisión de cómo manejar una vida que está por extinguirse (“Pero tú no te olvidarás de mí, ¿o sí?” y “Música de fondo”, respectivamente); en otro que se angustia ante la memoria elusiva de la noche de juerga del día pasado, como si un gran fracaso se ocultara detrás del olvido (“Vacaciones de verano”); en una intrigante pintura realizada por una rea, cuya memoria lacerada la vincula con el comprador (“Infierno número dos”); en la evocación de un encuentro con una mujer que fortuitamente rescata a unos cachorros y las inseguridades por el futuro que a través de ese hecho se traslapan (“Un gato que se llame Porvenir”); en cómo una reunión con gente que el protagonista solía frecuentar detona el rastreo del momento en que su relación de pareja empezó a fragmentarse (“Nadie sabe quién es Luke”); o en el trasfondo de duelo de un viaje emprendido por padre e hijo (“Un árbol al fondo de la piscina”).

Las voces que narran y los individuos retratados en estos cuentos no parecen evidenciarlo en sus relaciones más inmediatas con la memoria, sin embargo, el inapelable devenir a menudo se advierte en los detalles que apenas cambian: así se torna palpable la herida que ha dejado en sus vidas el tiempo. La prosa con que Aldo Rosales Velázquez transita por los momentos definitorios de estos personajes no escatima en soltura poética, a la vez que mantiene una parquedad profunda, precisa para que el lector sienta cercanas las vivencias y epifanías ante las que se transfiguran. En las páginas que lo conforman, Tiempo arrasado afirma a su autor como un narrador sólido, en constante busca de perfeccionar las herramientas que lo aproximan a sus horizontes estéticos.

Adorno decía:

“Con la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la tiene, sino que se está en ella. Sí, la felicidad no es más que un estar envuelto, trasunto de la seguridad del seno materno. Por eso ningún ser feliz puede saber que lo es. Para ver la felicidad tendría que salir de ella: sería entonces como un recién nacido. El que dice que es feliz miente en la medida en que lo jura, pecando así contra la felicidad. Sólo le es fiel el que dice: yo fui feliz. La única relación de la conciencia con la felicidad es el agradecimiento: ahí radica su incomparable dignidad” (1).

Y, por el contrario, parece que la infelicidad es un estado anímico con mayor preponderancia temporal, pues estar en ella sólo es posible desde el presente (y el presente es ubicuo). Acontece así no sólo por un dolor actual, sino, sobre todo, por el recuerdo (o por la expectativa de un futuro despedazado). El del tiempo es el enigma más grande para el hombre, en buena medida porque lo afecta con la brutalidad del recuerdo: se voltea al pasado desde la nostalgia o desde el dolor. Que la facultad de recordar sea falible sólo quiere decir que las evocaciones que desde ella nos afectan son evanescentes, mas no por ello sus efectos, irreales. Este aire de evocación imprecisa y melancólica se respira en Tiempo arrasado. Como si en cada memoria permeara una cierta ansia de olvido (como si cada personaje intuyera que sólo éste redimiría a sus consciencias).

“Creo que la vida es así, uno se levanta un día y encuentra en las palabras de alguien más, en el aliento de otra persona o en la persona misma, un cuerpo a la medida del fantasma largamente hospedado en el pensamiento”, reflexiona el personaje principal de “Un gato que se llame Porvenir”. Da la sensación de que uno, como lector, puede hacer suyo tal pensamiento y aplicarlo no sólo a ése, sino a los ocho cuentos de Tiempo arrasado, el más reciente libro de Aldo Rosales Velázquez: no resultará difícil hallar en sus páginas las palabras requeridas por los fantasmas moradores de nuestro tiempo y nuestra memoria.

(1). Adorno, Theodor, Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada. Obra completa 4, Akal, Madrid, 2003, p.117.

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