Los carpinteros de verdad tienden a desaparecer de Querétaro, afirma Aurelio Cárdenas, quien tiene más de 60 años de los 85 con los que cuenta, dedicándose a este oficio que le ha permitido decorar algunos de los templos más emblemáticos de la ciudad.
Ataviado con una bata color blanco, pantalón de vestir y huaraches, Aurelio dice que no aprendió de nadie a arreglar guitarras, como parte de su oficio de carpintero, pero poco a poco fue haciéndolo con el paso del tiempo.
“Aprendí a repararlas y sé hacerlas [las guitarras]. Me dedico al arreglo, pero también las sé hacer”, apunta en el interior de su taller de carpintería, ubicado en la esquina de las calles 16 de Septiembre e Ignacio Manuel Altamirano.
Señala que siempre hay trabajo, a veces menos o más. Sin embargo, nunca deja de hacer una chambita.
Casado y con cuatro hijos, indica que ninguno abrazó su oficio. Les dijo siempre que deben hacer lo que les gusta, no lo que les impongan como modo de vida. Todos tienen diferentes profesiones, “no quise que estuvieran aquí a fuerza”.
Comenta, con voz pausada, tomando su tiempo, con la paciencia que sólo dan los años, que hace décadas había muchos carpinteros, pero en estos tiempos modernos no hay tantos y los pocos que existen no son como los de antes.
“No son carpinteros como los de antes. Sí, le hacen a la carpintería, hacen puertas y cosas así, pero eso lo único a lo que se dedican, porque es lo que más deja ahorita. Los muebles como que no se hacen tan fácilmente. Sí, se pueden realizar, todavía queda uno que otro carpintero que los puede hacer, pero somos pocos los que sabemos hacer esas cosas”, subraya.
Aurelio agrega que de los pocos carpinteros formados a la vieja usanza la gente sabe poco, pues se fueron del centro de la capital queretana a colonias en la periferia y unos cuantos están en el primer cuadro.
Asevera que los muebles los sabe hacer, y el tiempo y costo depende del tamaño y de la madera, materia prima que compra en las tiendas que conoce.
Entre herramienta, mucha elaborada por él mismo, un banco de carpintero, armazones de guitarras y tablas, apunta que no todos los trabajos son iguales en su oficio.
Indica que en su labor siempre se aprende, “aunque tengas muchos años como yo. Con la carpintería no he podido saber totalmente todo, porque hay cambios y esas modificaciones no las hace uno hasta que llegan y por eso hay que tener sencillez para salir adelante”.
Entre los trabajos que más le gustan está una réplica del retablo de la Virgen del Santuario de Schoenstatt, en Corregidora, que es tallado en madera de manera artística, pieza que hizo hace varias décadas.
“La talla de madera es un arte y conozco a compañeros muy buenos. Yo no aprendí con nadie, a mí nada más me dijo un sacerdote: ‘Tú sabes hacer esto’, y tanto me insistió que empecé a tallar y lo logré, pero no me puedo comparar con aquellos que se dedican de lleno a ello. Ellos son buenos”, apunta el carpintero.
Se encoge de hombros, piensa un poco su respuesta y señala que nunca ha pensado en dar clases, por ejemplo.en la Escuela de Artes y Oficios, en el barrio de Hércules, pues se necesitan muchos conocimientos para hacerlo.
“No hay tiempo para aprender la carpintería. Al año algunos hacen otras actividades, pero hacer algunas piezas cuestan mucho trabajo. No digo que seamos tontos, es que así es el trabajo. A veces cuesta hacerlo, porque ciertos pedidos son los primeros que se van a hacer. La carpintería es muy extensa”, sostiene el hombre.
A pesar de todos los años de experiencia que tiene y de que ha elaborado piezas de madera, como altares, que se encuentran en diferentes templos de la capital, y en unos casos en otros municipios, no se considera un maestro.
Aurelio Cárdenas precisa que en el pasado tuvo aprendices, que fueron al menos ocho, pero entre ellos se encontraban dos a los que “les gustaban los tragos”.
“Uno se echa sus compromisos y a mí nunca me ha gustado quedar mal. Hasta el momento no existe una persona que diga: ‘Ese maestro me quedó mal’. Eso no me gusta. Prefiero que me queden a deber y no que haga una cosa mal. Eso es lo que me ha sostenido”, enfatiza Aurelio, quien nació en la capital del estado.
Asegura que ha sido compañero de varias carpinteros muy buenos, aunque poco a poco se ha ido apagando este oficio.
Recuerda que en sus tiempos había dos maestros y quienes querían aprender del mismo debían de acudir con uno o con otro, como aprendiz, pero ya todo eso con el paso del tiempo y la modernidad hacen que se pierda el arte de la madera.
“Con eso de que ya hay muchas cosas modernas, como que va decayendo un poco este oficio. Ya no es como antes. Ahora tenemos los muebles de esos materiales que hacen ahora muy malos. Se ven bonitos con los terminados, pero nada más se humedecen tantito y a la fregada y como son muy baratos, todo mundo por bonito los compra”, enfatiza el carpintero.
Da un manotazo en su banco de trabajo y dice que lo mejor es la madera maciza, pues no es lo mismo un material “desechable” que una buen pedazo de madera, que no se rompe y dura para siempre.
Por esa razón “ya no hay mucho trabajo en las carpinterías como antes, sí lo hay, no digo que no haya trabajo, pero es menos, ya no es lo mismo”, puntualiza el hombre.
Aurelio retoma su trabajo. Toma su pulidora, un pedazo de madera y aplica la herramienta sobre el material.
Decide hacer una pausa y muestra sus recuerdos. De una caja de madera, pues no podía ser de otro material, afloran sus recuerdos: cientos de fotografías de otros tiempos, de otros años, de otros momentos de su vida, al lado de sus hijos, de su esposa, de sus amigos.
Una monja pasa frente a la carpintería y lo saluda respetuosamente. Aurelio responde el saludo y muestra también respeto. Al final, la carpintería es un oficio de mucha tradición para los cristianos, pues el mismo Jesús fue hijo de un carpintero y él lo fue.