Toda nueva oportunidad conlleva un sacrificio. Más en Santa Rosa Jáuregui, donde el entorno social está dividido. Por un lado, las personas y familias que tratan de mantener una productividad constante, una vida tranquila. Por el otro, el latente peligro de la drogadicción entre la juventud local, que ha derivado en delincuencia, enfrentamientos entre pandillas de la zona e inseguridad, que precisamente, afecta la vida cotidiana del entorno.
No es fácil experimentar y contar las dos perspectivas. Sin embargo, Josué Silva Herrera, a sus 38 años de edad, tiene bien clara su labor: alejar a jóvenes de la calle y los vicios que una vez lo hicieron tocar fondo, mediante el deporte. Un reto nada sencillo en un barrio que poco se deja ayudar.
Aun así, en su gimnasio de Santa Rosa Jáuregui, Rude Side Fight Team, Josué recordó que decidió cambiar el rumbo, dejar los vicios, en primera por sus dos hijos, su mayor motivación, y en segunda, para aportar su granito de arena a su comunidad. Él siente que le debe retribuir algo a Santa Rosa Jáuregui, una deuda personal que asume de forma permanente, aunque algunos de los casos, de conocidos y amigos con los que compartió calle años atrás, que se propuso sacar del vicio ahora han fallecido. Pérdidas que han reforzado su espíritu, “pues eso me sirvió para entender que no debía desistir, no dejarles de insistir a los chavos por más que se rehúsen”.
“El día que mataron a uno de ellos, lo había visto al mediodía en la esquina. Lo conocía desde muchos años antes y le propuse que me ayudara ese día a entrenar como sparring. Era muy bueno para el tiro y quería que viera otro tipo de cosas, pero se negaba. Le insistí varias veces que me ayudara a prepararme para una pelea que tenía próxima hasta que llegaron dos tipos a presionarlo porque habían quedado de ir a otro lado. Me dijo que no, ahí lo dejé y me fui. Al otro día nos enteramos que esa misma noche lo mataron”, contó Silva Herrera.
El origen
Una bodega en la calle 16 de Septiembre sin número es donde se encuentra el gimnasio Rude Side Fight Team. Un espacio que el mismo Josué —quien ostenta el mote de Doberman en el ámbito de las artes marciales mixtas—, reconoció, era el que en su juventud utilizaba para reunirse con su pandilla, a drogarse o fraguar algún delito. Por eso le costó trabajo, cuando rehabilitado le pidió al dueño que se lo rentara. “No quería, siempre es difícil cuando te ven de una forma y cuando vuelves ya no confían en ti. Pero insistí y me gané de nuevo su confianza hasta la fecha”, reveló el ahora entrenador.
Desde hace nueve años, el gimnasio da servicio luego de que Josué regresó a su barrio, pues tuvo la necesidad de huir de la zona varios años, porque se le seguía un proceso penal. Fue a Estados Unidos primero, país al que ya había viajado en el pasado, pero sólo fue por un año. Después viajó a Morelia, donde encontró a personas que lo apoyaron para dejar las drogas y ahí también fue el lugar donde conoció las artes marciales mixtas.
“La última vez en Estados Unidos duré un año, puesto que la madre de mis hijos se había quedado embarazada y tuve que volver cuando nació mi hijo, regresé cuando tenía cuatro meses de nacido; por cuestiones de actos ilícitos que había hecho tenía unos procesos de carácter penal y aquí no podía estar; en Morelia duré cinco años de 2003 a 2008, que fue cuando todo se arregló y ya pude regresar a Santa Rosa”, detalló.
Originalmente, el Doberman Silva se reconoció como “travieso e intenso con los chavos del barrio”. Siempre envuelto en broncas, a veces de uno contra uno, otras en campales, por lo que “te vas involucrando cada vez más y si no, viene el vandalismo, pues sí me ha gustado robarme las olas sin problemas y debido a eso me involucré mucho en la droga, te involucras en actos ilícitos.
“Cuando salí de Santa Rosa Jáuregui se quedaron revanchas, rencillas pendientes, y siempre fui bueno para el tiro. Cuando regreso con mi esposa me dije que tenía que ponerme las pilas, andar por buen camino, aparte de que ya había nacido mi segundo hijo, así que ya tenía mayor conciencia y decidí canalizar lo que consideraba que era mi habilidad en un deporte”, relató.
Josué incursionó inicialmente en el capoeira. Duró poco, “porque no me alcanzaba a llenar, no había golpes y yo por ser criado en barrio me gustaba darle duro”. Ahí mismo daban kick boxing y se metió a practicarlo. Le gustó más la idea del contacto completo, que le sirvió también para conocer el jiujitsu brasileño.
“Me enrolé y destaqué muy rápido. Después de eso participé en torneos de jiujitsu japonés y después conocí el muay thai, que es la disciplina que imparto ahora, el boxeo tailandés”.
