¿Ya supiste que Nabor escribió un libro como el tuyo? ¡Habla del Rancho también! Él siempre fue educado, amable y miren qué grata sorpresa, deberías escribirle para felicitarlo… ¿Un libro como el mío? ¿Un libro premiado en la Feria Internacional del Palacio de Minería? ¿Un libro cuya primera edición se agotó en 3 meses? Lo dudo.

Leo en uno de mis grupos familiares de WhatsApp. Me molesta la comparativa y verifico nuevamente el mensaje para revisar el nombre de Nabor. Enseguida del mensaje un archivo pdf que lleva por título: “Memorias cotidianas de mi rancho” publicado por la editorial Par17; la portada es una fotografía del árbol Orejón que caracteriza la comunidad, sonrío y recuerdo que, para El Diablo, mi primer libro, propuse una imagen casi idéntica de portada. El título me parece sublime: Memorias Cotidianas… ¿Nuestro último encuentro entraría dentro de lo cotidiano? Hay que averiguarlo. Me preparo una copa de vino tinto, subo a la oficina, paso el archivo a la computadora para poder visualizar mejor las historias y me pongo cómoda para iniciar la lectura.

La cacofonía y redundancia resaltan, veo que optó por utilizar nombres reales, nada de censura, todos podían reconocerse, (en un lugar de 200 habitantes es sencillo). Describe escenarios comunes, son muy pocos realmente, la calle principal, el salón de usos múltiples, las dos únicas tiendas, la Conasupo, la cantina, la prepa y la secundaria. Me extraña que la biblioteca no esté dentro de sus descripciones, él estuvo a cargo de ella muchos años. Habla de sus amigos, de personajes que tienen características específicas o que tienen un rol dentro de la sinergia de la comunidad. Hace mención de todos sus hermanos excepto de Eduardo, quien falleció de una “extraña enfermedad” según sus palabras. Habla de mis abuelos y algunos de mis tíos, pero de mí ni una sola palabra. Parece que la última vez que nos vimos no resultó ni cotidiano ni memorable, me gustaría recordárselo y que tal vez pueda incorporarlo dentro de sus relatos:

<< Tenía 16 años cuando llegué a vivir a la comunidad que vio nacer a mi mamá, Rancho Abajo Veracruz, Municipio de Tantima. No era un lugar desconocido, al contrario, era uno de mis lugares favoritos, ahí pasábamos las vacaciones de verano y el año nuevo. Por circunstancias ajenas a mí, el Rancho sería mi hogar por un año. La preparatoria apenas comenzaba a construirse, en Veracruz hay una modalidad llamada Telebachillerato, consiste en reforzar las clases con videos, en mi caso, la escuela no tenía paredes, las clases las tomábamos frente a la casa de mis abuelos en el salón de usos múltiples. Me costó tener amigas, todas juzgaban el largo de mi falda, el cabello pintado de rosa, mi blusa desabotonada. En el receso ellos jugaban futbol, las mujeres se sentaban en un pradito a platicar de la crianza de sus hermanos menores, de lo que habían preparado de lunch para sus padres, si hoy tocaba lavar ropa o no, yo permanecía callada, en mi día no existían esas actividades. Un día me animé a preguntarles qué hacían en sus tiempos libres, qué música les gustaba escuchar o qué planeaban estudiar más adelante. Me miraron con desagrado, como si eso de estudiar tuviera algún sentido. Una de ellas se animó a contestar que, cuando terminaba sus deberes pedía permiso para ir a la tienda y así encontrarse con su novio, otras tenían relaciones más formales, sus novios las visitaban en su casa los fines de semana, ahí afuera de las cercas de otates donde todos pudieran ver que no estaban haciendo nada malo.

¿Y a ti quién te gusta? – me preguntaron.

Nadie.

Pues tú le gustas a Dante.

