Carlos Monsiváis decía que “la apuesta por la transformación política encuentra su mayor aliado en el campo de lo cultural. Si no se da la batalla cultural se puede perder la batalla política.”
El próximo presidente de México lo entendió. Y nombró para encabezar el proceso de transición de las instituciones que tiene el gobierno federal en esta materia, a una mujerona con experiencia y conocimiento, mentalidad abierta e incluyente y simpatía personal: María Cristina García Cepeda, Maraki.
La chamba que le espera es enorme porque en el sexenio que termina se hicieron muchísimas cosas que se agregaron a las muchas que se habían hecho en las anteriores administraciones. Tendrá entonces que estar al pendiente de mil cosas diferentes: desde el patrimonio prehispánico, colonial y moderno hasta la infraestructura, desde la cultura tradicional hasta las nuevas maneras de crear, desde las publicaciones hasta la organización de eventos, desde los apoyos económicos a los creadores hasta la puesta al día con la tecnología.
Recibir todo eso y darle continuidad es una de sus tareas. Pero no la única. También lo es recoger los muy amplios y diversos intereses y deseos de eso que por comodidad llamamos “la comunidad cultural”, compuesta por grupos y personas de lo más diverso, que además, por decirlo suavemente, son difíciles de complacer, exigentes y arrogantes. Y tendrá que encontrar la manera de incorporar a los consagrados y a los no, a un proyecto amplio de cultura en el que quepan todos quienes en esto trabajan. Por si no fuera suficiente, la tercera tarea consiste en convencer a los próximos gobernantes de la importancia de conceder un presupuesto adecuado al sector. El Conaculta, que aún comanda Consuelo Sáizar, dispuso de más dinero del que habían soñado sus antecesores y ojalá eso se pudiera mantener.
Pero Maraki tiene con qué. Ha estado en el mundo de la cultura desde hace muchos años ocupando cargos de importancia, conoce a fondo las políticas públicas y a las instituciones y personas que tienen qué ver con la cultura y sabe administrar. El Fonca, el Festival Cervantino y recientemente el Auditorio Nacional lo ejemplifican. Éste bajo su batuta pasó a convertirse en el foro de espectáculos más importante de México y uno de los más importantes del mundo (además: ¡autosustentable!, como dice Alejandro Rosas, y ¡limpio!, como digo yo: los baños, el estacionamiento y las taquillas funcionan), en el que su directora mostró que es posible en un país tan complejo y diverso como el nuestro ofrecer cultura para todos los gustos.
García Cepeda no está soltando palabras al aire cuando dice que “la cultura sigue siendo una de las grandes fortalezas del país”, y que “el arte y la cultura son el código de comunicación más claro y eficaz que podemos tener para fortalecer nuestro marco democrático y plural.” Lo cree y lo ha demostrado.
Jared Diamond, profesor de la Universidad de California ha dedicado su vida a entender por qué algunas sociedades tienen éxito y otras decaen, buscando en diferentes localizaciones geográficas del planeta y en distintos momentos históricos las causas y patrones tanto de una como de otra situación, afirma que el éxito o el fracaso están directamente relacionados con las mejores o peores decisiones que toman quienes gobiernan. También lo piensa así David Landes, que en su libro La riqueza y la pobreza de las naciones dice: “A lo largo del tiempo las políticas públicas adecuadas pueden hacer una enorme diferencia.”
En México hemos tenido la suerte de contar siempre con excelentes funcionarios en el ámbito de la cultura, que han comprendido cuál es el papel de una institución que debe ser rectora pero no directora, que está para apoyar y cuidar pero no para crear y que debe estar abierta a escuchar todas las propuestas, todos los caminos, todos los métodos. Maraki forma parte de esa cohorte.
Escritora e investigadora en la UNAM