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Con el título “Restauración como lenguaje visual y científico”, Anabel Karina Suaste e Hiram García, presentan dos visiones sobre el trabajo de restauración, en una doble exposición que se encuentra en la sala principal del Centro de las Artes (CEART) Querétaro, en el antiguo claustro de Santa Rosa de Viterbo. La exposición permanecerá abierta al público hasta el 30 de agosto.
La doble exposición es un viaje que va de lo íntimo a la superficial, porque una visión habla del sentir y vivencias del restaurador, en su sentido humano y personal, y la otra se centra en lo que ve la restauradora, descubriendo, a pesar del tiempo, el proceso creativo de sus autores y múltiples detalles técnicos.
Con el título “La voz liberada del muro”, pintura mural del Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, Anabel Karina se centra en esta exposición en la pintura mural de Santa Rosa de Viterbo, una obra que —oculta durante décadas bajo capas de pintura de diversas naturalezas y épocas—, permaneció silente, invisible a la mirada contemporánea.
“Su hallazgo y restauración, impulsados por un proyecto de gobierno del estado de Querétaro, han traído de vuelta una parte esencial del exconvento, revelando una compleja red de significados materiales, históricos y estéticos del siglo XVIII.
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Este rescate ha permitido identificar elementos técnicos y estilísticos que abren nuevas rutas de investigación, tanto gráfica como documental. La pintura nos habla, su manufactura revela técnicas pictóricas minuciosas, el uso del esgrafiado para delimitar motivos a mano alzada, la repetición intencionada de patrones fitomorfos, y correcciones de la autoría que dejan entrever dudas, decisiones y procesos creativos”, explica Anabel Karina Suaste en el texto de sala.
Así, la exposición busca ser un puente entre la historia y la mirada presente.
“Como restauradoras, actuamos como traductoras. Nuestra labor no sólo restablece la materialidad de la obra; también procura conservar su voz, para que continúe transmitiendo su mensaje a través del tiempo”, añade.
Mientras, la exposición de Hiram va más allá de la superficie, va a lo interior de sí mismo, para compartir con el espectador los procesos de sanación y reflexión que atravesamos los seres humanos, hechos que moldean el sentir y actuar.
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“En mi caso, fue el arte quien me extendió la mano cuando todo caía en espiral hacia el abismo. Fue la creación –o a veces solo la contemplación–, la que comenzó a poner nombre a mis emociones, a ordenar el caos interno: lo que sentimos, pensamos, y al pensarlo lo transformamos.
En aquel tiempo, repetía una y otra vez una tarea mecánica, casi ritual. En esa repetición descubrí la grieta: entendí que debía romper con esa inercia que me arrastraba hacia lo más hondo. Trabajaba en la conservación de obras heridas por el tiempo, y fue esa lentitud, esa cadencia pausada, la que me permitió tener diálogos silenciosos conmigo mismo. La mano reparaba, pero era mi mente la que se desarmaba y se volvía a armar, pieza por pieza”.
Hiram define la restauración no solamente como ciencia y técnica, porque también lo ve como un acto de amor y de redención.
“Así como un objeto artístico revela sus heridas bajo la lupa del análisis, yo comencé a identificar las mías. ¿Qué me había causado tanto daño? ¿Qué debía sanar en mí? Y así seguí, capturando imágenes que me hablaban de mi propia redención”.