Es el templo más antiguo de Querétaro, dicen algunos. El paso de los años y los siglos se nota en los muros de la Iglesia Chiquita, pero un puñado de habitantes de La Cañada, movidos por la fe, le dan vida a este inmueble lleno de historia. En La Cañada, cabecera municipal de El Marqués, el templo se ubica a una cuadra de la Plaza San Pedro, donde el templo del mismo nombre domina el panorama.

Sobre la calle Del Marqués, a una cuadra de Venustiano Carranza, frente a un jardín donde se instalan puestos de elotes, garbanza y gorditas, la Iglesia Chiquita se yergue desde 1529, fecha en la que según las crónicas, comenzó su construcción en La Cañada, por lo que muchos historiadores la colocan como la más antigua del estado de Querétaro.

Al frente una cruz de piedra recibe a los fieles y curiosos que se acercan al templo, que en ocasiones permanece cerrado. La base de la cruz tiene un inscripción poco legible, pero se alcanza a leer un año: 1709. La cruz tiene grabados símbolos como una corona de espinas, una escalera, clavos. Es el mismo estilo que el de las misiones de la Sierra Gorda.

Adentro del templo está la adoración del Santísimo, motivo por el cual está abierto, para que los fieles puedan entrar, rezar unos momentos y seguir con sus actividades diarias. Además, hay una mesa con papeletas, en las cuales los fieles pueden poner sus peticiones o intenciones para las misas. Asimismo, hay dos tinas con bolsas de pan que pueden tomar los fieles, por si les apetece, o tienen hambre. En el altar una imagen de la virgen de Guadalupe predomina. La decoración es sencilla, austera, el estilo de los franciscanos del siglo XVI.

Una mujer, María del Carmen Martínez Cruz, entra al templo, se persigna y toma dos panes de una canasta. Advierte que no se pueden tomar fotografías dentro del templo mientras esté el Santísimo, tampoco se permiten los teléfonos celulares.

María del Carmen, de 61 años de edad y originaria de La Cañada, narra que cuando era niña acudía a la escuela en el templo, donde las religiosas impartían la educación primaria a falta de escuela establecida.

“Aquí había clases. Nos daban clases las monjitas, pero como el padre Miguelito [párroco en esos años] compró un terreno por Emiliano Zapata [la calle], por allá se hizo la escuela, fue cuando nos cambiaron”, indica, al tiempo que señala una pila de bancas de madera, que dice eran en las que tomaban clases.

“Nosotros gozamos de todo lo bueno”

María camina por los pasillos que recorrió de niña, cuando acudía a la escuela en las habitaciones que están a un costado del templo, donde hay un patio decorado con macetas llenas de malvones y otras plantas. Un arco que da acceso al lugar muestra huellas de humedad y salitre sobre la pintura color mamey, que ha perdido brillo por el paso de los años.

María señala que los grupos de la escuela eran de aproximadamente 40 alumnos, muchos de los cuales son actualmente maestros, abogados, o tienen otros oficios, luego los llevaron a la nueva escuela, donde terminó su primaria.

Asimismo, María recuerda su niñez, cuando con sus amigas y amigos solían ir a nadar al río Querétaro, en la época cuando el agua era cristalina y se podían dar un buen chapuzón en la misma. Aunque no todo fue diversión, pues en una ocasión estuvo a punto de ahogarse.

Gracias a que se sostuvo de una rama, pudo librarla. Además rememora que había mucha fruta para comer.

María dice que es casada, su esposo se llama Pedro, y nunca tuvieron hijos. Recuerda también que su papá era trabajador de la fábrica de textiles de Hércules, mientras que su mamá fue ama de casa.

“Nosotros gozamos de todo lo bueno. Ahora ya pasa uno y pura contaminación. Qué van a ver ahora los niños. Ahora todo sucio”, abunda, mientras un olor a arroz que se dora comienza a llenar el aire del mediodía.

En la cocina del templo dos mujeres elaboran comida que repartirán entre la gente que quiera un plato de alimento y que no tenga los recursos necesarios para sus alimentos.

