El Convento de Santa Clara, fundado en el siglo XVII por don Diego de Tapia —hijo de Fernando de Tapia, conocido como Conín—, fue uno de los complejos religiosos más grandes e importantes de la Nueva España. Su creación tuvo como objetivo permitir que su hija, María Luisa, ingresara a la orden de las monjas clarisas.
Ubicado en el actual centro histórico de Querétaro, este recinto religioso fue durante el virreinato una pequeña ciudad dentro de la ciudad. Contaba con calles interiores, capillas privadas, huertas, una enfermería, botica, espacios de penitencia y estudio para las religiosas. Su arquitectura barroca, retablos churriguerescos y un órgano antiguo aún sobreviven en la iglesia y un pequeño anexo que quedan del extenso convento original.
Una leyenda que ha envuelto al Convento de Santa Clara desde el siglo XIX narra una inquietante aparición durante el sitio de Querétaro en 1867, en plena intervención francesa. Según testigos de la época, dos militares caminaban por la calle Madero, justo frente al templo, cuando una monja salió del convento para pedir ayuda. Cargaba un misterioso bulto y solicitó auxilio para trasladarlo al interior.
Lee más: Acueducto de Querétaro: La historia de amor imposible que hay detrás de su construcción
Uno de los soldados decidió continuar su camino, mientras el otro accedió a ayudarla. Al adentrarse en el convento, cruzó patios y pasillos hasta llegar a una habitación donde creyó ver una figura religiosa. Sin embargo, al acercarse, descubrió con horror que se trataba de un cadáver con una expresión de angustia tallada en el rostro. El militar buscó a la monja, pero ésta había desaparecido.
Alarmado, el soldado corrió en busca de su compañero. Ambos recordaron con claridad haber visto a la monja. Las autoridades acudieron al convento, pero la madre superiora aseguró que ninguna de las religiosas había salido.
Ante la insistencia del militar, se le mostró un retrato antiguo de una monja fallecida hacía más de 300 años para sorpresa de los involucrados, era ella. La misma mujer que le había pedido ayuda.
Se trataba de una de las primeras madres superioras del convento, quien, según la tradición oral transmitida entre las novicias, había prometido en su lecho de muerte proteger el templo de toda profanación.
Te interesa: El antiguo pueblo minero con fósiles marinos entre las montañas de la Sierra Gorda de Querétaro
Desde entonces, múltiples relatos señalan la presencia de la monja clarisa rondando las calles aledañas al convento, especialmente por el andador Madero y la calle Ignacio Allende. Se dice que aparece como una figura solitaria, envuelta en su hábito, caminando en silencio con la misión de vigilar y preservar el espacio sagrado que ha sido su hogar durante siglos.
La leyenda ha resistido el paso del tiempo, convirtiéndose en parte del imaginario colectivo queretano. A pesar de los cambios urbanos, el avance del desarrollo y la desaparición de gran parte del convento tras las Leyes de Reforma, la figura de la monja permanece viva en la memoria local.
El templo, terminado en 1668 y hoy sede de la Parroquia del Sagrado Corazón, es uno de los ejemplos mejor conservados del arte barroco en Querétaro.
Conserva sus retablos dorados, obras del artista Francisco Martínez Gudiño y un pequeño museo que resguarda documentos, fotografías y piezas que narran la historia del convento y su papel en la vida espiritual y social de la ciudad.
Lee más: El Pueblo Mágico de Querétaro famoso por sus coloridas calles y fachadas coloniales
La fachada, con sus portadas gemelas, gárgolas y torre de tres cuerpos, es testigo del esplendor colonial y de los secretos que aún se murmuran entre sus muros.