En la esquina de las calles Hidalgo y Ezequiel Montes, los hermanos José Luis y Rubén Aguado Rico mantienen vivo el oficio que les heredó su padre hace más de 45 años: la sastrería. Señalan que existen pocos sastres establecidos en Querétaro, pues enfrentan la competencia de modistos que trabajan desde sus casas, aunque eso no merma la clientela que prefiere “vestir a la medida”.

Rubén destaca la importancia de que los jóvenes tengan un oficio, pues en muchas ocasiones prefieren trabajar en empresas y cuando hay recortes de personal no saben otra cosa para ganarse la vida.

El sonido de una máquina de coser recibe a los clientes de Sastrería Pepe. En anaqueles de madera color café oscuro lucen acomodados metódicamente cientos de rollos de telas que se usarán para las prendas. En la habitación trasera se distinguen piezas ya terminadas y una plancha, donde se dan los acabados a los trajes y pantalones que los caballeros “del buen vestir” solicitan a los hermanos Aguado.

José Luis, quien desde hace 22 años está en el actual local que ocupan en el centro, charla mientras marca con gis y regla unos pantalones color gris. No hay mucho tiempo para platicar, pues tienen que cumplir con los pedidos de trabajo que tiene pendientes.

Narra, sin levantar la mirada de la prenda y sin dejar de marcar, que Sastrería Pepe se fundó en 1968, en su primera ubicación en la calle Morelos, entre Corregidora y Juárez, para luego estar en el número 28 de la calle Hidalgo, hasta estar ubicados —desde hace poco más de dos décadas— en su actual dirección.

Dice que el oficio de sastre se lo enseñó su padre, y desde los 20 años se dedica a él, “aunque desde chicos nuestro papá nos inculcó que aprendiéramos el oficio. Lo que más me gusta es servirle al cliente, cumplirle al cliente, y sobre todo la satisfacción de que quede contento con el trabajo que se realice”.

Sus manos se mueven ágiles sobre la tela al momento de marcarla. Una vez terminada esta labor, toma las tijeras y corta de manera precisa sobre cada marca y dobla. Coloca cortes de otra tela, y plancha sobre los mismos, y queda listo un dobladillo.

Repite el mismo proceso, de manera metódica, perfecta, casi por instinto, pero sin dejar de prestar atención a los detalles, como un hilo demasiado largo o que sobresale y que con la punta de las tijeras quita con delicadeza quirúrgica, para evitar dañar la prenda.

José Luis afirma que la clientela no disminuye para los sastres, y más para su negocio, que cuenta con prestigio y reconocimiento desde 1968, “tenemos mucha clientela. Mucha otra que nos va recomendando y aparte a diario nos llegan clientes nuevos”.

Explica que el trabajo principal es el ajuste y confección de la ropa para caballero, aunque ocasionalmente elaboran prendas para dama, pero es muy poca. Principalmente hacen trajes y pantalones.

“Nosotros confeccionamos aquí alrededor de ocho trajes y 20 pantalones a la semana, más reparaciones que se hacen o servicio de compostura. Los costos son variables, de acuerdo a la clase de tela. Muchos clientes nos preguntan eso, que comparada con la ropa de confección, cómo es la hecha en la sastrería, y pueden encontrar de todo”, precisa.

Comenta que las telas que utilizan son nacionales y de diferente calidad, “como en los coches, la marca es una, pero hay una gran variedad”, y ahí radica el costo del trabajo.

Dice que la clientela es variada, pueden acudir personas de mucho dinero o aquellas que quieren una prenda a medida por diversas razones, como por las tallas extras. Afirma que los clientes son de varias generaciones, pues llegan a hacerse ropa desde los abuelos hasta los nietos.

En su sastrería trabajan sólo tres personas: su hermano, su hijo y él, por lo que es un negocio familiar, aunque él es el responsable de hacer las compras y de la confección en general, sin que se pueda considerar jefe como tal.

Comenta que competencia con otras sastrerías hay poca, pues son contados los locales de estos artistas del corte y la confección en la capital, aunque hay quienes trabajan en el oficio desde sus casas.

“En Querétaro capital habrá no más de 10 sastrerías que conozca que están bien establecidas en locales. En el centro hay pocas, cuatro o cinco, y en las colonias hay más que nada franquicias que prestan los servicios para ajustes o trabajos de ese tipo”, explica.

Agrega que de sus tres hijos nada más uno es el que decidió abrazar el oficio de la familia.

Para José Luis, su oficio es un arte. “Así está considerada la sasterería: un arte. Para mí es satisfactorio cumplir y quedar bien con el cliente, que quede satisfecho, que vuelva y volvamos a servirle”, añadió.

Los clientes son fieles, hay algunos que dos o tres veces al año acuden a confeccionarse ropa, además de los nuevos que van llegando poco a poco. En promedio, deben esperar de 10 a 15 días por un pantalón, y de tres semanas a un mes por un traje. Ese tiempo, aclara el sastre, “no porque dure eso la confección, sino porque vamos programando según recibimos los pedidos, para no quedar mal”.

José Luis se dirige a una máquina de coser con el pantalón gris para terminar el dobladillo, con seriedad y de manera ceremoniosa inicia su labor, comenzando una sinfonía con la máquina que usa su hermano del otro lado del local.

Rubén, hermano de José Luis, dice que tiene alrededor de 20 años en el oficio de sastre, pues antes trabajó en bancos, y cuando dejó ese empleo abrazó la tradición familiar.

“Es un oficio muy socorrido. Nosotros estamos aquí y le servimos a todo mundo. Consideramos que debemos tratar a todos por igual y darles un servicio con el que queden a gusto y puedan tener confianza de venir al local”, dice.

Rubén se dedica principalmente a la reparación de prendas, y en ropa nueva hace pantalones y chalecos.

Un cliente llega solicitando unos pantalones. Pregunta precios y José Luis le explica en qué consistirán el trabajo y el precio, de acuerdo con la tela pedida. El negocio de los hermanos Aguado Rico, el que iniciara su padre, José Luis, en 1968, sigue vivo y boyante.

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