Dante era el único varón que me hablaba, de niños jugábamos juntos. Mi lógica dentro de la desesperación de ser aceptada, me llevó a los brazos de esta criatura quien después de mostrarse amable y hasta empático conmigo, abusó de mí física, psicológica y sexualmente. Alguna vez le mencioné a una de las chicas del salón que había perdido mi virginidad en una bodega, que él me encerró y que a pesar de haberle suplicado que no me lastimara, hizo caso omiso tapándome la boca. Me miró sorprendida, pues para eso querías novio ¿no?Fue todo lo que dijo y no volví a comentar el tema con nadie. Terminé la relación y me dediqué a estar encerrada en la casa, fue cuando comencé a escribir, encontré refugio y consuelo en las letras. En mi casa nadie sabía nada, nadie preguntaba nada tampoco, a veces siento que lo suponían, pero es desagradable hablar de esos temas, mi abuela no me perdonaba el haberme involucrado con un muchachito que nada tenía que ver con la estirpe de los Casados, ella que tanto había cuidado a sus hijas para que no se involucraran con gente del rancho y su nieta le andaba manchando el apellido con lodo… y sangre. Regresemos a Memorias Cotidianas de mi Rancho y a la omisión del buen Nabor.

Cuando terminé de leer los libros que estaban a mi alcance, fui a la biblioteca por recomendación de uno de mis tíos, donde Nabor quien era encargado de la administración y considerado una buena persona siempre dispuesto ayudar, amablemente me dio la bienvenida. Lo visitaba con frecuencia y comentábamos libros juntos. Me atrevo a decir que nos volvimos amigos.

La biblioteca era el único lugar en el que el cazador no me seguía. Muchas veces Dante intentó lastimarme de nuevo, las había librado todas, sus pulmones de fumador no le permitían alcanzarme. Me veía correr a lo lejos mientras soltaba un aullido primitivo y agudo que hasta el día de hoy me asquea, como si quisiera comunicarse con otros depredadores.

Le pedí a Nabor me diera algo que hacer en la biblioteca, quería sentirme útil, le confesé que solo ahí Dante no me encontraría. Ese pendejo no sabe ni leer, le expliqué. Con una sonrisa comprendió mi situación y a partir de ese día mi labor era ayudar a otros niños que acudían a la consulta de libros, con sus tareas.

Pasaron semanas muy tranquilas, hasta que un viernes vi platicando a Dante con Nabor muy animados, el fin de semana traté de tranquilizarme, tuve miedo de que mi lugar seguro se viera afectado. Nabor es amable con todos, pensé. Llegó el lunes, Dante no fue a la escuela, fue un alivio. Al salir me dirigí a la biblioteca. Nabor ya estaba ahí en su escritorio como siempre, me indicó las actividades del día, mientras él llenaba unas fichas en la máquina de escribir. Escuché entonces la risita burlona acercarse, por instinto me escondí detrás de un estante. Dante entró a la biblioteca, me asomé incrédula. Saludó fraternalmente a Nabor y le dijo “gracias carnal” mientras le extendía un billete de cien pesos. Nabor me miró divertido, salió de la biblioteca y cerró con candado.

Recuerdo que no grité porque sabía que nadie me iba a escuchar, la biblioteca se encuentra apartada de todo y de todos. De su puño pendía una cadena, intenté correr, empujar los estantes, nada funcionó, logró atraparme y una vez que pudo someterme rodeo mi cuello con la cadena y me puso contra la pared. Ahí estaba yo frente a lo único que me daba consuelo siendo violada otra vez, recuerdo todo lo que me decía, recuerdo que frente a mí estaba La Divina Comedia, recuerdo que me prometió que volvería a pasar. Me quedé en un rincón tapándome la cara, mientras él me gritaba que ahora tenía que levantar todo mi pinche desmadre. Nabor llegó, escuché el candado abrirse y antes de que pusiera un pie adentro, salí corriendo mientras escuchaba los aullidos de Dante y el silencio del bibliotecario que me miraba mientras se comía unos Cheetos >>

Se cometió un crimen dentro de un recinto propiedad del municipio de Tantima, Veracruz, como servidor público Nabor ofreció su área de trabajo para perpetrar un abuso. Nabor tenía 24 años cuando decidió cerrar la puerta con candado, yo tenía 16. Él conocía el contexto sobre mi presencia en la biblioteca, yo buscaba un refugio y él decidió venderse por cien pesos, decidió ser verdugo de una menor de edad, decidió guardar silencio a pesar de que sabía que dentro del centro de trabajo donde se le remuneraba por su servicio, dejó de ser biblioteca para convertirse en el escenario de una violación, mi violación.

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