Primera parte*

¿Sabes qué sucedió en los campos de concentración cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial?, ¿qué hicieron los judíos hacinados al ver a los alemanes huir despavoridos de los campos cuando gritaban que la guerra había terminado?

Muchos prisioneros salieron tranquilamente de los campos sin que nadie los detuviera, caminaron durante varios días sin saber a dónde ir; unos tenían esperanzas de regresar a sus casas. Algunos de estos ex prisioneros se murieron en el camino por la falta de alimento, y otros se detuvieron sólo para dejarse morir por no tener una motivación para continuar. Pero, ¿qué fue lo que pasó con ellos si ya eran libres?, ¿cómo es que algunos no sobrevivieron y otros sí?, ¿qué acaso lo más preciado para el ser humano no es la libertad?, ¿a qué se debe esta capacidad de supervivencia que en unos sí se vive y en otros no?

Dice Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido), que todos tenemos nuestros propios holocaustos. No necesariamente tenemos que estar recluidos brutalmente en campos de concentración para entender lo significa estar privados de nuestra libertad. Este autor dice también que el ser humano está condenado a ejercer su libertad a la vez que su responsabilidad, pero en este artículo sólo hablaremos de la libertad.

Pero, ¿por qué estar “condenados” a ejercer la libertad? La libertad es un valor que se vive, no es propiamente un estado físico del ser humano.

Durante mis clases de diplomado en logoterapia, nuestra maestra nos comentó que Viktor Frankl decía en sus conferencias que al existir la Estatua de la Libertad, debería ponerse en dirección opuesta (a distancia, una frente a la otra), la Estatua de la Responsabilidad, porque no podemos ejercer la libertad sin responsabilidad, ni ser responsables sin sentirnos libres.

Has escuchado a algunas personas decir expresiones como: “me siento como atrapado en la situación”, “¿ahora cómo me salgo de este trabajo?”, “tengo que salirme de esta relación”, “yo quería hacerlo, pero no me dejaron”, etc. Si las has pensado, pronunciado o escuchado es porque la pérdida de libertad se está experimentando de alguna manera en ti o en alguien cercano. En la mayoría de las ocasiones esto se vive en la vida diaria, por ejemplo, en el trabajo, en las relaciones especiales, con los amigos y en todas las actividades que hacemos en el día, que implican tomar una decisión.

Todos los seres humanos tomamos decisiones todo el tiempo, es un valor y un derecho inherente a la persona. Cada persona es dueña de sus decisiones y por lo tanto, de sus consecuencias, pero en el constructo social al que estamos acostumbrados a interactuar, tenemos una tendencia consciente o inconsciente a “culpar” a los demás de los resultados en nuestra toma de decisiones, sobre todo si estos resultados son negativos o no era lo que esperábamos. Cada vez que tomamos estas decisiones estamos ejerciendo esta libertad que nos ha sido otorgada.

El ser humano decide sobre lo que actúa, piensa, interpreta y expresa, y lo hace desde la información y experiencia que posee hasta el momento de tomar dicha decisión. Por eso no es válido cuando alguien dice: “esto lo hice por ti”, “estudio esta carrera por darle gusto a mis padres”, “no me puedo divorciar, lo hago por mis hijos”, “mi madre me hizo enojar, llorar, ponerme triste...”, “si ella no hubiera estado ahí, nada de esto hubiera pasado”, “no puedo renunciar a mi trabajo aunque no me guste”, “me hizo el día…” (¿Qué el día no está hecho ya, y cada quien lo pinta del color que le guste?), la gama de “culpas” es amplia y todos los días las usamos, incluso sin darnos cuenta.

Pero, ¿a qué viene esto?, sucede que todos tenemos tanta libertad que no sabemos qué hacer con ella; por eso cedemos esta libertad de decisión a los otros para luego tener oportunidad de quejarnos, o lo que es lo mismo, no nos hacemos responsables. Pero entonces, ¿desde qué lugar interno estamos siendo libres? Tenemos libertad y nos da miedo “usarla”, pero si alguien la quiere tomar, sufrimos y nos enojamos. ¿Es que en realidad no nos reconocemos como seres libres?

La libertad como valor la manifestamos en todo lo que hacemos, desde las acciones positivas y negativas. Hablo de nuestra manera de vivir, de cómo existimos en el entorno con nuestra pareja, la familia, los amigos, el cuidado de la salud, el respeto a la naturaleza, en los momentos de diversión, en las crisis inevitables de la vida, como muertes, divorcios, abandonos, secuestros, etc; o aquellos que se presentan para algunas personas con la privación de su libertad tal y como la conocemos socialmente, en detención, encarcelamiento, reclusión, etc., como producto de la aplicación de la ley para el castigo de un delito.

No es que las “buenas personas” tengan derecho a ser libres y las “malas personas” no lo tengan. Cada quien en el ejercicio de su libertad decide cómo quiere vivir su vida. Y me preguntarás: pero los que hacen daño a otros, decir, los que matan, violan, roban, secuestran, ¿tienen derecho a la libertad?; pues como seres humanos que son, sí tienen derecho a ser libres, desde el punto de vista del valor; por supuesto que deben hacerse responsables de las consecuencias de sus acciones, tan solo por el hecho de haber interferido en la vida de otros al coartar su libertad, y eso no está en discusión.

*La continuación se publicará el 1 de agosto.

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