Querétaro, al igual que otras ciudades del centro de la República, se ha caracterizado por la cantidad de templos edificados en sus inmediaciones. Las construcciones que datan del siglo XVI, cuando ocurrió la conquista de México, se han mantenido a lo largo de los años como un espacio no sólo de culto religioso, también de arte e historia.

De acuerdo con Alfonso Camacho González, integrante del Patronato de las Fiestas del Estado de Querétaro, abogado y miembro de la Asociación de  Cronistas  Municipales en la entidad, la cantidad de iglesias establecidas en la ciudad son “incontables”, a las que se le suman las capillas establecidas en los municipios rurales construidas para la evangelización de los indígenas.

Javier Méndez Pérez, profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y sociólogo especializado en el estudio de la religión, explica que la cantidad de iglesias construidas en la ciudad corresponde al arraigo de la fe católica en el estado. Esto aunado a la agrupación de diferentes órdenes religiosas como dominicos y franciscanos, que llegaron en los años posteriores al siglo XVI.

Al revisar el trazo de la ciudad de Oriente a Poniente, Camacho González señala que es posible identificar ocho de los templos más emblemáticos y representativos de Querétaro: El templo de la Cruz, El Calvarito, La Congregación, la Parroquia de Santiago, San Francisco, El Carmen, San Agustín y Santa Rosa de Viterbo.

Según el cronista, el Templo de San Francisco es el primer edificio religioso construido alrededor de 1540, gracias al financiamiento de Fernando de Tapia “Conín”, fundador y primer gobernante indígena de la ciudad Santiago de Querétaro en 1531. Este recinto perteneció a la orden franciscana y actualmente alberga el Museo Regional.

Otro de los templos emblemáticos de la ciudad es Santa Rosa de Viterbo. Su construcción data del siglo 18 y se debió al capitán san José Velázquez de Lorea y en enero de 1750 fue inaugurado. Una de sus particularidades estriba en sus torres con influencia árabe, además, agrega Camacho González, en este edificio se instaló el primer reloj de repetición de América, obra atribuida a Ignacio Mariano de las Casas. Al interior, la infraestructura resalta por retablos dorados de estilo barroco, adornados con material como el marfil, la plata, el carey y el ébano.

Los retablos adornados y bañados con lámina de oro son una característica que comparte el templo de Santa Clara, también de estilo barroco, como la mayoría de los templos de la ciudad. De acuerdo con el portal de la Secretaria de Turismo de gobierno del estado, el Real Convento de Santa Clara de Jesús fue fundado alrededor de 1607, cuando “el virrey don Juan de Mendoza concedió el permiso a don Diego de Tapia para edificar el claustro de religiones franciscanas, con el fin de alojar a su hija monja”.

La construcción concluyó hasta 1633 y según lo señala Camacho González, parte de este edificio fue destruido por acontecimientos históricos como el sitio de la ciudad, durante la Guerra de Reforma. El Templo de Santa Clara también sirvió de prisión para Josefa Ortiz de Domínguez, una de las precursoras de la independencia mexicana.

En su interior, además de los retablos bañados en lámina de oro, es posible observar las pinturas de estilo barroco, que representan escenas bíblicas. A pesar del valor histórico contenido en el templo, se desconoce el valor económico que representa, esto de acuerdo con la información proporcionada por la delegación en Querétaro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Otro de los templos característicos de la ciudad es La Cruz, ubicado en el barrio del mismo nombre. Juan Carlos Olvera, guía de turista, explica que la historia de este espacio inicia con la fundación de Querétaro en 1531 en el cerro del Sangremal, tras una batalla entre los españoles y los indígenas.

“Después de la construcción era una ermita muy pequeña, sólo había dos o tres frailes porque eran las orillas de la ciudad, no había afluencia de gente. Después uno de los frailes (…) deciden ampliar este espacio para la construcción de un colegio que se llamó de propaganda de la fe”, relata.

Después de 400 años, el Templo de La Cruz sigue operando en la actualidad como un convento y además ha sido habilitado como un museo, donde una de las piezas más representativas es el árbol con espinas en formas de cruz.

Como resultado del turismo, los comerciantes también se han adueñado de este espacio. Durante la temporada de vacaciones, cuando la afluencia de turistas alcanza según Olvera, alrededor de tres mil visitantes por semana, las cruces en forma de cruz se venden de forma constante. Los precios van desde los 10 pesos.

El precio para visitar el ex convento de La Cruz, y observar la vida de las religiosas hace algunos años, es de 20 pesos para el público en general y 10 para los estudiantes o profesores con credencial. Con el dinero recaudado por las visitas guiadas, más los recuerdos de la visita, el templo subsiste.

“El templo es aún habitado por religiosos y ellos no reciben ningún subsidio por parte de gobierno para mantenerlos, sin embargo, si se les exige que estén en buenas condiciones por ser patrimonio de la humanidad”, menciona Olvera.

Identidad histórica.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) la población identificada con el catolicismo ha reportado una caída desde 1950, cuando 98.2% de la población se asumía como católica. No obstante, el último censo de 2010 refiere a que 82.9% de la población se identifica con el catolicismo, representando una baja de 15.3%.

Aunque la población católica ha disminuido a lo largo de los años, Méndez explica que la iglesia hace referencia a un elemento identitario de la cultura mexicana y por lo tanto, debe ser preservado.

“Tiene valor histórico por lo que es, por lo que representa también, sencillamente hay que preservarlos por eso, sólo por eso (…) implica una memoria de la historia y de la cultura de cualquier pueblo. El templo como tal no se destruye y sería una barbaridad si lo hiciéramos, no necesariamente tenemos que ser católicos para aceptar la validez de esa construcción”.

Agrega que “la religiosidad es esta manifestación del ser humano sobre las cosas trascendentes, no necesariamente, divinas pero si trascendentes, que van más allá de la muerte, de un más allá y que se expresan de formas contradictorias, la religiosidad no siempre va de la mano con la religión (…) Antes la religiosidad expresaba en una religión concreta, y ahora se va a expresar en una religión atomizada, fragmentada ya no monolítica, sino distribuida en múltiples cambios”.

Méndez, quien realizó una investigación sobre la incursión de los grupos protestantes en la sociedad queretana en la década de los años 70 y 80, explica que posterior a la colonización de España sobre México, la construcción de las iglesias en las ciudades se realiza a partir del modelo español de ciudad, simbolizando la reunión de los tres poderes: político, religioso y económico; lo que también da un indicador sobre el poder de la Iglesia católica en ese tiempo.

“La corona es quien resguarda a la iglesia católica y como un elemento de discurso para poder dejar en claro esto, la arquitectura que se construye tiene que ver con estos elementos. En el modelo español de ciudad está la plaza principal o zócalo, a un costado de la plaza está el palacio de gobierno y al otro lado está la iglesia católica y después el mercado”, dice.

No obstante, explica que el poder de la Iglesia, aunque aún se mantiene, ha entrado a un proceso de secularización, es decir, la desaparición de los signos, valores o comportamientos identificativos con la religión católica.

Una de estas modificaciones, implica de acuerdo con el sociólogo, transformaciones en los lugares del culto católico o los templos, pues poco a poco es posible observar como para continuar en pie se convierten en museos, como el templo de La Cruz, o lo abren para la visita de turistas como en Santa Clara.

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