Las familias del fraccionamiento Porta Fontana prefieren dormir y descansar lejos de todo el bullicio del parque metropolitano, donde cada año se realiza el Festival Internacional del Globo, en la ciudad de León, Guanajuato. Son apenas las ocho de la mañana y nadie se da cuenta de que uno de los 200 globos que participaron en el festival, tiene problemas para aterrizar. Nadie se da cuenta que el piloto ha intentado descender al menos cinco veces, pero las corrientes de aire no se lo permiten. El globo de 29 metros de altura está casi en el techo de una de las viviendas con una tripulación de cuatro personas en su canastilla. No se mueve del lugar porque está rodeado de lámparas, tinacos y demás objetos que no ponen en peligro la vida de nadie, pero sí dificulta la llegada.

Para suerte de los tripulantes, una familia madrugadora camina sobre las calles desiertas del fraccionamiento, desde hace tiempo ven con atención los movimientos del piloto, incluso se detienen en una esquina para ver en qué termina la maniobra. “¿Te paso la cuerda y me ayudas a moverlo?”, les grita el piloto desde cuatro o cinco metros de alto; la familia —papá, mamá e hijos— responden que sí. La cuerda sale volando de la canastilla y se desenrolla en el aire, el padre toma el control y jala el enorme globo en la dirección indicada, detrás de él jalan sus dos hijos pequeños, emocionados por realizar tan importante tarea. “El globo se va a caer y lo estamos ayudando”, dice el más pequeño.

“Más para allá”, “Ahora más para acá”, ”Así, así derecho”, “Aguas con la lámpara, aguas con el poste”, grita el piloto desde lo alto.

Con la ayuda de esta familia leonesa, el globo aterriza con brinquitos que apenas se sienten. El piloto da las gracias a sus asistentes improvisados, “Parece que ya tienen experiencia”, les dice. Una vez con el globo al nivel del suelo, las demás familias de la zona residencial salen a mirar, el tamaño del globo aerostático, plantado ahí, a media calle junto a sus casas es algo poco usual. Los perros más nerviosos ladran desde las cocheras, pues no reconocen ni la forma ni la actividad que a las ocho de la mañana puso a todos de pie.

Las familias en pijama se acercan a la canasta, la tocan, preguntan de qué está hecha y el piloto Javier Merino les ofrece subir para tomarse una foto del recuerdo. Todos aceptan. El globo con grandes letras que dicen Caja Popular Mexicana está en el celular y las redes sociales de muchos. Algunos pequeños incluso piden jalar la palanca para activar la flama, lo hacen y rápidamente desisten, impresionados por el ruido y la presión del fuego. Prefieren sólo mirar.

Los siguientes 15 minutos son exclusivos para las fotografías, dentro o fuera del globo, la gente aprovecha para grabar o retratar el hecho. “¿Ya ve compadre?, la ventaja de ver los globos en pijama, mire me tocó ayudar”, dice un padre de familia que sostiene la cuerda aunque el aterrizaje ya había terminado.

Cuando el equipo del piloto se encuentra en el punto, comienzan a desinflar la magia. El enorme globo aerostático que apareció de repente en la colonia, se convierte en 180 kilos de tela guardada en un enorme costal, paño que cinco hombres doblaron a presión y montaron en una camioneta Pick Up, junto con la canasta que hace unos minutos era una miniatura en la inmensidad del cielo.

“Hay muchos aterrizajes así, dependemos del viento y a veces tenemos que improvisar. ¿Se asustaron?”, pregunta Javier, piloto de globos aerostáticos con 20 años de experiencia, cuyo conocimiento ya ha pasado a sus dos hijos que también pilotean globos en el Festival Internacional del Globo.

Javier junto con sus tripulantes llegaron al Parque Metropolitano, donde alrededor de las seis de la mañana, cuando el clima es más frío e ideal para volar en globo.

Los mismos cinco hombres que desinflaron el globo en Porta Fontana, lo hicieron flotar horas antes. Lo extendieron sobre el pasto, lo amarraron a la canasta y la enorme mecha de fuego poco a poco hizo su trabajo, al calentar el interior y la diferencia de temperaturas en el aire lo hizo subir.

Muchos pasaron la noche en casas de campaña y vieron partir los globos envueltos en sábanas y almohadas.

Las principales calles y avenidas de León, vistas desde arriba, a dos mil metros de alto, parecen pequeñas venas que le dan vida a la ciudad. Aquellos que volaban por primera vez y que iban temerosos del vértigo, se sorprendieron de la suavidad con la que sube el globo y no notaron la diferencia de volar al nivel de la laguna y subir los mil metros hacia el sol, sobre una mancha blanca de casas y respirar aire fresco que sólo se encuentra en las alturas, dentro de una canastilla.

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