Capítulo 4

El amor llegó a mi puerta con toda la fuerza de mi soledad y yo no tenía la fuerza suficiente para luchar, así que me rendí ante él.

René, era menor que yo. Se convirtió en la compañía constante, alentaba mis viajes y me contaba historias, dormíamos juntos, mirábamos las estrellas y entonces ya no existía más dolor, solo tenía experiencias agradables que contar. Comenzó a conocer esa parte de mí que pensé que había muerto tiempo atrás, la ternura al anochecer, los detalles innecesarios pero que siempre sorprenden y cautivan. Me dije muchas veces que no estaba enamorada a pesar de que lo que sentía comenzaba a ser más fuerte que el dolor que me invadía a ratos, era y es tan fuerte que me había traído hasta aquí, era tan real que no me importaba saber yo no tenía el mismo impacto en su vida.

Pensé en todo esto y me alegré de estar ahí. Era una de las decisiones que tomaba sin tanto esfuerzo, una decisión que por vez primera no lastimaba a nadie y que me abría la puerta para poder regresar atrás y cerrar ese ciclo eterno que no me dejaba caminar. A partir de esa noche yo era alguien nuevo, y el mundo se abría ante mí. Tomé una ducha y dormí profundamente.

Al día siguiente realicé el mismo recorrido que la noche anterior. Me encontraba nuevamente mirando la cascada. Cerré los ojos y recordé a la niña que aprendió a nadar y a amar en ese lugar, ya no pude sentir ira aunque lo intenté, solo sentí una paz profunda y mi respiración dejó de ser acelerada. Al abrir los ojos fue como si todo fuese nuevo, me invadía una sensación cálida por todo el cuerpo, caminé hacía la orilla del río y al mirarme dentro de él, me veía bonita; sonreí y me dije que estaba lista. Lo que fuese que me estuviera invadiendo en esos momentos, disipó las tinieblas de la culpa y de lo incierto.

—Buen día, Isa —dijo Daniel mientras se habría paso sobre la silla de ruedas, di unos pasos al frente para ayudarle pero me detuvo—. No te preocupes, vengo aquí los domingos y lo hago solo.

—Este lugar sigue siendo el mismo —dije sentándome sobre el pasto.

—Sí. ¿Dormiste bien? —preguntó como si ignorase mi comentario.

—Bastante bien. Daniel dime… ¿Qué pasó contigo?, ¿Por qué no puedes caminar? —me miró sonriendo y comenzó su relato.

—Cuando comencé a hacerme de relaciones importantes como escritor, también comencé a ganar muy buen dinero, compré varias residencias, viajé a los países que siempre quise conocer y cómo pudiste ver terminé de construir la casa de mis padres. El ser humano no sabe cuándo es suficiente y como todos, no me puse un límite. Mi vida nocturna pasó de estar llena de inspiraciones, a estar llena de excesos. Ruth me dejó y sinceramente eso fue lo mejor, no podía seguirla arrastrando a una vida tan llena de incertidumbre. Una noche, salí con unos amigos de un bar, en ese entonces salía con una chica de Buenos Aires; ese día celebramos la próxima edición de uno de mis libros, era un material en el que me llevé tres años. Conducía solo a casa, estaba muy ebrio y me estrellé con un camión de carga. No comprendo muy bien muchas cosas, solo sé que perdí la movilidad en ambas piernas y eso no va a cambiar. La vida siempre nos pone un freno.

Lo miré largo rato, pude verme en sus ojos otra vez, y sé que él pudo verse en los míos, no traté de evitar nada y nada pasó.

—Yo también me perdí Isabel, y cometí errores. Lo que te hice, fue el primero de la gran lista de errores que me duelen y de los que me arrepiento tanto. Mentiría si te dijera que no sabía lo que hacía, pero tal vez pueda decirte que cuando somos jóvenes no estamos conscientes del dolor que podemos causar, y por todo esto te pido perdón. Te pido perdón frente a este lugar, que es el recuerdo más puro que, aunque no lo creas, me habita hoy en día.

—Daniel —dije enseguida—. Daniel te amé tanto, y hasta el día de ayer te amaba todavía, te busqué en muchos y en todos lados, me perdí por largo tiempo y todo el odio y el daño que sembré durante ese tiempo lo hice en tu nombre, porque decidí culparte de mi desdicha y de haberme dejado sin capacidad para amar a nadie, ni siquiera sentir un poco de compasión por mí misma. Mi cuerpo se volvió ajeno y el sexo un pasatiempo, toda la espiritualidad que me enseñaste decidí olvidarla. Así viví estos años, tuve dudas, siempre quise saber por qué te fuiste con Ruth, porque me dejaste sola después de haberme hecho el amor por primera vez, porque no era capaz de sentir algo que me hiciera feliz nuevamente. Te culpé por todo, lloré por ti y seguí amándote. Hasta que no pude más. Hoy veo, que todas esas preguntas se resumen en una simple razón: Eras lo más cercano al amor que conocía y no quería que eso se fuera lejos, no quería dejar de ser quien era, pero no pude evitar cambiar y transformarme en quien ayer tocó tu puerta. Me hiciste mucho daño y me aferré a ese dolor para evitar crecer. Porque culparte de todo, era más sencillo que hacerme cargo de mí misma y de enfrentarte algún día. Conocí la soledad en compañía y he sentido un dolor profundo, sé que el amor duele, la soledad también duele, pero el peor de los sufrimientos es no saber qué decisión tomar. No tengo nada que perder Daniel, me he quedado con las manos vacías, estoy cansada de vivir de la manera en que lo hago. Si he venido hasta ti, es porque necesito curar mis heridas y la verdad comenzará por depurarlas, tiene mucho que no digo la verdad, porque siempre la he sabido disfrazar… pero si la verdad es negar que simplemente aceptar que estoy aquí por amor, sería como negarme la posibilidad de renacer —busqué su mirada y encontré una sonrisa.

—Isa, el amor siempre sale a nuestro encuentro, permíteme enmendar mis errores, déjame amarte como siempre lo he hecho —tomó mi mano y me acarició el cabello.

—Estoy aquí porque el amor tocó mi puerta… yo sé que no será para siempre, que tal vez se transforme algún día y se vaya lejos, pero eso no importa ya, porque pase lo que pase es amor, y no voy a dejarlo ir, quiero luchar por él y por mí. Sé que mi amor ha sido prisionero de la mentira y del cinismo, que tiene miedo de encontrarse nuevamente a alguien más y he de confesarte que sé de antemano que es una batalla perdida, pero eso ya no me atemoriza, ¡Porque es amor al final de cuentas! El me hará libre, él me ha traído hasta aquí y para poder dignificarlo era necesario que te mirara a los ojos y supieras todo esto —supe lo que pasó por su mente en ese momento y me sentí fuerte—. Parece que después de todo, la vida nos permite amar dos veces.

Él comprendió enseguida que me iría, que al fin nuestra historia había llegado y que ambos podríamos mirar hacia atrás sin miedo alguno. Me puse de pie y comencé a caminar lejos de aquel lugar, no supe cuál fue su reacción y tampoco escuché mi nombre.

Al llegar a casa todo parecía tan nuevo. No había notas, ni llamadas perdidas, no había rosas pidiéndome perdón, no había ropa que no fuese mía y entonces me percaté de que jamás estuve en compañía… que la soledad me hizo una visita y decidió quedarse a mi lado por algún tiempo, y que ella me habría recordado quien era yo. A pesar de la compañía ocasional que solía tener, la soledad jamás se apartó de mi lado. Ella me mostró el camino de vuelta a casa y el camino al perdón.

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