Odiado por muchos y alabado por otros, el estilo grunge, al menos en lo que a vestimenta se refiere, es una vertiente que no deja indiferente a nadie. Los yuppies ochenteros, por ejemplo, sienten náuseas y escalofríos en cuanto ven a alguien (hombre, mujer o quimera) ataviado con el uniforme del llamado “sonido de Seattle”: camisa de franela a cuadros, jeans desgarrados y alguna chaqueta estilo militar rescatada de una tienda de segunda mano o del Ejército de Salvación

Por fortuna, la moda se encarga de recuperar tendencias pasadas pero imprimiéndoles un sello de contemporaneidad que las vuelve más versátiles, accesibles y fáciles de llevar, sobre todo para las generaciones que cronológicamente no pertenecen al surgimiento de la pauta en cuestión. Por consiguiente, uno de los dos grandes estilos de los años 90, es decir, el grunge (el otro, por supuesto, es el minimalismo) vuelve para esta temporada, pero ahora en una versión menos astrosa, más refinada y con mayor índice de depuración. “Para mí el nuevo grunge significa libertad y representa la oportunidad de vestir de manera relajada y con ese aire entre indie y alter que le va bien en la gente joven y a ciertos adultos audaces”, indica Bridget Foley, periodista, autora y directora ejecutiva de Women’s Wear Daily.

Y volver, volver, volver… Si todo lo que sube tiene que bajar, entonces en la moda todo lo que se va eventualmente tiende a regresar. Sólo que el retorno nunca es igual. Para este otoño, el grunge se ha sometido a un par de intervenciones quirúrgicas que, a decir verdad, lo han dejado más atractivo. La principal mutación se advierte en el cambio de icono referencial. Ya no es el atormentado Kurt Cobain (1967-1994) –lider y vocalista de Nirvana, grupo que alcanzó la fama con el sencillo “Smells Like Teen Spirit”, un corte de su álbum Nevermind (1991)– el foco de atención.

La figura de Cobain, quien fue aclamado como portavoz de la Generación X, ha visto bajar sus bonos en la industria del glamour, ya que los diseñadores y las firmas han enfilado sus baterías hacia el estilo que solía llevar su esposa, la cantautora y actriz Courtney Love (1964). Vocalista de Hole, Courtney irrumpió en el panorama alternativo llamando la atención por su presencia desinhibida en el escenario y sus letras plenas de confrontación. La viuda de Kobain siempre estuvo, de un modo u otro, cerca del glam y no era un secreto que el dinero le gustaba, ¡y mucho! Por consiguiente, su imagen oscilaba entre el look de una chica mala de la escena underground y el de una niña malcriada de Hollywood, donde triunfó con el filme de Milos Forman The People vs. Larry Flynt (1996). Ahora, diversos sellos revisitan los códigos vestimentarios de Courtney y, tras pasarlos por la lavandería y dotarlos de una sencillez no exenta de audacia, los cuelgan en lindos ganchos para que todo mundo se ponga a rockear desde su zona de confort.

Échale la culpa a Marc. Para la temporada Primavera/Verano 1993, un insumiso diseñador, quien trabajaba en la firma Perry Ellis, tuvo la idea de llevar a la pasarela todo lo que estaba ocurriendo en las calles. Ese chico no era otro que Marc Jacobs, y su colección causó tal furor que se considera uno de los momentos más importantes del panorama internacional del siglo pasado. No obstante, el gesto que fue alabado por la crítica y por legiones de jóvenes entusiasmados con lo que Jacobs había hecho, es decir, llevar el grunge a los lejanos salones de la moda, no fue tan bien visto por los directivos de la marca. Poco tiempo después de aquel legendario fashion show, Jacobs abandonó Perry Ellis y se lanzó en solitario en una deslumbrante carrera.

El gran acierto del diseñador fue capturar la energía circundante, la electricidad que se percibía en el ambiente y lograr que la industria del vestido volteara a ver a un segmento poblacional que, hasta entonces, había permanecido en las sombras. Jacobs hizo del grunge –subgénero del rock alternativo influenciado por el punk, el noise rock, el hard rock y con estructuras cercanas al rock clásico– una propuesta que, finalmente, acabó en las páginas de Vogue. Sí, la historia se repetía de nuevo: lo que había comenzado como un movimiento tildado de antimoda terminó siendo una tendencia que generó millones de dólares en ventas alrededor del mundo. Ya había pasado con la onda hippie e incluso con el punk. ¿Qué impediría que ocurriera lo mismo con el grunge?

El legado que lo cambió todo. Aquel sonido caracterizado por sus guitarras distorsionadas y enérgicas, las melodías vocales guturales (muchas veces pegadizas y repetitivas), así como las percusiones predominantes, se metamorfoseó en prendas que transmitían cierto aire de apatía y desencanto, presente en las canciones de bandas como Pearl Jam, Alice in Chains, Mudhoney, Soundgarden y The Melvins, entre otras.

Mezclas nunca antes vistas de diversos estampados (cuadros con flores, lunares y rayas), combinaciones de materiales de distintos gramajes (la ligereza del encaje con la rudeza de la franela), el juego de proporciones corto-largo-mediano, el efecto layering y un aire caótico apenas contenido por unos cuantos accesorios clave (gorros tejidos, botines Dr. Martens, gafas oscuras vintage, tenis Converse) se volvió una vertiente que modificó las orillas del término chic, el cual, hasta el día de hoy, no ha vuelto a ser el mismo. Y para muestra, todo lo que estás viendo.

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