La disminución repentina de los precios en modelos anteriores no es el único problema que se desprende de la constante renovación tecnológica. Aquellas personas que no alargan la vida útil de sus dispositivos, suelen deshacerse de ellos y su destino final es el basurero.

Esta práctica se une a la creciente demanda de aparatos que invade el mercado, lo que da como resultado una cantidad creciente de despojos tecnológicos que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Ecología (INE), suma cada año en México un total de 300 mil toneladas, cifra que aumenta cada 12 meses un 6 por ciento.

Lo que actualmente se conoce como “tecnobasura” va más allá de un problema estético en las ciudades o poblados. Los desperdicios electrónicos desprenden una serie de gases tóxicos para el ser humano y medio ambiente, debido a sus componentes, entre los que destacan metales pesados como mercurio, plomo, cadmio, níquel, selenio, arsénico, cromo y bromo.

De acuerdo con las estadísticas del INE, las zonas urbanas son las que presentan mayor concentración de este tipo de residuos, el Valle de México es el territorio que más problemas presenta con una producción de 94 mil toneladas al año. Le siguen la frontera Tijuana-Ciudad Juárez con 36 mil toneladas, Nuevo León, 20 mil toneladas, y Tamaulipas con 15 mil toneladas.

El problema es grave, ya que muy pocas personas son conscientes del daño que causan al ambiente cada que deciden renovar sus aparatos electrónicos. A pesar de la existencia de empresas preocupadas por hacer un buen manejo de estos materiales y de que tan sólo en el Distrito Federal existen 353 puntos de acopio del programa “Manejo Responsable de Pilas y Celulares Usados”, instalados en las 16 delegaciones, según datos de la Secretaría de Medio Ambiente , en el país sólo se recicla un kilo por cada 100.

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