El tiempo y la dedicación son los mejores aliados de un torero cuando se juega su carrera y la vida en tan sólo 20 minutos durante una corrida de toros en la que está acartelado, que se divide en dos faenas de entre 10 y 12 minutos cada una. Sin duda una vida difícil, ya que además de la valentía y arrojo necesarios para plantarse frente a un toro durante un encierro, también es primordial el caer bien, tanto al público como a los empresarios, para tener las puertas de las plazas taurinas semiabiertas.

En entrevista exclusiva con EL UNIVERSAL Querétaro, el matador José Díaz Quinto platicó sus andanzas en el mundo del toro.

Un torero que ha pasado situaciones complicadas durante su vida, pues desde sus inicios en la tauromaquia supo lo complicado que es ganarse un lugar en la baraja nacional, al toparse con los caprichos del toreo que se convierten en trabas a la hora de buscar un sitio para lidiar novilladas y corridas.

Aun con tanta complicación, la pasión sobresale, pues Díaz Quinto asegura que ser torero es la profesión más bonita pero a la vez muy dura, debido a que a veces, según contó, no basta con salir triunfador de un festejo taurino, sino que hay que dejar buen sabor de boca para volver a ser tomado en cuenta para un cartel.

Con café en mano, sonriente —y acompañado por quienes dice son las dos mujeres de su vida: su madre y su novia— el torero llega a una cita con el reportero de esta casa editorial. La charla transcurre en una tarde agradable en la capital queretana, cuando el reloj marcaba las seis.

Pepe Díaz tiene disposición para responder todas las preguntas, pero sobre todo, evoca momentos entrañables de su carrera, como aquel día que ganó su primer traje de luces en Juriquilla. Un terno rosa y oro que ha le costó sangre, sudor, lágrimas y algo más, pues recordó que en aquella ocasión, a pesar de haber cortado las orejas en su corrida preliminar, los empresarios no querían ponerlo en la corrida de triunfadores, sin embargo el torero Ricardo Vielma, quién en ese entonces fungía como su apoderado, fue el que levantó la voz y se impuso para que pudiera torear una vez más.

A partir de esa ocasión, Díaz Quinto descubrió que si bien las cosas hay que pelearlas, cuando se está dentro del ruedo hay que ir por todas, aunque la vida se vaya en ello.

Respeto al traje de luces

Pocos toreros acceden a vestirse de luces aunque no sea día de corrida. Dicen que es una falta de respeto, pero el matador Pepe Díaz ve las cosas diferentes y al contrario, él es el primero que está dispuesto a mostrar esos momentos ocultos que sólo se viven en las entrañas de las plazas, con el simple afán que se conozca más de los ritos y rituales a los que se entrega un matador de toros.

La plática poco a poco fue tomando la solera y el respeto hacia el traje de luces, y José Díaz Quinto tomó las calcetas, la taleguilla, la casaca, aunque él sabe que vestirse de torero va más allá, ataviarse de luces es un momento íntimo que requiere de una preparación física, pero sobre todo mental y espiritual.

La atracción por ser torero nació en Pepe Díaz a la edad de 6 años, al darse cuenta que los balones de futbol o los autos no eran suficientes para su diversión. En cambio, el pasar horas frente al televisor viendo a las reses bravas, le despertaba un sentimiento de miedo pero a su vez de mucha curiosidad.

“Desde niño mi papá me ponía una caja de unicel, ahí en la casa de mis abuelos, dibujándole los cuernos y yo con los palos de bandera le hacía a las banderillas, pero yo me aburría muy rápido, decía ‘es que esto no se mueve, necesito que se mueva’. Entonces, recuerdo que en la escuela les decía a mis amigos que no sabía a qué iba si yo pensaba ser torero.

“Ya lo traigo porque he vivido la vocación, he tenido que superar varias adversidades y he tenido que transformar y evolucionar en base al tiempo vivido, dormir en torero, despertarme como torero, ilusionarme como torero, sentir esa chulería que te da el saber que vives para el toro”, rememoró el torero queretano al tiempo de esbozar una sonrisa nostálgica mientras abotonaba la camisa del traje de luces.

