—¿Por qué se paró el autobús? 
—Tal vez hubo un accidente —las personas se ponen de pie para mirar por las ventanas. 
¡Otra vez hay colgados! 
—Carajo, otra vez vamos a llegar tarde y tenemos examen.
—Ahorita mando mensaje para avisar.
—Toma una foto por si no nos creen.

Esa fue una conversación que escuché en el autobús cuando me dirigía a la universidad, dos de mis compañeras afligidas por no llegar a tiempo a presentar un examen porque al Cartel del Golfo se le ocurrió colgar cinco cadáveres en un puente peatonal en Altamira, Tamaulipas.

—No se ven bien, la manta los tapa.
—Pues tómale foto con eso ya es suficiente prueba ¿Se alcanza a ver bien lo que dice?

“Mi gente, benemos a romperle la madre a todos los ratas, violadores, secuestradores, políticos y policías cochinos que no saben alinearse, en especial benemos por el Oso, el Foco y el Tibio que son los que andan matando pura gente inocente. Llegaron sus meros patrones putos zetas. Atentamente el Cartel del Golfo”. Es una lona impresa.

—Jajajaja, no escatiman en gastos estos batos.

Enviaron la fotografía al grupo del salón. Revisé mi teléfono y la maestra contestaba con un emoji de carita de fastidio indicándonos que pondría el examen hasta el otro día.

—Por lo menos las piñatas esas nos sirvieron de algo, un día más para estudiar —así les llamábamos a los colgados de los puentes, piñatas.

—Pues sí. Sígueme contando.

Mis compañeras regresaron a sus asientos y siguieron platicando, los otros pasajeros hicieron lo mismo, algunos leían, otros hablaban por teléfono o conversaban de lo incómodo que es perder el tiempo con aquella situación y lo poco eficiente que es la Marina al momento de quitarlos.

Poco a poco el halo de violencia que vivíamos en esos días, se asentaba en nuestra manera cotidiana de sobrevivir en la llamada guerra contra el narco de Calderón. Las personas que encontraban a su paso una bolsa de basura negra en su camino, sabían que dentro había una cabeza, una pierna, un brazo, optaban por atravesarse del otro lado y seguir caminando, con un semblante de hartazgo evidente en todos y no era un hartazgo por violencia, era un hartazgo de que esta violencia interfiriera con sus actividades cotidianas, como si pensaran “Otra vez otra cabeza, voy a tener que atravesarme la calle y caminar más tiempo con este pinche solazo”.

Las balaceras que nos silenciaban los fines de semana, los apagones que ocurrían en los antros para llevarse a chavas, las camionetas rotuladas con los logos de cada grupo delictivo, el arsenal con el que contaban el cual no se asemejaba ni tantito con lo que contaba el gobierno para protegernos. Todo este ambiente pasó de la tristeza y frustración, a la normalización de todos estos escenarios. Las mujeres que salían a limpiar las calles de los charcos de sangre calles con cloro y cal, los niños que curiosos miraban a los cadáveres amarrados con alambre de púas a un poste de luz, mientras leían en coro el letrero que había sido enterrado con un cuchillo sobre el torso de uno de los muertos: “A levantar basura”. Los adolescentes y jóvenes buscaban convertirse en parte de alguno de esos grupos, para sentirse muy chingones, para tener un chorro de lana y viejas, otros niños y jóvenes que crecieron en el abandono y pobreza extrema que por 100 pesos no les importaría meterte un tiro en la cabeza. Ellos que han sido exiliados, vejados y olvidados, que no conocen otra cosa que el hambre y la muerte, no podría causarles el más mínimo remordimiento el matar a un extraño.

El sábado pasado Arnoldo y yo veíamos la tele, haciendo tiempo para ver la pelea estelar de MMA, mientras escuchábamos a los comentaristas que hablaban sobre los dimes y diretes que existían entre los peleadores.

