Dicen que no existe peor enemigo para una mujer que otra mujer. Estoy de acuerdo.

Marchamos a favor de nuestros derechos como mujeres, apoyamos las iniciativas para eliminar la violencia contra nosotras, acudimos a foros donde mujeres hablan sobre su trabajo empresarial, artístico, científico, humanitario, deportivo, etc. Pero cuando una “hace algo que nos molesta”, “no piensa como nosotras”, “se viste de una manera que no nos parece” o simplemente porque una mujer es mejor que nosotras en algo o en muchas cosas o en todo, este teatro de compañerismo y lucha en equipo, se cae, porque pareciera estar cimentado en lo inexistente.

Y partiendo de aquí, me gustaría que leyeran a Karen, una chica de 22 años que estudia ingeniería ambiental:

“Pin... vieja, seguro le dio las nalgas al profe para que le dieran el proyecto. Pensé después de haber invertido horas de trabajo y haber sido rechazada en la iniciativa que teníamos en la escuela sobre ‘Preservación y conservación de manglares’, mi trabajo era por mucho mejor que el de Andrea”.

Descubrimos un pequeño manglar en los terrenos de la universidad, ha sido depredado y la escuela convocó a mi carrera para que participáramos con iniciativas para rescatarlo y preservarlo, la mejor idea se haría responsable del mismo y la escuela le proporcionaría el apoyo para conseguir transformarlo en un Área Natural Protegida (ANP).

Mi salón está conformado en su mayoría por mujeres. No nos llevamos bien, siempre hay comentarios que van y vienen. A mí me ching... por estar gorda, a Susana porque no come, a Ivanna porque le pagan la carrera sus papás y es la única que trae coche, a Montserrat porque siempre lleva la misma ropa, a Selene porque no tiene chichis y le dicen tablón, a Lidia porque usa brackets, “güey no sonrías das asco”. A Andrea la molestan por ser lista, “qué flojera que te juntes con la nerda frígida”. Es irónico como todos los días nos juntamos para hablar mal una de la otra, de compartir lo que juramos nunca contar, de criticar lo que no podemos comprender y que cada 8 de marzo o cada marcha que se hace en memoria de las que desaparecen, nos tomemos de la mano, lloremos juntas y nos miremos a los ojos como haciendo una promesa muda de jamás volvernos a insultar. Al siguiente día, llueven los comentarios: “¿Viste cómo iba vestida? ¿Viste que la gorda ya iba bien bofa? Yo no sé para qué va, si bien que su novio le pega y a ella le encanta, ¡Qué asco, no se rasura las axilas! ¿Cómo quiere que la tomen enserio si prácticamente iba enseñando todo? Es una marcha no una pasarela, si seremos mujeres y todo, pero no se me olvida que me bajó a mi novio, pero no se me olvida lo que me hizo, pero no se me olvida lo que dijo, pin... vieja, pin... zorra”.

Todas nos hemos expresado así y quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.

Le propuse a Andrea que hiciéramos el trabajo juntas, pero al externar nuestras ideas, caímos en la cuenta que era mejor hacerlo por separado. Estuvimos de acuerdo. Cualquiera de las dos que ganara, sería suficiente para ambas.

Tenía algunas dudas sobre la normativa y por las tardes me quedaba en la biblioteca para investigar. Un jueves vi que Karen hablaba con el profe de Bioquímica, entraron a su cubículo. Yo seguí leyendo.

El fin de semana fuimos al cine.

—¿Cómo vas con la propuesta? Vi que entraste con Mendoza.

—Sí, le pedí uno de mis trabajos sobre marcaje de especies porque ya no me acordaba. Y pues me dio algunos consejos.

—No seas tramposa Andy.

—Pedir ayuda no es ser tramposa, la convocatoria decía que podíamos tener un tutor de ser necesario —dijo sonriendo.

El lunes, Ivanna comentó que “quién sabe a cambio de qué, Andrea recibía ayuda del profe Mendoza”. Le dije que se callara, pero la verdad yo también lo pensé por un momento. Aunque el profe era poco accesible, sabíamos que la puerta de su oficina siempre estaba abierta, él nos lo había dicho en varias ocasiones.

No vi a Andrea casi en la semana, se había convertido en una competencia silenciosa entre nosotras. Ella corría entre los pasillos, muestreaba en el manglar y visitaba al profe Mendoza por las tardes. Entregamos los trabajos antes de la fecha de cierre, compartimos puntos de vista, comimos juntas, reímos. El día que dieron los resultados, Andrea corrió a estrechar la mano del profe y ahí fue cuando lo supe: nadie da algo a cambio por nada.

—¡Gané Karen! Me dijeron que necesito armar un equipo de campo y ya di tu nombre para que estemos juntas y así…

—¿Qué hiciste Andrea? —la interrumpí mirándola hacia abajo para que se sintiera insignificante.

—¿Qué hice de qué? ¡Nada!

—Ivanna dice que seguro algo le diste a Mendoza y yo creo lo mismo, ¿Se la chupaste o qué? —ella se quedó callada, con las orejas rojas y los puños cerrados—. Yo pensé que no eras como la bola de pirujas del salón, que eras mi amiga.

—Yo soy tu amiga Karen y no entiendo por qué me estás diciendo todo esto —dijo llorando.

—No había forma de que ganaras. Tus escotes funcionan, felicidades.

Me di la vuelta y la dejé ahí sola con una caja de adjetivos que aprendí a lo largo de mi vida. No pude aceptar que ella fuera mejor que yo, preferí reaccionar como un hombre frustrado y la insulté. Andrea era la única que se refería a mí por mi nombre.

Karen y Andrea ya no son amigas. A Karen siguen llamándola gorda y Andrea pasó de ser la nerda, ñoña a la zorra, la golfa, la put... Así la llaman los varones también, porque ellos piensan que, si las mujeres lo hacen, seguro es verdad.

Andrea invirtió el tiempo preguntando, investigando, recurriendo a los conocimientos de Mendoza y él la apoyó porque era su deber como docente. En ningún momento existió un contacto distinto al académico, pero sus compañeras prefirieron demeritar su esfuerzo por el simple hecho de ser mujer.

¿Por qué somos incongruentes? Somos capaces de gritar en las calles y desgarrarnos la garganta por la injusticia que tiene la sociedad con sus féminas y no podemos aceptar que hay mujeres más bellas, inteligentes, preparadas, con mejor posición económica, elocuentes, divertidas, talentosas que nosotras. Antes de aceptar la cualidad preferimos disminuirla, cuestionarla y humillarla. Ahí reside el constante fracaso de los movimientos a favor de las mujeres, que la fuerza que puedes ver en las fotografías y videos, está hecha de papel.

La próxima vez que pienses en referirte a una mujer con cualquier calificativo despectivo, razónalo, tenemos esa capacidad como seres humanos. Detente y no califiques, no juzgues, no es competencia, no dividas.

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