Aferrado a conseguir sus sueños
Todo lo que practicaba y conocía Josué Silva sobre disciplinas de combate, servía como detonador de su hambre para conocer todavía más. “Pero al estar casado, con familia y tener una vida laboral, no dejaba tiempo, sin embargo, siempre fui aferrado a conseguir mis sueños y le echaba ganas, me despertaba más temprano, salía a correr en la noche, ahorraba dinero y trataba de ir a seminarios, por lo que, al momento de madurar y destacar, al estar solucionados los problemas que tenía aquí, mi esposa necesitaba regresar”.
Josué no quería. Se rehusaba porque en Morelia, además de dejar las drogas, también había sido uno de los responsables para que voltearan a ver a aquel estado en el ámbito de las artes marciales mixtas y era un peleador reconocido.
“No quería porque allá en Morelia ya era una figura pública, algo conocido, pues me hice famoso porque como no teníamos dinero para entrenar en un gimnasio lujoso, corríamos en el parque Cuauhtémoc y llamábamos la atención, de alguna forma fuimos pioneros en Morelia en las artes marciales mixtas, y de muay thai sí había competidores, pero nosotros colocamos a Morelia en el mapa. Pero mi ahora ex esposa tenía razón al decirme —en su afán de regresar a Querétaro— que le debía algo a Santa Rosa, que lo que estaba haciendo allá, bien lo podía hacer con los chavos de Santa Rosa Jáuregui”, recordó.
Gaby, con quien estuvo casado desde los 19 años, y su madre, afirmó el peleador, son quienes le ayudan a poner los pies en la tierra. Son quienes le recuerdan por qué se originó el gimnasio, pues aceptó que no tiene mucha paciencia con los jóvenes a los que les brinda la oportunidad de entrenarse con él, pero que no son constantes y que no dejan la calle ni los vicios.
“A ellas les debo el 60% de lo que soy ahora. Mi idea era sacar a mi hermano de las drogas originalmente e inculcarles a mis hijos los valores y códigos de conducta de las artes marciales mixtas, eso era mi principal objetivo y a mí el seguir en esto era porque me había enderezado la vida.
“Me di cuenta que en Santa Rosa corría mucha droga, por lo que Gaby fue la que me dio la idea de hacer el gimnasio, pero además de buscar a los chavos de aquí para invitarlos y sacarlos de las drogas y de las peleas de la calle, debido a ella fue que iniciamos”, platicó.
Además de su esfuerzo y espíritu guerrero, Josué trabaja con fe. “Pero si alguien no tiene determinación de salirse de ahí, no se le puede ayudar.
“Muchos camaradas del barrio no están aquí conmigo entrenando. Los frecuento en otro plan y me he ganado su respeto porque no se me han subido los humos. A algunos los han matado, otros están en la cárcel y duele, pero lo que no puedo hacer con ellos trato de hacerlo con las nuevas generaciones de los chavos en el barrio antes de que se enrolen”.
Aunque confesó tener poca paciencia, aceptó trabajar con niños y jóvenes precisamente porque es una zona donde se conoce la droga a los 10 años. “Trato de recibirlos, los pongo a correr y los enrolo en los deportes de combate, pero lo hago con los que se dejan ayudar, desgraciadamente no es con todos así”.
Labor salomónica
Actualmente, en su gimnasio que se divide en dos partes, de pesas y de artes marciales mixtas, cuenta por un lado con 60 jóvenes en el aspecto del culturismo y alrededor de 80 jóvenes dedicados al deporte de combate de todos los niveles, desde amateur hasta semi y profesional, con los que ha destacado en torneos nacionales.
“Apenas, después de estos nueve años, este proyecto ya me es sustentable y redituable. Muchos chavos ya saben de lo que se trata la academia. A algunos los beco, otros les cobro poco, otros, los que pueden, pagan completo y ahí tratamos de hacer algo salomónico, ver quién puede o no pagar, y así jalar como equipo. Así le hemos hecho, a veces si alguien necesita un material nos cooperamos y se compra, en fin, se trata de despertar el espíritu de trabajar en equipo”, declaró Doberman Silva, quien está satisfecho con el trabajo hecho hasta el momento, pues el proyecto ha crecido tanto en número de practicantes como en los aparatos que se necesitan, lo que lo han hecho uno de los gimnasios más completos en ese sentido en Santa Rosa Jáuregui.
Aunque al principio Josué batalló para recuperar la confianza de las personas que lo vieron inmerso en el vicio, poco a poco logró demostrar que su intención va en serio.
“Para dejar por completo la droga debes sanar física, mental y espiritualmente, si en alguna de ésas no estás bien, corres el riesgo de recaer. Aquí les digo a los chavos que, como peleadores, si son buenos durarán unos cuatro años, pero esto es una formación marcial integral que fortalece los valores, las conductas para terminar de estudiar, trabajar; y en lo social y familiar, que sean fuertes de carácter, por lo que trato de que mis hijos se lleven la mejor parte de mí”.
Es así como Josué se considera un guerrero. Uno que experimentó las consecuencias de la drogadicción, pero además que supo salir de ahí para dedicar su vida a un reto nada sencillo, en un barrio que poco se deja ayudar.