“¿Y ahora qué nos toca a hacer?”, me preguntaba angustiado El Tony, amigo mío desde la adolescencia cuando nos conocimos en el pueblo y luego nos reencontramos en Querétaro. Era la mañana del 3 de julio de 2006. No había ni whatsapp ni hashtags. Nos comunicábamos a través de simples llamadas telefónicas, un arte hoy perdido.
“Oye, iba rumbo a la chamba, acabo de pasar por Constituyentes y hay un bato agite y agite como loco su bandera de AMLO, vamos ganando ¿y ahora qué nos toca hacer?”, volvió a preguntar con la angustia del que cree que va a ganar una batalla que creía perdida.
Ante lo cerrado del resultado, el árbitro electoral se había declarado incompetente para informar con certeza el ganador la noche del 2 de julio. El presidente Vicente Tepocatas Fox había emitido un mensaje y Televisa a través de un falso Cantinflas le exigía a un Andrés Manuel López Obrador caricaturizado que se rindiera aunque perdiera por un solo voto.
Si el árbitro callaba y Televisa y el presidente Fox exigían la rendición pero en la calle se cantaba el triunfo, entonces significaba que algo no estaba bien.
Tras colgarle, prendí mi hoy obsoleta computadora Gateway. Vi en tiempo real las actualizaciones en línea del conteo del Instituto Federal Electoral (IFE). AMLO y la izquierda mantenía ligera ventaja y así se mantuvo por horas hasta que me fui a dormir. Al despertar, Felipe Calderón, del PAN, rebasaba por apenas medio punto a López Obrador. La sombra del fraude electoral eclipsó al país nuevamente.
Y descubrimos que la peor fragancia es la del desengaño. Apesta. Es amarga. Violenta. Aturde. El Tony estuvo en la asamblea del Zócalo donde se decidió el cierre de Reforma. Yo no estuve de acuerdo en esa medida pero se me hacía inocua comparada con lo que pasaba en París ese mismo año con las protestas juveniles francesas.
Tony siempre me ha reprochado que no me sumé al bloqueo. No estuve de acuerdo entonces ni ahora, pero entiendo la intención política y es de reconocer que fue pacífica. El cierre resultó un juego de niños ante el horror que se adueñó del país con la guerra al narco de Calderón.
Pasaron 12 años y esos recuerdos vinieron a mi mente este 1 de julio cuando a las 8 de la noche se confirmaba que López Obrador era el ganador de las elecciones y las dudas me asaltaron y aproximadamente a las 8:20 la voz se me quiso quebrar al hacer el anuncio en vivo. Y me acordé de esa pregunta de mi amigo: Y ahora, ¿qué sigue?
Intentaré responderla en pocas líneas. De mi parte, que he votado tres veces por AMLO. No he ganado nada para mí ni lo deseo egoístamente. No he votado buscando el beneficio personal sino el beneficio colectivo. Creo que entre mejor estemos todos, mejor nos irá a cada uno en solitario. Creo que es la mejor opción aunque muchos no estén de acuerdo.
Ante el futuro gobierno tendremos que seguir siendo la misma conciencia crítica. México no es el botín de una minoría rapaz, de unos mirreyes sin sentido histórico, de una élite que ofrece pasteles franceses a una multitud hambrienta.
¿Qué sigue? Seguir con el mismo trabajo en sentido crítico. Como dice un noventero adagio neozapatista que escucho cada vez que pongo a Manu Chao: para todos, todo; para nosotros, nada.
¿Utópico? Sí, pero la utopía es la lejanía de ese horizonte que nos permite conocer los límites y saber nuestros alcances. El horizonte siempre es lejano; nuestro destino, corto y gracias a ello podemos medirnos. Un día mi padre me regañó y me dijo: “Tírale a la luna y, si no le atinas, por lo menos le pegarás a las estrellas”. Es una de las mayores lecciones que he recibido en mi vida.
Hoy, estamos ante la puerta de un cambio, pero ese cambio no lo hizo una persona, lo hicimos millones; y eso debemos recordar siempre, debemos seguir exigiendo. Solo así cambiaremos a este país.