Entonces uno de los comentaristas hizo una pausa  para decir de última hora que el futbol mexicano estaba de luto,por el disturbio que acontecía en esos momentos en el estadio Corregidora, transmitieron un video breve en el que se veía a la afición bajar a la cancha y a las barras de Atlas y Gallos persiguiéndose por las tribunas.

—Ni se ve tan grave —dije.
—Exagera —terció Arnoldo— Tragedia lo que pasó en el túnel 29 en el 85 con Pumas.
—¿Qué pasó?
—Era una final entre América y Pumas que se jugó en el estadio universitario, no cabía un alma. Afuera del estadio había 30 mil personas esperando una oportunidad para colarse, lo lograron dando un portazo, comenzaron a ingresar y colmaron los pasillos y túneles. La multitud empezó a perder el control y provocó una embestida, por lo que, entre la  falta de oxígeno y empujones,  dentro del  túnel  perdieron la vida ocho personas,  entre ellos, tres menores de edad, dijeron que no había seguridad suficiente y seguro que es cierto, pero ¿cómo controlas a más de 30 mil personas?

Buscamos información en YouTube, en los videos podías ver a los cuerpos tirados dentro del túnel y a un padre cargando a su hijo muerto. Minutos más tarde se actualizaron la información sobre el partido en Querétaro: hombres, mujeres y niños corriendo mientras se despojan de sus playeras de Atlas para pasar desapercibidos por la masacre que se vive en las gradas, hombres golpeándose con sillas, tubos, fierros, cuerpos inertes con los cuellos volteados que siguen siendo golpeados, una mujer que es parte del cuerpo de seguridad disputando el cuerpo de un fanático inconsciente entre una bola de bestias que se lo arrebatan para seguirlo golpeando, cuerpos desnudos inertes siendo pateados y aplastados…  nos dicen hasta el día de hoy que no hay fallecidos y que solo un par de personas se encuentran gravemente heridas. En las imágenes pudimos contar ocho personas inertes.

Miré a Arnoldo y le pregunté cómo era posible tener tanto odio, sentir tanta rabia por alguien que no conoces al grado de querer acabar con su vida. Su opinión: “Ellos piensan ¿qué más me da patear a alguien inerte en el piso, si eso hacía mi papá con mi mamá?, ¿Qué más me da, si cuando yo era niño me hacían cosas peores?  La violencia que esas personas han vivido supera su humanidad y sensibilidad por eso son capaces de cosas como esta”.

Recordé a los adolescentes y jóvenes en Tamaulipas queriendo afiliarse al crimen organizado, al final todos quieren encajar, todos quieren formar parte de algo, porque la sociedad, sus historias de vida los han marginado a tal punto que no les importa lo que los demás puedan llegar a padecer, defender a su equipo, a su grupo de crimen organizado, es todo lo que tienen como identidad y el ser humano necesita esa identidad, esa pertenencia para sobrevivir. ¿Por qué la violencia es un común denominador de identidad? Porque somos una sociedad que ha normalizado la violencia en todos los ámbitos de nuestra vida, por ejemplo, Arnoldo y yo hace un tiempo veíamos las peleas de MMA y no aguantábamos ver ni un solo round, hoy buscamos las peleas y nos gusta verlas, los muertos encobijados de Zacatecas fueron furor en redes sociales por un día, porque siempre llega otro hecho más violento que el anterior para opacarlo.

En semiología existe algo llamado el “círculo virtuoso” en el que nos explica cómo todo lo que somos termina por proyectarse en la sociedad: La plenitud del individuo es el sustento de la pareja. La plenitud de la pareja, es el sustento de la familia. La plenitud de la familia, es el sustento de la sociedad y la plenitud de la sociedad es el sustento del individuo. Todo proviene de nosotros y deviene hacia nosotros, al no ser individuos plenos es fácil comprender por qué vivimos en una sociedad violeta, frustrada y enferma que evidencia la carencia de sí mismos en cualquier ámbito social.

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