Consuelo Rosillo Garfias, magistrada presidente del Tribunal Superior de Justicia del estado de Querétaro, presentó su informe de actividades, presumiendo con bombo y platillo el nuevo sistema penal acusatorio que busca agilizar la procuración e impartición de justicia en el estado, dando cabal respuesta a las demandas ciudadanas de inmediatez en la atención y fin a la impunidad. Aprovechó la ocasión para hablar de los nuevos juzgados penales y los recursos invertidos en este nuevo sistema.
Sin embargo, para poder alcanzar los ideales de justicia pronta y expedita, los ciudadanos debemos iniciar nuestra odisea acudiendo ante el Ministerio Público. Ahí después de horas de espera, se inicia una averiguación previa y, cuando está bien elementada, culmina, en el mejor de los casos, con su consignación ante un juzgado penal. Siendo este eslabón inicial el más débil de toda la cadena de impartición de justicia.
Tomemos el caso de Lourdes, su historia no es ajena a la de miles de mujeres. Ella tenía una hija que se enamoró de un muchacho poco recomendable, pues no trabajaba, además de ser pandillero y drogadicto. Como sucede con muchas chicas, desoyó el consejo materno y se fue a vivir con el novio a casa de los padres de éste, y como pasa con muchas jovencitas, la violencia no tardó en llegar. Pero para la hija de Lourdes llegó con el agravante de que el novio la obligó a prostituirse con el fin de conseguir dinero para droga, golpeándola salvajemente si no lo conseguía; le escatimaba el alimento, espiándola constantemente a fin de que no le contara a nadie la violencia en que vivía. Tuvieron una hija. Desafortunadamente, producto de las golpizas recibidas y la falta de alimento, la chica murió a los 21 años.
Cuando conocí a Lourdes, su hija tenía sólo unos días de fallecida. Había acudido a la agencia del Ministerio Público para denunciar los hechos, pero en la agencia IV no quisieron ayudarla. Me presenté después ante esa agencia ya como su abogada, logrando que se le concediera una cita. La acompañé el día señalado y, a pesar de que iba asesorándola, la funcionaria que nos atendió se veía reacia a levantar la denuncia; displicente, hojeaba los documentos que le presentábamos, siempre con un aire de superioridad, como si fuésemos bichos indignos de estar frente a ella. Me queda claro que la justicia sólo se alcanza si se tienen recursos, un abogado o buenas palancas, pero si se es “Juana de la calle”, difícilmente se logrará algo.
Mientras, en ese cubículo pequeño frente a nosotras, una mujer acompañada de su hija declaraba los horrores sufridos tras la violación de su pequeña. La mujer se veía deshecha e impotente por lo sucedido, suplicando que quedaran bien establecidos los pormenores de la historia en la averiguación previa. Después, me comentó que era la segunda vez que acudía a esa agencia, pues la consignación había estado mal hecha, por lo que el agresor de su hija seguía en libertad.
Mientras vivía el dolor de esas dos madres, me percaté de cómo se violenta el respeto a la intimidad de los ofendidos cuando hay alguien más, totalmente ajeno a las tragedias, escuchando sus narraciones. En tanto, las funcionarias de la agencia, impertérritas, sin quitar la vista del ordenador, formulaban preguntas en un lenguaje indescifrable para el común de los mortales.
¿Será tan difícil ponerse en el lugar de las víctimas y dejar de defender los derechos de los victimarios?
Analista polí