Sociedad

Carga globero con la nostalgia

Don Gerónimo Pichardo relata sus anécdotas como globero, la pasión por su oficio y como este lo ha llevado a conocer todo México en su juventud

Don Gerónimo reconoce que vender globos ha sido su principal fuente de sustento y el de su familia, así como un oficio que le continúa dando alegrías cuando ve la sonrisa de los niños que compran sus productos. (CÉSAR GÓMEZ)
28/12/2016 |03:30Marco Antonio Estrada |
Redacción Querétaro
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Una pequeña niña que apenas puede caminar se acerca con intempestivos pasos hacía un desconocido hombre, en ningún momento suelta a su madre de la mano, pero sigue moviéndose con una sonrisa enorme hacía esa persona que camina pausadamente por la plaza. La madre grita “¡globero!” para detener a aquel sujeto que en su espalda carga un arcoíris de plástico, aire y helio.

Don Gerónimo Pichardo se detiene, y la pequeña se abalanza sobre el montón de esféricos multicolores que se le ofertan. Esta niña mira globos enormes, con muchísimas figuras, diseños variados y un sinfín de colores; sin embargo, decide tomar uno pequeño, redondo, con forro de cuatro colores, lo que provoca una sonrisa en el rostro del vendedor, pues la bebé prefirió tomar ese histórico juguete que él mismo hizo durante muchos años y al que le debe la vida.

Este personaje de 57 años de edad, diariamente recorre las calles de la cabecera municipal de Jalpan de Serra, en la Sierra Gorda Queretana; ahí es donde desde hace cerca de 15 años ha vendido sus globos, este producto que le ha dado todo en la vida, desde el sustento para su familia, hasta la posibilidad de conocer gran parte del país.

Luego de ver partir a la pequeña rebotando su globo en la mano, don Gerónimo Pichardo relata que desde hace 46 años su vida ha estado sujeta al oficio del globero, “pero los de verdad”, reafirma; aquellos que primero dedicaban un día entero a crear manualmente los forros multicolores que eran cosidos a máquina, para después inflar un globo en su interior y poder destinar el resto de la semana a su venta en calles, plazas, jardines y ferias.

“Yo trabajo desde que los globeros hacíamos los globos, ahorita ya cualquiera es globero porque ya los venden en las tiendas, pero antes nosotros hacíamos todo el proceso. Desde las pelotas que comprábamos el plástico por kilos, lo doblábamos en cuatro metros hasta que quedara de 80 centímetros de grueso, luego se corta con un molde, hacíamos el corte de los gajos y luego se cocía a máquina, ya íbamos formando el forro. Así se hacían los globos de a deveras”.

Sus Inicios

Fue en 1969 cuando se metió a trabajar en este oficio arrastrado por la necesidad, con apenas 11 años de edad, el entonces joven Gerónimo Pichardo ayudaba a su padre a hacer artesanalmente los globos. En aquellas épocas, desde las 7:00 de la mañana empezaba su día laboral, ya fuera para trabajar preparando el producto o para venderlo, salía a la calle consiente que regresaría hasta haber vendido todos. Lo cual muchas veces tomaba más de 12 horas.

Para 1971 ya contaba con suficiente experiencia que le permitía hacer mil globos en un solo día, todos ellos tenían costo de un peso, pese a la ardua labor que representaba maquilarlos. Recuerda que antes todas las personas buscaban comprarle, pues era la tradición de las familias cuando salían de paseo.

Sin embargo, este oficio sufrió severas modificaciones con la llegada de las nuevas tecnologías y el uso de nuevos materiales. Para cuando tenía cerca de 16 años en el negocio se comenzaron a comercializar los globos con figuras, esto le llevó a optar por entrar al juego de la oferta y demanda, de tal modo que dejó de lado la creación artística por la compra en tiendas.

“Esto de los globos se ha revolucionado mucho, porque esto de los inflables salieron en el 83 o en el 84, antes no había eso. Nosotros para las figuras hacíamos un muñequito o una paloma. Ahorita ya ni de broma que hagamos nuestros forros a mano”.

La forma de vida

Antes su caminar no era pausado —platica—, por el contrario, era ágil y extenso, tanto así que don Gerónimo relata que ha recorrido “si no todo el país, la mayoría de México”, pues desde su natal Doctor Mora, Guanajuato, viajó a Nuevo León, Tabasco, Jalisco, Chiapas y muchos más; para ahora venir a retirarse tranquilamente en Jalpan, un poblado pequeño, tranquilo como los pasos con los que anda.

En todas esas ciudades grandes tenía que dedicar todo el día a recorrer las zonas más concurridas para vender y conseguir la mayor cantidad de dinero posible, ahora la cosa ya no es así, vive en una ciudad con casi nulo ajetreo, por lo que ocasionalmente se sienta en una de las jardineras del jardín principal a platicar con la señora de las paletas de hielo o el vendedor de elotes.

“Para mí es un oficio nada pesado, más ahorita que ya no camino, antes hace unos 30 años vivía en las ciudades grandes, estuve en Monterrey, en Villa Hermosa, Acapulco, ahí si caminábamos mucho. Ahora ya no dejan vender en las ciudades, tienes que tener un permiso o estar en un sindicato, aquí si dan permiso pero ya no hay para dónde caminar, es muy chico Jalpan”.

Con el andar de los años, entre ciudades y ciudades, las vivencias estaban a la orden del día. Con una narrativa geográficamente exacta, Gerónimo relata sobre el tiempo que vivió en el poblado de La Frontera, en Villa Hermosa, Tabasco; ahí vivió una de las aventuras más riesgosas de su vida, pues recuerda que para atravesar a un poblado en el que había mucha venta tenía que tomar diariamente una lancha, pero el viento y los globos en el agua son mala combinación:

“Cuando uno lo agarra el aire es peligrosísimo, eso me pasó una vez, yo con los globos y el aire bien fuerte arrastró toda la lancha, el lanchero apagó el motor y me pedía que soltara los globos para que no pegara tan fuerte el aire, pero ese era mi sustento, si los aventaba no comía yo ni mis hijos, gracias a Dios no pasó nada. Uno pasa unos sustos enormes, pero ahora sí que ese es mi trabajo, tenía que ir a vender”.

Entre risas y melancolía relata diversas anécdotas, desde sus primeras veces de vendedor en solitario; cuando perdió el dinero de todo un día y llorando fue ante su padre pensando que lo regañaría, pero por el contrario lo consoló; hasta la ocasión en que fue testigo de un crimen, “asalto o secuestro, no sé qué haya sido”, pero salió huyendo del lugar por miedo.

En una de esas ciudades conoció a su esposa, la madre de sus dos hijos, quien fue su compañera durante muchas aventuras, pero que no pudo continuar con el ritmo de trabajo que a él le apasionaba, viajando y dedicando todo el día a la venta de globos, por lo que cuando sus hijos crecieron y se independizaron, las esposa optó por la separación.

Con el paso del tiempo ha tenido que adaptarse a las necesidades del mercado, ahora vende además de sus tradicionales globos y rehiletes, globos de gas, además de carritos de plástico y globos que son jalados por un hilo.

Tras recalcar que siempre se dedicó a lo que más le gustaba hacer, se dice satisfecho por sus logros en la vida. Ahora los ingresos son pocos, solo para vivir al día, sin embargo, asegura no estar arrepentido de nada, pues sus recuerdos son su mayor tesoro, y todos ellos gracias a los globos.

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