El Marqués, Querétaro.— Saturnino González Juárez, heredero de la quinta generación de la danza, afina su guitarra, da unos acordes y entona la pieza musical que se cantó en los festejos del centenario de la Danza de Guerreros Aztecas en La Cañada, que se celebró ayer, 15 de junio. Las paredes de la sala de su casa cuentan la historia, como quien acude a un museo y encuentra en el recorrido museográfico una narrativa no lineal del conjunto de la danza.

La historia de la danza González Juárez se cuenta por etapas: “la primera va de 1919 a 1940. En el 40 mi abuelo sigue todavía de capitán general o de mayor, así les llamaban. En el 40 entran los nuevos capitanes de fila. Los primeros duraron del 19 al 40. Ahí le tocó a don Ángel Ramírez, don Ernesto López, don Leonardo González, primer hijo de mi abuelo y mi abuelo, todavía estaba de capitán general. Del 40 a 1954 queda marcado porque fallece mi abuelo. A partir de esa fecha le deja la herencia a sus tres hijos —a quienes enlista con solemnidad—: a don Leonardo, don Manuel y don Francisco, que era mi papá”.

Don Saturnino enlista las fechas como si fueran horas pasadas, como si apenas el tiempo fuera la mañana, la hora de comer, la tarde para conversar y recuerda: “Del 54 prácticamente queda don Leonardo y mi tío Manuel; del 54 al 77, que es cuando fallece don Manuel, se queda a cargo mi papá. Del 77 al 90 cuando él fallece, y del 98 a la fecha estoy al frente de esta tradición”.

Saturnino, además, desmenuza las funciones que cada miembro tiene dentro de la danza, en cada una de las etapas históricas.

“Desde los inicios, como eran pocos danzantes en la primera etapa, pues nomás será un capitán de fila y el capitán general, que era mi abuelo, posiblemente fueron anexando más capitanes en las en las etapas siguientes porque ya fueron entrando más danzantes. Los capitanes de fila prácticamente eran los que le ayudaban a la disciplina de la danza. Tenían un compromiso de apoyarlo en las necesidades. En esos años no era tan fácil darle de comer a 20 personas porque no había trabajo, no había dinero, no había lo que hoy tenemos, no. Entonces el responsable era el de mayor nivel. En la danza comprende dos filas, una de soldados que representa a los españoles y la otra de indígenas, que representa nuestros ancestros. Al paso del tiempo también se fueron modificando tanto la coreografía como el vestuario”.

En su primera etapa, menciona, “no había los materiales que ahora hay. No había dinero. Entonces utilizaban lo que tenían a la mano, como mantas, cualquier tela que se encontrara, incluso, los primeros vestuarios eran una especie de faldilla con laminitas colgando que representaban el oro. Y como no había plumas, como hoy vemos un plumaje de muchísimas, anteriormente eran de guajolote y elaboraban unas, les llamaban los mentados chilitos. Pegaban pluma de gallina como en unos cinchos. Los huaraches también, cada uno los fabricaban de cualquier piel que encontraban. En la medida de que fue avanzando el tiempo se fueron modificando”.

Pero más allá de los vestuarios, Saturnino indica que “hay dos importantes que desconocemos. Los integrantes de la danza piensan que la danza ha sido así todo el tiempo y segundo: la historia”.

El capitán se torna reflexivo y enfatiza que en los inicios de la danza “la historia de nuestro México, de nuestro país, todavía no era muy conocida. Excepto oralmente, de pláticas. ¿y qué se les quedó más grabado? La conquista de la gran Tenochtitlán. Eso se transmitió oralmente. Siendo que aquí, pues era una tierra de chichimecas y otomíes. Pero (en ese entonces) deciden ponerle el nombre de la Danzas Azteca de El Pinito”.

La danza cumple 100 años, aunque Saturnino sostiene que los datos podrían variar y ser una tradición con más antigüedad. “Tengo entrevistas con señoras que participaron con mi abuelo en 1900 y hasta 1932. Hay gente que nos comenta que la danza posiblemente tenga más años. Pero como no hay algo documentado, sólo las pláticas que yo tuve con mi papá y mi tía. Siempre ha sido una danza que nace aquí y que se desenvuelve en el entorno de La Cañada”.

“En sus inicios comenzaron a salir a comunidades como Atongo en la festividad de la Santa Cruz, se iban caminando, incluso a lugares mas retirados, como La Fuente en Tequisquiapan. Nos contaba que duraban una semana caminando por el cerro, no había transportes, el que tenía un burro o una mula ahí le cargaban el metate, el molcajete, la masa para hacer de comer en el camino. A la Ciudad de México fueron por primera vez en el 57”.

Entrada la conversación, don Saturnino reflexiona que “la participación de la mujer en la danza en los inicios era mínima. Las mujeres en los inicios de la danza participaban dos niñas, una representando a América y una representando la Soldadera. La primera representaba los pueblos indígenas y la otra a los españoles, pero era niña y esa era la única participación de niños.

Las mujeres ofrecían la bebida, que era una jícara de pulque, y las soldaderas llevaba agua para asistir a los a los españoles en las batallas, esa era su función.

En el 63 le fueron agregando otros personajes, como una joven que representaba la Malinche y por culpa de esa joven el padre cerró el templo, pues era muy complicado que una mujer danzara en un grupo. La participación más abierta fue después, como en las décadas de los 70, 80. En la actualidad tenemos un promedio de hasta 300 integrantes, desde niños hasta gente grande y muchísimas son mujeres”.

Don Saturnino llega con violín y bocina a la cancha deportiva. La luz es tenue, falta alumbrado que el municipio ha sido omiso en reparar; pero en la penumbra suenan los acordes y los danzantes sin los atavíos danzan. Niños, jóvenes y adultos ensayan por horas. Otros tocan el tambor. Otros esperan la fiesta del centenario.

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