María de la Cruz Hernández mueve el arroz que dora en una olla, mientras explica que tiene más de 40 años que hace comida en el templo. “Nosotros pertenecemos al grupo de Pastoral Social, que se dedica a hacer obras de caridad, entonces a mi me gusta. Esto se hace de cooperación de todo el pueblo, porque pasan pidiendo en las calles, que una sopa, una bolsa de arroz, un aceite, y de eso sobrevive el comedor [del templo] con ayuda de todas las personas. Es para la gente que lo necesita, aquí hay mucho drogadicto, aquí el comedor se llena, y no es chico”, explica la mujer.

Narra que la comida se hace miércoles y jueves, días en los que pueden acudir hasta 70 personas a comer. Lo harían diario, pero no cuentan con el apoyo de alguna institución que aporte los recursos suficientes para hacer de comer todos los días, incluso el gas lo tienen que comprar entre ellas. El menú del miércoles es arroz y papas con chile y frijoles.

Agrega que la Pastoral Social también brinda apoyo a los enfermos, pláticas para las personas con adicciones, y comidas especiales cuando hay fiestas u ocasiones especiales, como pozole y otros platillos. Ayudan a María de la Cruz, Catalina Rangel Mancera y María Lucía González Flores, quienes se dividen las actividades dentro de la cocina. En tanto, María del Carmen se une al recorrido por el templo.

Rescate de la ciudadanía

Pedro Morales Hernández, de la Cofradía del Santísimo, explica que los muros interiores lucen dañados por la humedad, aunque ellos tratan de mantener en buen estado el inmueble, pero no pueden hacer mucho, ya que para remodelar o incluso pintar un muro, tienen que pedir permiso al Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Pedro lamenta que durante muchos años la Iglesia Chiquita, con todo y su campana original (otras dos son más recientes) haya estado en el abandono durante muchos años.

Apunta que en total el personal de la Cofradía asciende a 70 personas, no todos están al mismo tiempo, pero tratan de estar todo el tiempo con el templo abierto, vivo.

“Ahorita somos como siete los que estamos aquí. Nos encargamos de tener todo listo, se barre, se trapea, se lava el piso de cantera. Cerramos a la seis, damos otra barrida, regamos las plantitas, tratamos de mantenerlo [en buen estado] lo más que se pueda”, acota.

Orgulloso de la Iglesia Chiquita, Pedro presume que en el templo se encuentra la pila bautismal donde Fernando de Tapia, Conín, recibió el sacramento del bautismo cuando se convirtió al catolicismo. La pila es de gran tamaño y de cantera, material abundante en La Cañada.

Del mismo modo, señala que el costado izquierdo del templo fue usado como panteón, algo normal en el siglo XVI, cuando se solía sepultar a los difuntos cerca de los templos, aún hay lápidas en el lugar, aunque dejó de ser cementerio desde hace mucho tiempo atrás. Para acceder al lugar hay que pasar por la parte de atrás del templo, pues un muro y una reja impiden pasar a la zona del panteón.

Agrega que los fines de semana el templo lo suelen ocupar para misas de ceremonias como bodas y 15 años, pero misa dominical es en la parroquia de San Pedro.

Leyendas y tesoros

Entre las historias que rodean a la Iglesia Chiquita está la de don Herminio y su foto, platica Pedro. Explica que don Herminio era el encargado de cuidar el templo hasta hace dos años, cuando falleció.

“Una vez le sacaron una foto en el atrio del templo, frente al mismo. Y vi la foto. Le sacaron la foto y se ve atrás de él una persona alta, con una vestimenta como de revolucionario, cuando él estaba solo en la foto. Está a un lado de él, custodiándolo”, precisa.

Pedro dice que existen algunas leyendas sobre el templo, pues cuentan historias en La Cañada de que hay dinero enterrado en el mismo.

Como ejemplo, recuerda cuando en la Casa de la Cultura de El Marqués, a unos metros, se encontró dinero. “De que hay lana, sí hay, pero hay que dejarlo en paz”, puntualiza.

Las mujeres y el hombre siguen con sus actividades en la Iglesia Chiquita. Se preparan para recibir a los comensales y para los oficios religiosos en el templo, como lo vienen haciendo los fieles voluntarios desde hace 490 años.

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