Por más de 30 minutos le quitaron la vista a Adriana García, maestra de preescolar, y en esos minutos su vida se llenó incertidumbre, desesperación. Santiago Carrillo, de 13 años, vivió la misma experiencia y sintió algo de miedo, imaginaba que estaba lleno de hoyos el piso y en cualquier instante podía caer.

Adriana y Santiago, más cinco personas, vivieron por unos minutos lo que a diario experimentan las personas ciegas. El ejercicio es parte del programa de sensibilización del Museo de Arte de Querétaro (MAQro), que desde enero se convirtió en el primer museo estatal de la Red de Museos y Espacios Culturales para la Atención de Personas con Discapacidad, creada en la Ciudad de México.

En 2010 el MAQro comenzó a trabajar con personas ciegas y débiles visuales, iniciaron con un taller de barro y luego abrieron cursos de apreciación de arte, actualmente atienden al mes, en diversos cursos, talleres y visitas, a más de 100 personas ciegas, sordas y con discapacidad motriz.

“Nuestro trabajo está orientado a incluir a los públicos y brindarles el mismo respeto, aquí damos el mismo respeto a los niños de preescolar, a los adultos mayores, que a las personas con discapacidad”, dijo Adela González, responsable del área de Servicios Educativos del Museo de Arte de Querétaro.

El nuevo taller que incluirán será del sistema de lecto escritura Braille, su prueba piloto se realizó en este mes y pretenden realizarlo dos o tres veces al año.

Una de las actividades más llamativas es la visita a ciegas por el claustro de San Agustín, hoy Museo de Arte, que incluye una pequeña clase de Braille, del interés de las mismas personas que acuden a éstas visitas nació la idea de un taller específicamente de Braille.

La prueba piloto se realizó por una semana y llegaron cinco personas, una de ellas es Adriana García, maestra de preescolar, quien asistió con su hija Melissa Romero de apenas nueve años de edad. “Siempre me interesó aprender este sistema y ahora voy a buscar la manera de poder aprender más”, dijo.

Norma Aguilar ingresó al taller pensando en el problema que tiene con la vista. “Soy una persona que utiliza lentes desde hace mucho tiempo y mi problema es progresivo, me han dicho que no me pueden ayudar ni con cirugía, y ya hay cosas que me está constando ver, a mí me gusta mucho leer y si a la larga voy a dejar de ver o voy a tener una visión disminuida me gustaría seguir leyendo y el Braille es una opción”, platicó a EL UNIVERSAL Querétaro.

La señora Norma asistió al taller con su hijo Santiago Carrillo, de 13 años de edad, al principio Santiago no quería participar. “Luego ya me fui interesando y vi las ventajas, porque nunca sabes qué te puede pasar, todo puede cambiar en un segundo, empecé a ver las ventajas y lo aproveché, me ha parecido muy interesante y divertido”, comentó.

Primero el antifaz

En esa prueba piloto del taller de Braille se realizó una visita a ciegas especial, y se abrió la convocatoria al público. Adela González dio la bienvenida a la visita a ciegas, hablando de la importancia de sensibilizar a los normo videntes sobre las problemáticas a las que se enfrentan los ciegos, sobre todo en la calle.

“El objetivo de esta visita es que nosotros podamos ponernos en los zapatos de las personas que no ven y en un momento dado apoyarlos porque a veces no sabemos la manera de apoyar si nos los encontramos en la calle. Algunos ya conocen el Museo pero esta visita es totalmente diferente, porque se utilizan todos los sentidos, nosotros somos 80% visuales y dependemos de la vista, en este recorrido se utilizan todos los demás sentidos”, explicó.

Ana Luisa Delgado Pastor vio la invitación de la visita a ciegas y llegó acompañada por su hija Claudia Garnica, y Claudia invitó a su novio Cristian Bellino. Los participantes se formaron en fila y a cada uno le entregaron un antifaz para cubrir sus ojos. Brenda Leal les enseñó a tomar el bastón y cómo utilizarlo para identificar escalones y otros obstáculos.

La primera en la fila era Claudia, de 19 años de edad y estudiante de Artes Visuales, ella fue la encargada de guiar al grupo en los primeros minutos del recorrido, que comenzó por el patio principal. Guiados por el sonido del agua llegaron hasta la fuente, subieron el primer escalón para poder tocar los bordes y la iconografía con que fue creada, rodearon la fuente y regresaron nuevamente a la entrada principal, utilizando su oído para identificar el ruido de la gente y los autos que pasaban por la calle.

“Sentí nervios de ser la primera en guiar al grupo, pensaba que no era suficientemente capaz de dar una instrucción de prevención, también me daba mucho miedo pegarme yo y que todos los demás se asustaran o caerme y que todos se cayeran. Yo ya conocía el museo pero con esa visita fue como si recorriera un espacio desconocido”, platicó Claudia.

Después de llegar a la entrada se encaminaron a las escaleras que suben a la planta alta. Comenzaron a percibir un suave olor a incienso y fueron guiaron por una música de cánticos antiguos, propios de un ex convento. Durante el recorrido cambiaron de guía, a mitad de las escaleras le tocó llevar el bastón a Santiago, el más joven del grupo.

“Sentía que había hoyos por todos lados y sentía que me iba a caer, aunque sé que no existían pero sí sentía eso porque no veía nada y no sabía qué había. Me sentí extraño al subir las escaleras, y sentía que subía y subía y no sabía cuál era el último escalón, fue muy difícil. Después del recorrido a ciegas lo que siento es lástima, no por las personas ciegas, después de sentir todo lo que enfrentan me da lástima que no haya nadie que los quiera ayudar y los ignora, o también a veces quieren ayudar y no saben cómo, eso me da lástima”, platicó Santiago.

Adriana García vivió instantes de incertidumbre, “sí hubo momentos en que quería quitarme el antifaz, porque no sabía en dónde estaba, yo sé como es el museo pero sentía esa incertidumbre de no saber dónde estaba, y aunque sabía que había gente que nos estaban guiando no sabes qué va a pasar, sí sentí incertidumbre y desesperación”.

Sentidos a prueba

Al llegar a la planta alta hicieron un descanso. Les pidieron extender sus brazos y apreciaron la textura, humedad y aroma de una toallita para limpiarse las manos, después les entregaron una gomita dulce y para algunos fue complicado decir qué sabor estaban probando, hubo quien dijo que estaba comiendo “algo rojo”.

Brenda Leal explicó que los normo videntes están tan acostumbrados a la vista y por eso no utilizan al 100 % el resto de sus sentidos, a tal grado que el sabor de la comida también está predeterminado por su vista. El recorrido terminó al quitarse los antifaces, para ver con sus propios ojos cada detalle que les fueron platicando de ese edificio del siglo XVIII que fue claustro de San Agustín.

Por el periodo de vacaciones de verano la siguiente visita a ciegas será hasta el 19 de septiembre, y formará parte de las actividades del 28 aniversario del MAQro.

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