“Si no hubiera ido a México, Gabriel Gabriel García Márquez no habría adquirido la distancia necesaria para ver cómo los mitos, los terrores colombianos, todo ese proceso de la violencia y la conformación del país se concretaban. No hubiera concretado todos esos fantasmas y pesadillas que él, con una memoria privilegiada, mantuvo calientes durante 20 años para escribir un libro u otro. México le permitió la distancia y le permitió también, en el diálogo con Álvaro Mutis, recordar los episodios y volverlos a escribir”, explicó ayer desde Colombia el escritor y poeta Juan Gustavo Cobo Borda.

En Colombia se gestó la obra de Gabriel García Márquez y en México ésta maduró.

Mario Rey, escritor y editor colombiano radicado en México, comentó: “García Márquez salió de Colombia porque trabajaba en El Espectador, se tuvo que ir a París y, por la dictatura, se quedó sin trabajo. Después lo contrató Prensa Latina, agencia de la Revolución Cubana, y se fue a Nueva York, pero se acentuó la crisis de Prensa Latina... mientras se comunica constantemente con Álvaro Mutis, que lo invita a venir a México en 1961”.

“Gabo —relató Cobo Borda— cuando vio que no podía seguir trabajando con los cubanos de Prensa Latina en Nueva York, cogió el bus porque quería recorrer las tierras de William Faulkner, con sólo 100 dólares, que le mandó un amigo, atravesó Estados Unidos y cuando llegó a México lo esperaba Mutis; el siempre solidario y compañero sobre aquello de ‘hablar de la vaina’ que era Mutis. Creo que lo primero que hizo fue llevarlo a los estudios de los Hermanos Barbachano Ponce. Ya sabía de Carlos Fuentes porque había publicado un cuento suyo en la Revista Mexicana de Literatura”.

El colombiano se vinculó con un grupo diverso donde estaban desde el cineasta Luis Buñuel, hasta el escritor Carlos Monsiváis. México fue también la puerta a la literatura de Juan Rulfo.

“Es Mutis quien le enseña Pedro Páramo. Es un momento clave en su formación como escritor. Reconocía que era una de las obras que más admiraba”, dijo Mario Rey.

El cine mexicano

Numerosos artículos periodísticos de García Márquez, que datan de los años 50, se refieren al cine de México, a sus actores, guionistas, productores. El de México era un universo que el periodista había conocido en las mismas salas de cine colombianas. Un universo que era familiar en Colombia gracias también a la música popular. Ya los dos países llevaban tiempo de un intercambio del que Gabo sería el “epítome”, como lo explicó el poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo.

En ese intercambio entre los dos países, Jaramillo recuerda por ejemplo la llegada a Colombia en el siglo XIX del pintor Francisco Santiago Gutiérrez, que fundaría la Academia de Bellas Artes de Colombia; la estancia en México de artistas como Rómulo Rozo, Omar Rayo, Rodrigo Arenas Betancourt, Fernando Botero; la estancia en Colombia de escritores como Carlos Pellicer, José Juan Tablada, Gilberto Owen... Y en este recorrido de ida y vuelta, también vinieron de Colombia a México los escritores Porfirio Barba Jacob —periodista y poeta—, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y, más recientemente, Fernando Vallejo. “García Márquez es el epítome en todo, es el gran colombiano y es el gran mexicano. Llegó hace más de 50 años. Allá estaba su vida, allá crecieron sus hijos”.

Una década después de que García Márquez escribiera esos artículos sobre cine, el cine lo acercó todavía más a este país, al propio Juan Rulfo, a Arturo Ripstein; a veces fue guionista e incluso llegó a tener una breve aparición.

Así lo contó Juan Gustavo Cobo Borda: “Hicieron una película experimental, participaron Rulfo, Buñuel, Monsiváis, una especie de conspiración de amigos. Buñuel hacía de cura y predicaba desde el púlpito; García Márquez estaba en la puerta del supuesto cine cobrando las entradas. [En ese grupo] encontró el espacio más propicio para muchos de sus intereses. Uno de ellos era el cine y otro era la posibilidad de que, incluso trabajando en publicidad, se podría encerrar después 18 meses, sólo recibir el whisky y el cariño de los amigos como Jomi Garcia Ascot y Álvaro Mutis, y embarcarse en la gran saga de Cien años de soledad.”

“Esa época es clave en la construcción de Cien años de soledad. Contaba que iba de camino hacia Acapulco cuando se percató del tono en que quería contar su libro, entonces se regresó. Pasó en su casa 18 meses dedicados a escribir. El dinero que tenía se lo dio a Mercedes para que lo administrara”, describió Mario Rey.

En aquellos primeros años también publicó con la Universidad Veracruzana Los funerales de la Mamá Grande y, como guionista con Carlos Fuentes, trabajó el texto de Juan Rulfo, El gallo de oro.

“Tuvo muchos inconvenientes por falta de dinero —dijo Rey—, pero también una convicción absoluta en lo que tenía que hacer. Eso hay que destacarlo en él: tuvo fe absoluta en su oficio, jamás trabajó en algo distinto a la escritura, como escritor y como periodista”.

Para Rey, García Márquez “no sólo es uno de los grandes escritores de la lengua española y del mundo, sino un genio sólo comparable con Miguel de Cervantes; grandes en simbolismo de la obra, universalidad, lenguaje, trabajo. Lo critican por las fotos con presidentes y con la aristocracia colombiana, pero la gente no se da cuenta de que esa aristocracia se acerca a él por la dimensión que él tiene. Él representa el otro sector de Colombia, es un hombre de una familia de trabajadores, que se ha forjado y hecho toda su vida, y que ha llegado a tener dinero y poder a partir de su trabajo. Es algo muy importante porque en Colombia mucha gente no lo quiere por envidia. No lo quiere la aristocracia porque es de izquierda, y los de izquierda no lo quieren porque estaba cerca del poder pero lo hacía convencido de la necesidad de negociar, de lograr la paz”.

En palabras de Darío Jaramillo: “García Márquez es el colombiano más importante que ha existido en todos los niveles. Lo que ha hecho no lo ha igualado nadie que haya existido. La suya es una grandeza llena de amor, no es la del jefe militar o jefe político. Nos sentíamos parientes de él, que él era parte de nosotros porque todo el que lo haya leído siente que tuvo muy buena compañía en la vida, que los momentos que tuvo con él fueron muy gratos. Es muy bueno para este país que el colombiano más importante de todos los tiempos sea un contador de cuentos”.

Finalmente, Juan Gustavo Cobo Borda exalta el lugar de la poesía en García Márquez: “Fue un lector insaciable que, para poder escribir sus libros, asimiló a los Cronistas de Indias, todos los trabajos sobre los dictadores, todo lo referente a Simón Bolívar, y que luego lo volvió su pulso y su sangre en un estilo que es único porque es accesible a todos. Nos enseñó que si no está la aventura, la intriga, el amor, la cursilería, el infinito goce del bolero y todo eso, la gente deja el libro. Descubrió esa veta única de aquello que él decía: ‘todos queremos saber de dónde venimos, y quiénes son nuestros papás y nuestras mamás’. No se explica la trascendencia de Gabo si no es precisamente por la poesía; toda su prosa está sustentada en el Siglo de Oro español, en Pablo Neruda. Supo que toda la gente no sólo cuando es joven sino cuando es vieja, sólo recuerda los versos que le enseñaron en la casa o en la escuela, y por eso la figura central de El Otoño del Patriarca no es el dictador sino el poeta Rubén Darío”.

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