“Nosotros, por ser ciegos o débiles visuales, no crean que no nos tocan [los delincuentes], al contrario, siento que al vernos con un bastón nos ven mucho más vulnerables y son muchos de los temores de las personas con discapacidad”, afirma María Refugio Cristerna, débil visual oriunda de Zacatecas y quien radica desde hace 10 años en el estado de Querétaro.

Vestida de negro, maquillada de manera impecable y con tono amable, narra que da clases de activación física, baile y masoterapia en la Escuela para Ciegos y Débiles Visuales.

Comenta que su discapacidad fue adquirida, pues de manera paulatina empezó a perder la visión, por lo que tuvo que pedir la ayuda de esta institución, donde pudo llevar a cabo rehabilitación y le brindaron una nueva perspectiva de su vida como discapacitada.

Señala que hace 15 años comenzó a perder la visión, pérdidas mínimas, pero progresivas, que fueron quitándole la nitidez a sus ojos; es un proceso largo para perder la visión, dice.

“Estaba estudiando una carrera universitaria, pero por mi misma situación, de repente me desubicó. Después me capacité como contador privado y ejercí, pero como se vino todavía más pérdida y empecé a necesitar que mis jefes me apoyaran para asistir a mi atención médica y no lo hacían, tuve que renunciar al trabajo”.

María juega con sus bastón, que no para de moverse en sus manos, mientras que mantiene en su regazo su bolso… la precaución ante todo. Precisa que tuvo que tomar un tratamiento para que su enfermedad, una renopatía no avanzara tan rápido, pues uno de sus compañeros, con ese mismo padecimiento, perdió totalmente la vista en dos meses.

El tratamiento requería de atención médica continua, que sus jefes no estaban dispuestos a proporcionarle, por lo que renunció a su empleo y luego comenzar con su rehabilitación. “Tuve que asumir que tenía una nueva condición de vida, como persona discapacitada”, enfatiza.

Apunta que buscó apoyo en otros estados, quería encontrar un lugar donde se integrara a la rehabilitación y que le quedarán cerca para ver a su familia; fue en Querétaro donde las condiciones eran aceptables.

Explica que en San Luis Potosí tuvo problemas, pues la gente le quería decir cómo vestirse por su propia condición de débil visual, lo que no le pareció, además de limitarla al decirle que no podía salir y llevar una vida normal.

En Zacatecas, recuerda, había una asociación, y la escuela la manejaba un patronato de señoras ricas, que un día decidieron que ese “pasatiempo” ya les había aburrido y dejaron la institución a la deriva, por lo que no sabía dónde integrarse, hasta que alguien le platicó del espacio en Querétaro.

Subraya que empezó a prepararse, terminando su diplomado como masoterapéuta, además de formar su grupo de activación física para adultos mayores y gente que tenía discapacidad visual u otras problemáticas de salud, como diabetes, hipertensión o problemas cardiacos.

“Para mí fue, aparte de un trabajo y de sentirme activa, saber que había encontrado una misión en mi vida, en servicio a lo demás, y así es como he salido adelante. Este tipo de instituciones no existen en todos los estados, nos dejan a la deriva a los discapacitados”, dice.

Subraya que la escuela, como a ella, le abre las puertas a personas ciegas o débiles visuales que vienen de otros estados del país, y los apoya como a los queretanos.

Sin embargo, apunta que no todo es miel sobre hojuelas en la entidad, pues la adaptación a la sociedad, con los problemas de seguridad que se viven, se vuelve complicada.

“Si la gente que ve no quiere ni comunicarse con sus vecinos, ahora con uno, con mucha más razón, se encierran en sus casas y ha sido difícil, pero, además, siempre he dicho, en mi condición, la verdad, no soy muy confiada, a lo mejor como una manera de autoprotegerme, pero sí tengo un par de vecinas que sí son buenas personas, me ayudan a tomar la ruta, si algo se me ofrece, pero en general veo a la sociedad se ha ido enconchando en sí misma, las personas no socializan, no se comunican”, asevera.

Agrega que a tal grado ha llegado la delincuencia que afuera de la misma escuela, en la calle 15 de Mayo del barrio de La Cruz, han sufrido asaltos.

“En la esquina [de 15 de Mayo y Gutiérrez Nájera] les dicen: Te ayudó a llegar a la escuela. Les dicen que sí. Y llegando aquí se buscan el celular, su monedero y ya no los traen. Ha habido compañeros que están hablando con su teléfono afuera [en la calle] pasa la persona y se los arrebata”, acota.

Subraya que muchos de sus compañeros salen con temor con su bastón a la calle, porque su mismo instrumento de apoyo los pone en evidencia de que son más vulnerables que otras personas; sin embargo, dicen que el miedo no los va a vencer.

Recalca que buscan la sensibilización de la población, para que si los ven en la calle los apoyen para cruzar la calle, que les puedan guiar, por ejemplo, cuando les ceden el paso los conductores, pues con el claxon y haciendo señas, naturalmente no los ven.

Asevera que incluso a ella, que toma a diario transporte público, los choferes que ya la ubican no son capaces de decirle desde arriba de la unidad de qué ruta son o si es la ruta que debe de tomar.

La mujer se retira a su taller, sus actividades la llaman, además tiene su espacio en la escuela para brindar masajes a sus pacientes, y tiene que hacer labor en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), donde brinda masajes anti estrés. María Refugio sigue con su rutina.

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