Mauro recibió una oferta de trabajo hace 18 años: ir a Querétaro para seguir su carrera como economista. Procedente de la capital de San Luis Potosí, en ese entonces radicaba en Veracruz, solo, por el mismo motivo laboral.Las llamadas telefónicas de la semana y las visitas esporádicas ya no bastaban, así que sin pensarlo aceptó mudarse a la capital queretana. En 1998 se instaló en una casa cerca de la colonia Cimatario, cuando la avenida Constituyentes era “de las orillas” de la ciudad. Un año después —en septiembre de 1999— su esposa Griselda y sus hijos Óscar de 15 años, Cinthia de 11 y Sandra de 10 lo alcanzaron en la aventura, entre enojos, reproches y tristeza.

Allá al norte quedaron los amigos de la escuela, los vecinos, los primos, la novia de Óscar. Toda su vida. A 17 años de aquella decisión, hoy viven su mejor etapa como familia.

“Hace 18 años me ofrecieron venir aquí, trabajaba para una empresa de San Luis y me vine, al año los traje a ellos… para mí no fue difícil llegar aquí, era una ciudad muy diferente, sin tanto tráfico, sin tanta gente, sin tanta inseguridad”, cuenta Mauro, quien refiere que su amor por Querétaro está en su historia, en el comedor le cuenta a su familia cómo el indio Conín fue pieza clave para que los españoles lograran someter a los nativos, que tiempo después se bautizó en la fe impuesta por los conquistadores y le dieron el nombre de Fernando de Tapia, el mimo de una de las calles del Centro Histórico.

La transición para cada uno de los cinco integrantes de la familia Alfaro García fue diferente, un cambio del que fue pilar Griselda, originaria de la huasteca potosina. “Fue muy difícil, porque nuestra vida ya estaba hecha en San Luis, ellos [nuestros hijos] se nos rebelaron mucho, nos tocó un Querétaro todavía tranquilo, ahorita ha crecido demasiado en personas, tráfico, inseguridad. Hoy tenemos una relación cada vez más sólida, superamos esa crisis de rebeldía a los dos años, hemos trabajo mucho por nuestra familia”, comenta.

Mauro y Griselda se conocieron en la universidad, en donde estudiaron Economía; ella es ama de casa y los primeros meses en Querétaro la añoranza la vivía a través de sus álbumes de fotos, en algunos lapsos del día contemplaba su contenido y lloraba; y es que a pesar del cambio de residencia, su esposo se ausentaba por el trabajo. Extrañaba su tierra, su familia, sus amigos, una vida formada a través de los años.

Juntos en la sala, mientras cuentan su historia, Mauro y Griselda intercambian miradas, entrelazan sus manos. Se protegen. Recuerdan como era aquel Querétaro, cuando vivían menos de la mitad de las personas que hoy habitan el estado.

En donde rentaban les tocaron tiempos difíciles, pues aunque la ciudad en general era tranquila, vivían “en un barrio” de donde decidieron sacar a sus hijos para llegar a la zona de Residencial Galindas.

“Cuando llegamos aquí [la casa actual] la 57 era hasta un paso de muerte, era atravesar 5 de febrero desde la colonia Niños Héroes y llegar como a otro municipio, a otra ciudad”, cuenta Mauro, quien deja ver su entusiasmo por la historia y el agrado que le provoca recordar y compartir con su familia lo que les tocó vivir.

“Yo me acuerdo que llegamos cuando estaban ampliando 5 de febrero, eran dos carriles de cada lado”, le dice Óscar a su papá. Él es el mayor de los tres hijos, hoy tiene 32 años y tiene dos hijos nacidos en Querétaro, de nueve y seis años.

Para él también fue difícil el cambio, en San Luis dejó una relación de dos años, el amor de adolescente con el que crees que pasarás el resto de la vida, eso le pasó a Óscar. Llegar al lugar en donde conoció a su esposa era entonces el sitio en donde recibió rechazos y protagonizó algunas peleas por “llegar a echar a perder la ciudad”.

