Bryce Echenique, escritor peruano y ganador del Premio FIL 2012, plagió al menos 16 textos. En su país, por su delito contra los derechos de autor, ya fue sancionado. En México, en cambio, se le ha premiado por considerar que esto no afecta su ejercicio literario. La Comisión de Premiación no pudo dar marcha atrás una vez tomada la decisión, pues la cláusula séptima de la convocatoria establece que el fallo es inapelable. Sin embargo, contaba con un recurso: negarse a entregar el premio a Bryce por violar las normas éticas de la Universidad de Guadalajara y de la Feria Internacional del Libro. No lo hizo. El premio fue enviado a su casa, pretendiendo evitar un escándalo mayúsculo, pues los ánimos están encendidos. En su momento, el escritor Jorge Volpi, miembro del jurado explicó: “creemos que el plagio de unos pequeños artículos periodísticos es algo menor que no toca su gran obra… [Bryce] fue reconocido por sus novelas y cuentos”, señalamiento que le ha costado la crítica de algunos intelectuales y académicos. La relevancia de este asunto no se limita al autor en cuestión, quien seguramente venderá muchos más libros a partir de esta polémica, no obstante sus torpes esfuerzos por salir del paso lanzando una contraofensiva: “Que se jodan”. Lo trascendental está en el antecedente que deja tras de sí el controvertido jurado y la Universidad que lo respalda, en el desprestigio de estimular y premiar patrones y conductas deshonestas que contribuyen al señalamiento de México como uno de los países con más alto índice de corrupción y que trastoca el ámbito de la cultura. Como preguntaba Juan Villoro ¿Qué mensaje se le manda a los alumnos con este galardón? Un mensaje cínico: "Copien, muchachos, que eso no les impedirá recibir 150 mil dólares". Al preguntarle al multigalardonado escritor Ignacio Padilla sobre su postura en este polémico caso, dijo: “Todo este asunto me parece una tormenta perfecta de iniquidades que no tendría por qué haber sucedido, un juego de perder-perder al que Bryce ha contribuido con un tropiezo tras otro. Tan patético él como incontestable su obra y merecido su premio”. Sobre el eterno dilema de los límites entre la estética y la ética, y la posibilidad –imposibilidad- de que la cultura esté al margen de la ética, explicó: “Los límites morales de un jurado o los de cualquier persona son siempre los mismos y universales. La cultura nunca está -no podría estar aunque quisiera- al margen de la ética, lo cual no significa lo imperioso que se ha vuelto dejar de confundir la ética y la estética, la biografía y la bibliografía, cuantimás si los cuestionamientos vienen de seres no menos cuestionables en términos tanto estéticos como morales”. “Esta confusión, este purismo confundido es una manía que viene ocurriendo desde los primeros lectores de Cervantes hasta la academia sueca, que en ocasiones prefiere premiar a buenas personas que no fueron buenos escritores, o que prefiere no reconocer a los grandes escritores porque cuya vida o cuyas ideas no son moralmente admisibles”. Por último, al preguntarle si la postura del jurado fue la correcta, señaló: “Me parece que la postura del jurado ha sido la correcta al someterse como lo hizo a un procedimiento estricto y limpio, pese a las sospechas. Creo, por el contrario, que el jurado no ha hecho lo correcto al guardar silencio y dejar que uno solo de sus miembros, que no es su portavoz, dé la cara en el debate”.

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