Introducción

Querido lector hay algo que desde hace algún tiempo está en mis pensamientos y no sabía cómo plasmarlo, preguntas que deambulaban en el pasado, en las cicatrices, en la impotencia de experiencias propias y ajenas. Me preguntaba ¿por qué las mujeres sabotean su felicidad y su libertad? ¿por qué prefieren ser las señoras de López, de Ramírez, de Torres, por qué prefieren ser DE alguien antes de ser de sí mismas? ¿por qué amigas que creen y dicen predicar la filosofía feminista y de independencia reculan en su plan de vida por la compañía de un hombre que no las ama ni las respeta? ¿por qué la insistencia de sabotearse a sí mismas? ¿El feminismo actual le está haciendo el trabajo al patriarcado? Pareciera que el feminismo moderno es superficial, que basta con poner una foto en Facebook o en Instagram vestida de morado y empuñando un paliacate verde para que la sociedad las considere como “verdaderas feministas”, cuando sus vidas, por decisión propia y claro por los constructos sociales que cada una pueda cargar, están hechas alrededor de una figura masculina que al parecer necesitan.

Parecía que nos habíamos habituado a cohabitar con el feminismo que, incomprendido y todo, se volvió imposible de soslayar… cuando de pronto, supongo que a raíz de la ola de denuncias por violación y acoso sexual contra un productor de Hollywood, el asunto de todos los feminicidios en México no despertó tanta indignación. Recuerdo las declaraciones de Mario Vargas Llosa respecto al daño que el feminismo le hacía a la literatura y a la industria editorial. Lo cierto es que cualquier feminista comprometida debería detenerse de vez en cuando para reflexionar respecto a su evolución, tanto en lo individual como en lo social.

Entonces, una vez que pude articular las preguntas me he dedicado a investigar entre testimonios, las respuestas a algunas de ellas y quisiera compartirlo de una manera dinámica para ustedes en una breve novela por entregas llamada: Encadenadas, en la que los personajes giren alrededor de estas interrogantes y que ellas mismas sean las que nos muestran con sus diálogos y acciones el ambiente en el que han decidido estar inmersas.

Los personajes son mujeres que creen en el feminismo, no solo acuden a las marchas, se empoderan en las pláticas con otras mujeres acerca de su trabajo y decisiones, son mujeres universitarias, algunas han vivido y estudiado fuera de México por temporadas, pareciera que no han padecido carencias, que son mujeres independientes, pero todas ellas al final del día deciden autosabotear el discurso que se han repetido a sí mismas durante toda su vida sobre no depender de nadie, sobre lo fuertes que son y entonces regresan a lo conocido, a donde no son amadas ni consieradas, a donde son vistas como objetos, como mujeres sin fuerza, bonitos trofeos. Ya de vuelta a lo conocido, después de haber gritado con todas sus fuerzas: “¡No es no!”, “¡Me cuidan mis amigas, no la policía!”, “¡El Estado opresor es un macho violador!”, “¡Calladita no te ves más bonita!”, regresan al hogar patriarcal, tal vez no de inmediato, pero con el tiempo hay algo que crece dentro de ellas mismas que las invita a retroceder, a traicionarse a sí mismas. Y esto es algo que los líderes patriarcales como los medios de comunicación, redes sociales, la industria de la moda y alimenticia, etc, lo saben, saben en el fondo que el movimiento está destinado a no trascender porque el adversario está infiltrado en el imaginario de cada una de ellas, así que lo provocan, lo tientan, y ellas caen, una y otra vez. Saben que dentro de la filosofía feminista la peor enemiga de una mujer es no solo otra mujer sino ella misma.

Quiero hablar también desde mi experiencia, no soy ajena y lo he manifestado en algunos de mis artículos a la situación de maltrato, violencia, menosprecio que congéneres y varones tienen hacia las mujeres. Alguna vez escribí que los pilares sobre los que se sostiene la fémina para no cambiar su situación de maltrato son la familia tradicional, la religión, el machismo, el amor romántico y la figura de la madre abnegada. He pasado por todos estos parajes incluso antes que se contemplara mi nacimiento, el deseo que yo fuera un varón ha permeado en mi historia familiar. Un día me pregunté si se podría vivir diferente, si yo también tenía derecho a decidir sobre mi cuerpo, mi vida, mi futuro. El camino fue solitario, con carencias, dudas, incertidumbre, arrancando el rastro de mis constructos sociales, hoy cicatrices visibles, pero al final heridas cerradas. Nunca me di la opción de retroceder, alguna vez alguien me dijo “¡Ah! Eres de Tampico, donde las jaibas reculan”, respondí: “Soy ciudadana del mundo, algo que tu tamaño no te permite vislumbrar”. Una respuesta certera, poderosa y altanera si quieren, pero para llegar a ella, para reconocer mi propia belleza y poder, recorrí y sigo caminando muchas veces en contra corriente y esto es gracias en su mayoría a mi propio género.

Es por eso amable lector que necesito respuestas y qué mejor que una novela que pueda ilustrar e iluminar este enredado paraje.

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