“Creo que a mí más me costó, sobre todo por la novia, tenía dos años y creía que me iba a casar con ella y batallé mucho porque llegué a una escuela de un ambiente muy difícil, en una zona como La Cañada, eran muy peleoneros y a los de fuera no nos querían, y también porque llegué muy rebelde y bien peleonero”, recuerda.

Muchos le dicen que ya es queretano, lleva 17 de sus 32 años radicando en esta ciudad, pero no se asume como tal, hay algo que no le ha permitido sentir esa pertenencia. Si tuviera que elegir viviría en Aguascalientes, aunque eso no significa que aquí no sea feliz, sólo es diferente. Hoy es agente de ventas en el ramo de la construcción.

“Me gusta Querétaro, pero no sé, siempre dije que no iba a durar mucho, si por mí fuera me iba a Aguascalientes, porque me gusta mucho allá, pero también estoy muy agradecido con este estado, es una ciudad muy bonita, pero no sé, como que nunca me he sentido parte, siempre presumo que soy de San Luis, pero no sé por qué. Estoy muy contento porque aquí conocí a mi mujer, tengo a mis dos hijos”, señala.

Otra parte de la historia la tiene Cinthia, Tita como le dicen, hace unos meses se casó con un “defeño”, coincidentemente llegó también a vivir a la ciudad en septiembre de 1999; egresada de la Facultad de Administración de la UAQ, es la que más arraigo siente por Querétaro.

Cuando su papá recibió la propuesta de la plaza lo vio como la oportunidad de estar todo el tiempo con su familia, extrañaba a su papá, durante algunos años le tocó llorar con el teléfono y también sin él [al colgar]. El cambio le entusiasmaba.

“Para mí sí fue un poco diferente, a mis hermanos les costó más, pero a mí no, me acuerdo que estaba muy emocionada, yo extrañaba mucho a mi papá, cada que nos hablaba de Veracruz yo lloraba y lloraba, colgaba y seguía llorando porque ya quería que estuviéramos juntos”. Durante la plática Cinthia ocupa el sillón mediano, en todo momento acompañada de su sobrina Sofi, quien no para de darle muestras de cariño.

“Para mí Querétaro fue eso: volvernos a juntar, a mis hermanos les costó mucho; para mí la idea de un cambio y estar juntos me emocionaba. Querétaro ha sido como la ciudad de las oportunidades, aquí pude terminar mis estudios, estudié un posgrado. Aquí mis hermanos hicieron sus familias”.

Pero la rebeldía también se reflejó en Sandra, quien en innumerables ocasiones intentó persuadir a su mamá —entre broma y anhelo— de regresarse a San Luis; enojada, rebelde, triste, a Sandy le tocó abrirse paso en una sociedad que llegó a burlarse de ella y de su hermana por su forma de hablar.

Sin embargo, su personalidad alegre, que transmite confianza, le permitió ganarse el cariño de mucha gente, “las mejores personas de mi vida las conocí aquí”.

Hace nueve años llegó a su vida su princesa: Sofía. La pequeña tiene la misma chispa de su mami, es amable y respetuosa.

“Llegamos súper enojados con mis papás porque no queríamos venirnos para acá, nos dicen ‘ya tiene mucho tiempo, ya son queretanos’, pero no, seguimos siendo potosinos”. Sandy, como le dicen de cariño, estudió comunicación y hace un año incursionó en los medios de información.

“Siempre me gustó escribir”, toda la familia coincide en su facilidad de palabra. Aunque muchas veces pensó en regresar a su tierra potosina, hoy lo piensa más: “Estoy tan contenta con mi vida en este momento aquí en Querétaro que yo creo que ya no me regresaría”.

Aunque la pequeña Sofi no piensa igual, a ella le encanta San Luis Potosí, “me gusta más que aquí, a veces le digo a mi mamá ‘vamos a quedarnos un día, bueno otro más, mejor hay que quedarnos un mes’, me gusta porque está toda mi familia y cuando están todos se hacen unas pachangotas, me gusta eso de estar todo en familia porque está grandota”.

“Querétaro es muy bonito, nos hemos enamorado de él, estoy muy contenta de estar aquí…”, cierra Griselda.

Google News

TEMAS RELACIONADOS