“Lo que une a las familias es el amor, sin importar como estén conformadas”, afirma Gisela Sánchez, quien fue criada desde niña, junto con sus dos hermanos, por su abuela, mamá Liz, y que moldeó su carácter. Otra familia, en Monterrey, Nuevo León, Nadia y su esposa Jennifer luchan contra la no aceptación de las familias diversas en una sociedad que debe de ser reeducada en el respeto y la aceptación.

De gesto amable y voz suave, Gisela define a la familia como las personas que están en una casa y se apoyan a crecer y desarrollarse. La familia de Gisela cambió cuando su madre falleció.

“Mi abuela, de 70 años, nos adoptó cuando murió mi mamá. Yo tenía 12 años, mi hermana más grande tenía 14 y mi hermano más chico, siete. Mi abuela, con 70 años, nos adoptó, éramos seis hermanos que mi abuela era quien nos ponía orden, aunque también mi abuelo, porque ahí vivía, pero veíamos menos a mi abuelo, pues vivía en el piso de abajo, y mi papá iba de vez en cuando, ya que él estaba en el rancho. Como hermanos crecimos muy unidos apoyándonos y cuando alguno tenía un problema, pues entre todos a sacarlo adelante, y hasta la fecha, he visto que algunos de los hermanos se pelean y entre nosotros no, vemos la manera de apoyarnos”, explica.

Ese es un tipo de familia, en el que mandaba era mi abuela, mi papá que iba de vez en cuando y mi abuelo. Además vivía con todos ellos el hermano de mi abuela, que, recuerda, un viejito jubilado y quería vivir en Guanajuato.

Recuerda que su mamá Liz tenía 82 años cuando se graduó de Medicina y todavía la mujer mayor le hizo una bata de doctora, además de que cuando tuvo a su primer hijo le tejió un gorro, cumplió la función de una madre.

Gisela, quien también es activista de la organización Salud y Género, al venir de una familia diversa, considera que “siempre hemos sido familias diversas, porque antes de que muriera mi mamá, también teníamos bisabuelas, y las tías, y de repente llegaban las primas, éramos familias extensas, en las que convivíamos las primas, las tías, y en realidad nos cuidaban las tías. Pienso que más bien lo anormal era que mamá y papá cuiden a un hijo, para mi eso es anormal, porque en realidad antes nos cuidaban muchas personas y nos socializabamos con todos los primos”.

Esta experiencia marcó la vida de Gisela. Señala que el amor de una abuela es más grande que el de la primera madre, además de que creó un fuerte sentido de comunidad en ella.

Por ello, ahora, como activistas, también se involucra en el tema del cuidado de los adultos mayores. “En mi caso, la autoridad de los adultos mayores ha sido muy grande. Para mi mis abuelos, mis abuelas, en especial esta abuela que nos crió es una autoridad amorosa, muy importante”.

Gisela dice no entender cómo es que actualmente la gente deja en el olvido y abandona a los adultos mayores, que estén en una situación de abandono, por lo que hace falta revalorarlos, además de que los programas asistenciales para la tercera edad deben ser más y mejores.

“El amor es lo que forma las familia”, enfatiza Gisela, quien recuerda una anécdota con su abuela. En alguna ocasión, narra, cuando tenía 14 años de edad, un grupo de jóvenes “melenudos” les llevaron serenata a ella y sus hermanas, y los policías los detuvieron y los llevaron a encerrar, por lo que su abuela acudió con la autoridad, para que sacaran del encierro a los “melenudos”, pues no estaban haciendo nada malo. “Esto es una acción de amor”, agrega.

“A las familias nos une el amor”, agrega Gisela, cuya historia también continuó en este sentido, pues su primer matrimonio duró apenas tres años, y luego se “juntó” con un hombre divorciado que tenía dos hijo. Ella tenía uno.

“Entonces eran sus hijos, mi hijo y luego tuvimos nuestro hijo, entonces juntos teníamos cuatro hijos. Somos una familia, los cuatro hijos son igualmente queridos y valiosos. Lo que una a las familias es el amor”, puntualiza.

Otra realidad a 705 kilómetros. Nadia Garza y su esposa, Jennifer Aguayo, se convirtieron en madres hace 10 meses, cuando nacieron Fernanda y Lilith, luego de dos años de intentar con procesos de fertilización. Ahora son madres de dos niñas, a quienes quieren educar en el respeto y aceptación de todas las formas de ser.

No ha sido fácil, pues tienen que lidiar con discriminación en centros deportivos y en dependencias de gobierno, cuando intentan hacer un trámite ante el gobierno. Señala que se tiene que educar a la gente en el respeto a las diferentes familias que existen en la sociedad actual.

Nadia y Jennifer cumplieron el pasado 4 de marzo seis años de matrimonio, y fue hasta hace más de dos años cuando decidieron intentar convertirse en madres y formar una familia.

Dice que ellos no tuvieron ningún problema para registrar ante la autoridad a sus hijas, pues tenían como antecedente con la autoridad, con la cual tuvieron en enfrentamiento porque no querían las autoridades de Nuevo León registrar al hijo de una familia diversa.

Antes, en la administración de Jaime Rodríguez Calderón tuvieron diferencias, e incluso estuvieron en plantón afuera del Palacio de Gobierno, porque le negaban el registro a ese menor.

“Pudimos lograr el registro (de sus hijas) porque habíamos logrado el registro de menores en el gobierno de Rodrigo Medina. Llevábamos seis menores registrados, pero llegó el siguiente gobernador y dijo que ni uno más”, asevera.

Esta intolerancia gubernamental también se ve reflejada en la cerrazón de la sociedad regiomontana, apunta Nadia, quien agrega que han tenido que batallar mucho y toparse con prejuicios que se pensaban superados.

Pone como ejemplo un caso en días pasados, cuando acompañaron a una pareja de mujeres que querían registrara su hija recién nacida, y en el Registro Civil, la mujer encargada del trámite les dijo que la madre que no estuvo embarazada es quien debe de dar el primer apellido al bebé.

“Se supone que es una lucha ya ganada, que nuestras familias puedan elegir libremente el orden de los apellidos, pero ellos (en el Registro Civil) no lo entienden. Dicen que si la que parió es como la mujer, la que no parió debe de ir primero. En su cabecita tan chiquita, se sigue dando esa forma tan cerrada de querer ver las cosas”, explica.

Apunta que en el día a día, su familia les brinda todo el apoyo a su familia, pero la familia de su esposa no, y como ellas viven de manera libre lo que son, los demás, quienes no aceptan su realidad y su libertad de decidir a quien amar, deciden alejarse de ellas.

“Nosotros interactuamos como familia que somos, como pareja. Algunos vecinos no dan ni el saludo, y no pasa nada. Y la gente que se nos acerca y nos saluda, nos acepta y nos reconoce como lo que somos: una familia, es mi esposa, son nuestras hijas, pero sin cuestionamientos incómodos”, puntualiza.

Añade que desde las escuelas se debe de luchar contra los prejuicios, “se debe de cambiar ese chip”, pues si los niños crecen pensando y viendo que hay diferentes familias, distintos tipos de pensamiento y de ser como se quiera, los menores van a crecer libres.

Al final, agrega, ellas han crecido libres, pero con miedo y discriminación, que han llevado a la muerte a muchos jóvenes que sentían que no encajaban en lo que la sociedad considera como “normal”.

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