El primer reto: vencer a la cama. Había que estar antes de la 7:00 horas en el estadio Corregidora para tomar la partida de la carrera más importante del año en el estado, el Rock&Roll Maratón Querétaro.

El clima queretano, de fresco a frío de la mañana, impidió que familias enteras se dieran cita en las calles para apoyar a los corredores.

Sin importar la distancia, los corredores parten. El primer paso es el más difícil. Los primeros kilómetros son sencillos, se corre a buen ritmo, se levantan las piernas, se corre con estilo, “para la foto”.

Primero largan los de 10 kilómetros. Minutos después los corredores del medio maratón y maratón. En las gradas del estadio Corregidora se ven a pocas personas a esa hora de la mañana, aunque poco a poco se van poblando, conforme avanza la mañana.

Una hora después de la salida, se comienzan a ver a los primeros corredores, los de 10 kilómetros, que comienzan a llegar al estadio.

En las gradas y los alrededores abundan los vendedores de vasos de fruta, jugos, aguas frescas, los nutritivos pero también calóricos tamales y atoles, gorditas y frituras. Se trata de aprovechar la presencia de las personas que acuden al maratón a apoyar a sus familiares y amigos.

En el estadio se hacen las últimas pruebas de sonido para que la banda mexicana Kinky suba al escenario y abra el concierto en el estadio mundialista. En la ruta, los corredores comienzan a llegar. Los primeros lugares del medio maratón llegan a la meta, kenianos tenían que ser.

Los corredores locales también llegan. Muchos con las últimas fuerzas que les quedan en el cuerpo, con el último aliento. Son motivados por la gente, que les grita porras y los anima a seguir adelante. Muchos agradecen con una sonrisa y chocan la mano de quienes los arenga a seguir. “Ánimo. Son los últimos metros”. “Venga, sí se puede”. “Vamos, sigan, sigan”, se puede escuchar de quienes apoyan a los corredores que sacan fuerza de flaqueza.

Algunos trotan. Otros caminan. Unos más piden agua y bebidas hidratantes. Algunos más comen una barra energética para los últimos cientos de metros que, por cierto, son cuesta arriba, para llegar al Corregidora.

Los aplausos se los llevan los participantes en silla de ruedas. Lo importante es llegar, es vencerse a uno mismo. También aplauden a los corredores invidentes, quienes con sus guías corren por las calles queretanas.

El cansancio se puede ver en sus rostros. Respiran por la boca, su mirada se fija en un punto en el horizonte. Sólo ellos saben qué pasa por su mente. No importa la complexión física o sí mejoran sus tiempos o imponen récords. Lo esencial es terminar la carrera y poder contarlo. Algunas corredores avanzan empujando las carreolas de sus hijos. Se llevan aplausos. Otros más llevan a sus perros, fieles mascotas que con la lengua de fuera avanzan al paso de sus amos, como sus ancestros hace más de 25 mil años.

Una sirena anuncia el paso de los atletas de élite. Abre paso a los corredores profesionales, aquellos que son profesionales y que viven del deporte. Los demás participantes abren paso a los atletas, sabedores que están a otro nivel. Su ritmo, paso y nivel de cansancio sorprende. “Se ven enteros”, comenta una joven que ve el paso de dos corredores kenianos, quienes a pesar del esfuerzo y la subida final al estadio lucen una buena condición física.

La gente se agolpa a las orillas de la ruta. No pueden pasar por las cintas amarillas de “precaución” que limitan a los asistentes, para no estorbar el paso de los corredores, pero desde donde están apoyan y aplauden.

Poco a poco los corredores llegan en bloques mayores. Algunos caen agotados, tras el esfuerzo físico, al que contribuyó el hecho de que los últimos metros son de subida, justo para llegar al estadio por Luis Vega y Monroy y las calles que rodean al coso del Cimatario.

Paramédicos de la Cruz Roja atienden a los corredores acalambrados, o que sienten dolencias extremas en el cuerpo. Algunos caen y son auxiliados por elementos de auxilio, para evitar percances mayores. Los casos más severos son atendidos en dos carpas de la institución. Dentro hay siete camillas, donde reciben primeros auxilios y son revisados para ver sus signos vitales.

El espectáculo sigue. Fobia, grupo de rock que viera sus inicios en los años 80 del siglo pasado sube al escenario y ya todo es fiesta. Los vendedores se apresuran a instalar sus puestos de refrescos y cervezas. El rock se hace presente y los asistentes disfrutan el concierto del maratón, mientras que en la ruta aún hay corredores que tardarán en llegar al estadio.

En la lateral de Bernardo Quintana los corredores apresuran el paso. Ya falta menos para llegar al estadio, convertido ayer en tierra prometida. En el escenario que se instaló en avenida Universidad y Bernardo Quintana un grupo de porristas alientan a los run stars que avanzan un poco más lento.

Los automovilistas con el claxón de sus unidades alientan a los corredores, quienes agradecen el gesto levantando la mano, otros voltean y sonríen a los conductores, quienes tienen que avanzar de manera lenta, pues el tránsito se ve entorpecido por los cierres viales.

Al final, lo que importa es compartir que se corrió, que se vencieron las limitaciones humanas, que se tuvo la fortaleza para sobreponerse al dolor, al cansancio y al “no puedo”. En ese aspecto, todos son ganadores.

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