Pocas veces, si no es que nunca, se ha visto el auditorio Josefa Ortiz de Domínguez de Querétaro tan lleno y con el público a punto de amotinarse de tanta emoción, como la noche del miércoles, con el español Joaquín Sabina.

El trovador se despidió, luego de dos horas y media de show, un poco más de lo planeado, pero el público de Querétaro no lo dejó ir tan fácilmente.

Con aplausos y un escándalo increíble, y sin miramiento alguno por su corazón cansado (que se recuerde que canceló en Tijuana por un dolor de pecho), lo obligaron a regresar al escenario en dos ocasiones.

Los presentes querían más de esas canciones que todos, o casi todos, se saben de memoria. Los grandes éxitos de un clásico vivo.

El de Jaén, España, simplemente no daba crédito de lo que veía:

“¡Panchito (Varona, su amigo, músico y productor), qué cosa!”

El público estaba desbordado y contó, obvio, el hecho de que ver a Sabina en Querétaro no es cosa de todos los días.

También contó, sin duda, la maestría que tiene este hombre tan flaco y tan querido, para encantar a la gente con una simple guitarra y esa voz de lija que tiene.

Sabina contó esa historia que Chavela Vargas inventó, de que ella sola y José Alfredo se habían tomado todo el tequila de México.

También esa historia que sí es real, que Chavela y José Alfredo eran igual de borrachos y de mujeriegos.

Joaquín Sabina se encuentra ahora y desde hace unos meses, recorriendo lo que llama: “El México profundo”, es decir, la provincia. “No he tocado en DF ni en Guadalajara. Pero en Querétaro sí”, declaró.

Trae el mismo show, el mismo escenario, que ha presentado en otros estados y fuera del país. Incluso el mismo bombín y el mismo traje de cola larga que lo caracteriza.

Fue un deleite ver a Sabina recitar poemas en el escenario.

Improvisar décimas y decirlas con una engañosa facilidad es una cualidad de este español universal.

No por nada, además de cantante y calavera, Sabina es un poeta consumado y un devoto consumado de Sor Juana Inés de la Cruz y de Chavela Vargas, quien también recitaba a Federico García Lorca de memoria a sus más de 90 años.

“Marché a ultramarinas de lo que pudo haber sido, desde Tirso de Molina, baladas contra el olvido. Entre Comala y Macondo, la Mancha me marca un dedo. Yo quise hurgar hasta el fondo del poncho de José Alfredo. Nunca tiro la toalla, ni me duermo en el andén, donde pierdo la batalla contra el penúltimo tren. México me quita el hipo, pero a la hora de regresar, Gallos Blancos (de Querétaro) es mi equipo”, declamó el español a sus fans.

Eso era todo. Sabina había dicho la palabra mágica para ser querido y amado por mucho tiempo en estas tierras: su equipo de futbol más que sus Arcos.

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