Más Información
El pan bolillo y la manzanilla se ofrecieron a las puertas de la iglesia principal del pueblo de Tequisquiapan. “Están bendecidos”, decían las devotas asistentes.
Representan el pan ázimo y las hierbas amargas que los israelitas comieron y ofrecieron a los peregrinos. Es el pan para quienes quieren participar de La Última Cena de Cristo y sus apóstoles.
Una pequeña niña, ajena a la tradición, toma el pan y regresa la hierba. Los presentes sonríen. La bendita inocencia.
Turistas y parroquianos representaron La Pasión de Cristo en el Pueblo Mágico. Aparece el ángel, un niño con alas de tela y lentejuela. La señal divina. El ángel se llama Gerónimo, va en tercero de primaria y le gustan los ochos de calificación.
Un Judas Iscariote deambula entre los apóstoles, todos ellos campesinos del lugar. El Judas mueve sus 30 monedas en una bolsa de yute. El ángel y el Judas se miran, se conocen, son vecinos en la misma colonia.
Preparan al Cristo para la procesión: le quitan su delicado manto y lo dejan en paños menores, le ponen soga en el cuello y la corona de espinas. Empieza el sufrimiento.
De un momento a otro pasó de ser el Profeta a El Impostor y recibirá un castigo, martirio por el cual los pecados de todos serán perdonados.
La procesión camina alrededor de la Plaza de Tequisquiapan. Lo sigue un pequeño tumulto, no más de 50 penitentes, algunos cargan cirios, rezan y cantan.
Los que toman café en la Plaza ven al Cristo Sufriente, los que compran souvenirs miran al Dios que todo lo perdona y luego siguen en lo suyo, los que andan en busca de fiesta pasan de largo: “¡Vamos a chupar!”, dice un imprudente joven al teléfono celular. “Señor, ruega por nosotros, los que pecamos por omisión”, reza una mujer anciana.
En el Barrio de la Magdalena, donde el franciscano Juan Bautista ofició misa en 1551 bajo un mezquite y con ello fundó el pueblo de Santa María de la Asunción y de las Aguas Calientes, la misa apenas empieza.
Se improvisó un templete en el patio de la iglesia y lonas por si llovía y llovió. Un escenario con la fachada de un templo espera al Cristo que será juzgado y sentenciado un día después.
Detrás de la iglesia unos niños disfrazados de soldados romanos ensayan los golpes que le darán al que se dice “El Hijo de Dios”.
El padre Celso Ramírez León, de la Congregación Pasional, da consejo a los presentes: “Que no se nos olvide ayudar al prójimo”. Les recuerda a los lugareños que hubo un Dios y lavó los pies a los más pobres de los pobres. “Imagínense lavarle las patitas a Pedro y a Judas Iscariote”, dijo.
El Cristo del Barrio de la Magdalena se llama Erasmo Cruz Morales y cuida un viñedo. Lo siguen a todos lados sus apóstoles, niños de la escuela más cercana. Lava los pies de sus discípulos. Ricardo fue el primero en recibir el gesto noble y le da risa, siente cosquillas cuando el Cristo de su pueblo le besa un pie.