Cabeza fría

Para Pepe Díaz el vivir como torero es tener esa locura pensada para saber que en cada momento, desde que sale el toro al redondel, se está jugando la vida. Cada segundo es una oportunidad para demostrar sus sentimientos a través de la muleta y hablar con los toros.

Son momentos donde muchas cosas pasan por su cabeza, sin embargo, señala, debe tener esa cabeza fría para entender al burel y a la vez agradar al público.

Por otro lado, el soñar como torero es ir paso a paso. Caminar y sentir como torero mientras se entrena en el campo, en el cerro y en el salón. Sentirse torero al tomar una taza de café y soñar que la próxima corrida es una oportunidad para salir a hombros y compartir dentro de su intimidad las emociones que se tratan de plasmar con el capote, la muleta y la espada.

Al no contar con antecedentes familiares en la fiesta brava, Pepe Díaz reconoce que el camino es y ha sido muy rocoso, porque el apellido en la fiesta de los toros cuenta y pesa mucho, aunque a decir de él, pesa más la necedad de enfrentarse a esas trabas y estar consciente que se tiene que abrir paso, sin importar que la vida se vaya en ello.

Reflexión a la que llega mientras toma las calcetas y recuerda al gran torero Manuel Benítez “El Cordobés”, quien tampoco tuvo antecedentes familiares en la fiesta y sin saber leer ni escribir, demostró que en los ruedos vale más una muleta firme que un apellido de abolengo.

“Ser torero es estar tocado por la varita mágica de Dios”, afirmó Díaz Quinto, quien encuentra en el matador Jorge Gutiérrez a un maestro del toreo moderno.

Entre el valor y la suerte

Valor, vocación y mucho amor son las cualidades esenciales que debe tener un torero. Mientras se coloca el corbatín dice que hay que ser muy valiente para ponerse frente a una res brava que no te va a perdonar una equivocación; tener la vocación de que si no salen bien las cosas en una tarde, hay que levantarse y volver a los entrenamientos, tocar puertas, refugiarse en su familia que lo recibe con amor, cosas que él transforma en amor a su profesión. Además, sobreponerse al miedo natural del ser humano, y sobre todo tener mucha paz y temple.

Cuando se carece de esa mágica combinación, es muy difícil ser torero, dice.

Dos personas son necesarias para ajustarse el traje de luces. Generalmente se ocupa de un mozo de espadas, quien es el encargado de estar en todo momento con el torero, vistiéndolo, aconsejándolo y trasmitiéndole tranquilidad. Sin embargo, Pepe Díaz puede vestirse solo pues el mejor mozo de espadas que tiene es Dios, con él platica, con él se queja, con él entrena y con él triunfa. De nuevo sonríe y asegura que no es fácil ser mozo de espadas de José Díaz Quinto. “Estoy seguro que con Dios a mi lado las cosas se hacen más llevaderas”.

Las zapatillas y la montera son el toque final de todo el atuendo de matador. En la montera viajan las ilusiones y la suerte, pues al brindar a todo el público la faena, el torero la lanza por los aires —cual moneda— para definir su suerte. Dicen los que saben que si la montera cae hacia arriba no va bien la lidia, pero si cae hacía abajo la suerte esta con el matador.

Para José Díaz, la montera significa su carta de presentación, pues con ella muestra el respeto hacía quienes le brindan un toro, pues las relaciones públicas son parte de la tarea de un torero solitario como lo es Díaz Quinto. De igual forma, el torero encuentra en la soledad una manera de hacerse fuerte.

Ya vestido de luces, Pepe Díaz se dio tiempo para defender la fiesta brava, al afirmar que los festejos taurinos van más allá de la muerte, pero sabe que son cosas difíciles de entender para quienes no gustan de este espectáculo. Es por eso que invita a quienes no conocen el mundo taurino, a que se den el tiempo de ir a las corridas de toros, a que se documenten, para que vean y abran la mente al tomar sentido a la fiesta brava. El maravilloso mundo de José Díaz Quinto que lo apasiona y motiva día tras día.

Google News

TEMAS RELACIONADOS