Durante casi tres años, Valentina se realizó tratamientos de diálisis cuatro veces al día. El procedimiento era siempre el mismo: Colocar un catalizador en su abdomen, y esperar sentada mientras la diálisis se encargaba de intercambiar el agua de su cuerpo, depurando los residuos de su organismo.

Dolores de cabeza consecutivos, mareos y presión alta, provocaron que a los 20 años, los médicos le diagnosticarán una infección en uno de los riñones. Un diagnóstico equivocado que provocó una omisión en el tratamiento de la insuficiencia renal, que padeció durante los siguientes 16 años.

“Yo dije una infección con medicamento se me quita y ya me habían dicho que es lo que les hacen [a los pacientes] que es lo que les quitan, yo dije no voy a llegar a eso, porque con el tratamiento se me va a quitar, pero no sé pudo ni con el tratamiento y tuvo que llegar a diálisis”

“Tenía que dializarme todos los días, levantarme, dializarme yo sola, cuatro veces al día, no podía salir a ningún lado; si salía, tenía que regresar rápido porque no podía pasarme de la hora de dializarme…”

Durante el tiempo en el que estuvo bajo un procedimiento de diálisis, Valentina se colocaba el catéter cada cuatro horas de lunes a domingo. La rutina le impedía realizar muchas actividades, le provocó pérdida de peso y depresión; sin embargo, no acudió a ningún tipo de terapia sicológica porque pensó que “podía salir sola adelante”. El someterse a este tratamiento era un proceso complicado y cuidadoso.

Verdura, arroz, pollo y frijoles de vez en cuando, es lo único que puede comer un paciente con insuficiencia renal. Esto limitando las carnes rojas e inclusive el agua, para evitar que se tape el catéter y se atrofie el proceso de sustitución de líquidos en el cuerpo.

Para ese entonces, Valentina tuvo que dejar su casa en Ezequiel Montes, construida de asbesto, porque no cumplía con las normas de higiene necesarias. Posteriormente, se trasladó a la ciudad de Querétaro para atenderse en el Hospital General, donde la revisaron médicos que confirmaron que en un momento los riñones, ya no podrían funcionar por sí mismos.

El 18 de enero del 2014 Valentina recibió un trasplante de riñón después de tres años de tratamiento con diálisis y en la lista de espera.

“Un jueves me hablaron y me dijo el doctor ya no comas nada, vente a urgencias”.

Al día siguiente, entró al quirófano para ser internada por el trasplante de riñón. Aún recuerda la plancha de operaciones y la última pregunta antes de caer inconsciente.

Actualmente, Valentina le gustaría regresar a trabajar, pero no recibe respuesta. Es complicado para un paciente de insuficiencia renal encontrar un empleo por los cuidados que conlleva.

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