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Figuras. San Ildefonso, tierra de barro

Ildefonso elabora diversas piezas desde 1999, pero desde estas fechas se prepara para el Día de Muertos y Halloween

El taller cuenta con un molino de barro, un horno de leña y otro de gas, práctico en la temporada de lluvias. El precio de las piezas oscilan entre los 35 sin pintar y los 75 ya pintadas (VÍCTOR PICHARDO)
17/09/2016 |23:46
Redacción Querétaro
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Tranquilo, en silencio, ajeno al mundo que lo rodea en la comunidad de San Ildefonso, en el municipio de Amealco de Bonfil, Ildefonso Pascual Victoriano elabora artesanías en barro. Con sus manos va dando forma a las tradicionales figuras, aunque para las fechas que se aproximan trabaja en estos días las típicas calabazas de Halloween.

Ildefonso trabaja el barro desde hace 22 años. En 1994 decidió regresar a Amealco, pues había ido a probar suerte a la Ciudad de México desde 1985, donde trabajó de ayudante de albañil, machetero, ayudando incluso a remover escombros de los edificios que cayeron por los sismos de aquel año.

Decidió incursionar en este arte porque unos vecinos trabajaban en un taller grande, en donde sólo de ver aprendió a trabajar el barro después de un tiempo y dos meses sin sueldo.

El hombre platica sin dejar de trabajar, pues el tiempo apremia y se deben elaborar las calabazas para las fiestas de finales de octubre, cuando se mezcla la celebración de Halloween y el Día de Muertos.

Toma la mitad de una pieza y la humedece. Luego coloca un tira de barro que servirá como pegamento y rápidamente coloca la otra mitad de la pieza. Las une firmemente, mezclando el exceso de esa tira con la pieza hasta que quede completamente lisa. Tras el procedimiento la coloca en una base para que se seque un poco, para, posteriormente, antes de que endurezca, hacer los orificios que le darán forma a la boca, nariz y ojos de la calabaza.

Indica que de estas figuras para la Noche de Brujas hace un buen número, pues muchos clientes llegan hasta San Ildefonso para comprarlas y llevarlas a vender a otros lados, principalmente provenientes del Estado de México y la Ciudad de México, aunque él y sus hijos también salen a venderlas a otros lugares.

Luego de que pasan esas fechas, comienza a hacer casitas y kioscos, que adornarán los nacimientos decembrinos.

Recuerda que en San Ildefonso el motor de la economía es el sillar y las artesanías de barro, pues la mayoría del pueblo se dedica a trabajar esos materiales.

Apunta que cada pieza, de unos 40 centímetros de alto, la vende en 35 pesos, sin pintar; ya pintadas valen 70 pesos, mientras que fuera del pueblo se cotizan hasta en 150 pesos, pero hay que considerar el transporte y quién las venderá fuera del municipio.

“Nos ponemos en todos lados. Ahorita en La Marquesa [Estado de México] ya empezaron a ir otros compañeros y hay competencia. El que lleva mejor material es el que vende”, dice.

Asimismo, recuerda que las calabazas las empezó a hacer uno de sus compañeros en 1997 y las llevaba a vender a Tequisquiapan. De ahí surgió la idea de hacer estas figuras, en 1999, cuando las empezó a elaborar.

Además de los terrestres, figuras que se ponen el piso para decorar la casa, hace canastas también de calabaza, para que los niños vayan a pedir su “calaverita” o su “dulces o travesura” la noche del 31 de octubre y 1 de noviembre.

Explica que el taller es suyo, gracias a que ha sido, como él se define, un “mil usos”.

“Anduve en el DF, en la macheteada, primero en la obra, luego a la macheteada. Por temporaditas me iba al otro lado y fue cuando levanté esto [su taller] y de ahí poco a poco. Me iba contratado, por dos o tres meses y ya salía. Al menos para ir a distraerse del otro lado”, abunda.

Dice que estuvo en Misisipi, Arkansas, Florida, Tennessee, Alabama, primero en las plantaciones de pino y luego a las de luz, pero desde 2006 que ya no trabaja por temporadas en Estados Unidos, dedicándose completamente a las artesanías.

“Apenas sale para comer, pero mientras haya, porque también ir a robar está canijo”, dice en tono de broma, mientras toma otra figura y vuelve a hacer el mismo procedimiento.

En su taller se apilan cientos de figuras. Además de las calabazas se observan macetas, pequeñas jarras y algunas casitas.

Afuera del taller está el molino de barro y más al fondo un horno de leña, donde se observa una pila de macetas que se cocen con el calor; dentro del taller hay un horno de gas, más práctico en temporada de lluvias, pues permite terminar el proceso del barro más rápido y con una temperatura homogénea.

Las piezas deben estar 10 horas en el horno, tras lo cual se pueden llevar a comercializar, aunque también depende las condiciones climáticas, ya que cuando hay mucha humedad no se secan rápido.

Sus siete hijos, el menor de 18 años, se dedican a vender y elaborar también las artesanías, pues desde niños les enseñó; sus hijas ya se casaron y sus maridos no las dejan que trabajen con él, pero sí venden las artesanías.

El artesano continúa con su trabajo en su taller, en silencio, únicamente el canto de algún pájaro o el sonido de un automóvil rompe el silencia del lugar, donde nacen obras de arte hechas en barro.

Todo queda en familia

Paula García Pérez, esposa de Ildefonso, tiene un local a pie de carretera, dentro de la comunidad, donde ofrece ya los productos terminados y pintados, algunos por ella misma.

La mujer explica que ella se dedica a pintar las piezas y a venderlas cuando llegan los clientes. Señala que observando aprendió a pintar las piezas y que desde hace 15 años les pone color a las piezas.

Dice que algunas jóvenes provenientes de la ciudad de Querétaro acuden a verla para que les enseñe a pintar las artesanías, a veces mandadas por su profesores y otras por su cuenta.

También sus hijos saben pintar el barro, además de que su nieta, de nueve años de edad, ya muestra interés por dedicarse al negocio de la familia, pues en ocasiones, cuando ve a su abuelo amasar el barro, también lo quiere hacer.

Precisa que de sus vecinos que se dedican a las artesanías, la gran mayoría buscan hacer las calabazas, por el éxito comercial que representan, ya que se venden muy bien, además de otras figuras, como los hongos y los puerquitos de alcancías.

Comenta que luego lleva su mercancía a Querétaro, cuando hay alguna feria a la cual la invitan; aunque desde hace tres años dejó de recibir las invitaciones, lo que lamenta porque toda su mercancía se vendía.

Finalmente, Paula García Pérez expresa que lo complicado de abrir un local en la capital del estado es que nadie se quedaría en el taller, ya que no les alcanza el tiempo a los dos de atender un negocio y trabajar las piezas.

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