Hoy es el día del trabajo; ayer lo fue del niño. Es  irónico cómo pasamos de celebrar la infancia a una fecha donde todo va hacia la adultez y la formalidad. ¿Primero de mayo o 30 de abril? ¿Cuál te gusta más? Sin duda, todos tenemos más recuerdos de la segunda. Algún convivio lleno de juegos, fiestas llenas de pastel y piñatas o  un día desde el que buscaron hacerte sentir especial. Creo que no hay infancia que no sea evocable. Todos podemos mirar hacia atrás y encontrar momentos que  guardamos como tesoros. Quizá por eso valoremos la sonrisa que encontramos en los pequeños y a su vez extrañamos cuando la felicidad eran los dulces, las aventuras y los juguetes. Qué bonita era la inocencia, la ignorancia que nos hacía reír sin preocuparnos de nada.

Hay reglas que deberían ser inquebrantables. Una de ellas sería nunca romperle una promesa a un niño, pero qué pasa cuando prometemos cosas que no podemos controlar. Ojalá que todo siempre quedara en nuestras manos, pero es  deprimente pensar en que no somos nada contra la perversidad que hay  allá afuera. Pareciera que el mundo  se vuelve detestable y hasta cuesta no creer en el argumento con el que las nuevas generaciones reniegan de la oportunidad de ser padres. Y sí, en palabras de muchos: ¿Para qué traer hijos al  mundo? El mismo mundo que pareciera estar podrido  cada día.

Todo esto lo digo por estas semanas que han sido muy movidas y llenas de noticias horribles. Noticias que son siempre las mismas pero que se les van cambiando los nombres. Hace unas semanas fue Victoria, después Debanhi… ¿Y ahora? ¿Y después? Escribo esto con mucho respeto, pero es difícil no mirar hacia la idea de las infancias perdidas… de los sueños de niñas que ya no fueron. Creo que una de las pocas justicias que podemos hacer es cuidar esa inocencia con toda nuestra voluntad porque dicha oportunidad será para otros ya sólo un anhelo. Qué sentirán aquellas personas que caminan por la misma tierra en la que yacen sus hijos. Cómo concebir la idea de alguien viendo una sonrisa sin saber que aquel gesto habría de ser el último. Llevar un día en tus brazos el ser más pequeño y un día amanecer buscando una cama vacía. Decir horror y asco es  poco.

Tengo dos hermanitas que quiero con todo mi corazón. Deseo que  crezcan en un mundo donde encuentren todo lo que las haga felices. Que puedan salir a donde quieran, hacer lo que gusten y que no deban preocuparse de nada más. La libertad de vivir sin temer a nada debería ser mucho más que un escrito sobre papel. De verdad deseo que esa fuera la realidad para todos y quizá en el mundo nunca dejarán de pasar cosas, pero también creo que la frase de “la bondad de una sola persona podría contra la maldad de mil” podría hacer una pequeña diferencia. Tal vez si en cada hogar donde crezca un niño haya todo el cariño y motivación que necesite, el mundo sería muy diferente. Habría menos heridas y más deseos por no heredarlas.

Para muchos de nosotros la paternidad será un sueño y una meta de vida compartida; para otros algo no tan necesario y se valen ambas posturas. Para los que hayan elegido el primer camino no habrá duda de que nos volveremos más intensos a la hora de cuidar. Buscaremos compensar ese rumor de peligro  con una sobreprotección que será consecuencia directa de estos tiempos, y posiblemente ya no habrá vuelta atrás, porque sabemos que cada niño es una flor que queremos ver llena de colores, que nadie pise y que crezca libre, sin marchitarse, directo a las alturas desde donde pueda dejar la semilla propia.

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