QUERÉTARO.— “¿Cómo está la escuela, cómo están los muchachos? Que no dejen de bailar, tienen que enamorarse de la danza, que la amen todos los días”, eso fue lo último que le dijo la leyenda de la danza mexicana Guillermina Bravo a Miguel Ángel Añorve, su amigo, colega de la bailarina y coordinador del Colegio Nacional de Danza Contemporánea y del Centro Nacional de Danza Contemporánea (CENADAC), los últimos grandes proyectos de quien ha sido considerada una figura fundamental de la cultura nacional del siglo XX.

Bravo (Chacaltianguis, Veracruz, 13 de noviembre de 1920) murió la noche del jueves a los 92 años; dedicó su vida a la danza, por eso sus últimos deseos fueron que sus alumnos amaran lo que fue su vida durante casi un siglo y que la escuela que fundó en 1991, a la que consideraba como su “único legado”, se mantenga de pie.

Guillermina Bravo es, quizá, el único personaje de la danza que más ha sido motivo de estudios e investigaciones especializadas. Sobre su vida y obra se ha dicho que a ella se le debe la profesionalización de la danza, que fue la creadora de bailarines y que hizo de la danza una disciplina artística tan rigurosa, respetada y admirada como cualquier otra, en suma, que la danza en México no podría entenderse sin sus aportaciones.

La importancia de su vida y de su obra, dice el crítico de danza Juan Hernández, es aún más trascendete: “Fue la única figura de la cultura nacional que mantuvo una actividad constante en la danza por casi un siglo. El siglo XX le pertenece a Guillermina Bravo. Su gran proeza fue mantenerse activa porque le importaba la profesionalización de la danza. Ella se dio cuenta de que la danza se hacía más por intuición que por un conocimiento de lo que es la danza en sí misma, con un lenguaje propio a partir del movimiento del cuerpo, así que cambió esa realidad e introdujo en México la técnica Graham, con la cual formó a muchas generaciones de bailarines que le dieron vida al posterior movimiento de danza contemporánea en México”.

La revolución de Guillermina Bravo inició en 1948, cuando con un grupo de bailarines funda el Ballet Nacional de México, con la que fortalece a la danza y le da hacia finales de los años 50 un esplendor.

En el libro La danza en México en el siglo XX, Alberto Dallal dice que el movimiento que inició Bravo devino en un “arte mexicano” “mediante la colaboración viva y estrecha con coreógrafos, bailarines, compositores, pintores y no pocos escritores y técnicos de la danza”.

Al respecto, Hernández, añade que Bravo fue, además, una gran promotora de la danza. “Hizo escuela y proporcionó las herramientas para la profesionalización, e incluso logró que el Estado proporcionara los recursos que necesitaba para su desarrollo”.

El legado de “La Bruja”

La coreógrafa no sólo revolucionó la danza en el terreno creativo, discursivo y estético, también en la percepción de la danza de los bailarines y coreógrafos.

El bailarín y coreógrafo Miguel Ángel Añorve, una de las figuras más cercanas a Bravo, explica: “La Bruja —como se le conocía en el medio dancístico— tenía un carácter muy fuerte y era una mujer que te emocionaba con sus palabras, con la forma de hablarte, sin mimos, directamente; te convencía con la realidad de las cosas, y poco a poco te iba enamorando, de ella, y de la danza, ella hacía que uno amara a la danza”.

Enamorado de la danza, Miguel emprendió el camino de Acapulco (lugar donde conoció a Guillermina) al DF para formar parte del Ballet Nacional de México, que fue fundado por Bravo en 1948.

Y también la acompañó en el camino que emprendió a Querétaro para fundar el Colegio Nacional de Danza Contemporánea y el Centro Nacional de Danza Contemporánea, uno de los más grandes legados que dejó Guillermina para México.

“Todo lo que dejó va a seguir adelante, no podemos tirar lo que nos dejó, sería vergonzoso que nosotros, ahorita que ya no está, lo dejáramos; vamos a trabajar más fuerte, vamos a tratar de convencer a las autoridades, así como ella nos convenció, que amen a la danza, tenemos que hacer que les entre en los ojos las danza”, añade Añorve.

Tras el cierre del Ballet Nacional de México en 2006, Bravo se dedicó por completo al Colegio y al Centro, sin embargo tuvo que enfrentarse a dificultades económicas para sostener sus proyectos. Al respecto, en 2011, a propósito del homenaje que se le haría en el Palacio de Bellas Artes por sus 90 años, expresó a EL UNIVERSAL que el verdadero reconocimiento a su trabajo tendría que ser que le apoyaran en el sostenimiento de su legado.

“Pese a los problemas económicos la maestra nunca flaqueó, siempre nos daba fuerza y eso nos hacía seguir adelante y luchar, hasta la fecha seguimos luchando con el dinero, tenemos apoyos pero no son suficiente, sin embargo nosotros vamos a continuar con su labor”, dice Antonia Quiroz, otra de las personas más cercanas a la coreógrafa.

Paralelo a esa labor, queda una deuda pendiente con la coreógrafa, continuar con la investigación de su obra. “La obra de Guillermina Bravo sigue a la espera de ser estudiada con mucha seriedad. Su obra está a la altura de cualquier grande de la cultura mexicana, pero la danza —aunque sea un lugar común sigue siendo despreciada”, comenta Juan Hernández.

Mientras eso ocurre, sus hijos Lucio y Claudia Sánchez Bravo, cumplirán su último deseo, que sus restos descansen en la ciudad de México, uno de los sitios más queridos de la bailarina.

“Lo más importante para mi madre fue la danza, no le importaba nada más que la danza, construir un conocimiento en los cuerpos, que los bailarines supieran expresarse a través de sus coreografías. Contra viento y marea trabajó día y noche sin descanso”, dice su hija.

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