¿Se puede votar en libertad cuando la violencia decide sobre la vida de las y los candidatos?

El actual proceso electoral ha sido marcado por lamentables hechos de violencia política que van desde amenazas hasta el asesinato de candidatas y candidatos, según lo informado el día de ayer por la Secretaria de Seguridad del Gobierno Federal, Rosa Icela Rodríguez, del 01 de octubre del año pasado al 01 de abril de este año se tiene registro de un total de 15 homicidios a candidatos, 2 con registro ante organismos públicos locales, 5 precandidatos con registro ante partidos y 8 de aspirantes sin registro oficial.

A dos meses de que concluyan, estas elecciones se perfilan como las más violentas de la historia de México, un escenario de miedo, la incertidumbre y la desconfianza que pone en duda la libertad con la que las y los ciudadanos saldremos a votar el próximo 02 de Junio.

Esta ola de violencia no solo arrebata vidas, también destruye los pilares de nuestra democracia, atenta contra la confianza en las instituciones y erosiona los cimientos de la participación cívica y la voluntad popular. Así, el simple acto de votar se convierte en un desafío monumental, donde el miedo y la desconfianza se interponen en el ejercicio pleno de la libertad democrática.

Hasta el momento, la respuesta de las autoridades ha sido la implementación del programa de protección para candidatos, el cual ha atendido 108 solicitudes. Sin embargo, abordar el problema va más allá de la protección física. Resolver el problema de fondo, implicaría reconocer que el crimen controla municipios enteros y define sus decisiones políticas. La impunidad, la corrupción y la polarización polít ica solo terminan por alimentan este ciclo de terror.

La violencia política no puede ser tolerada ni normalizada. Lo que vivimos actualmente es un recordatorio brutal de los peligros que enfrentamos cuando permitimos que la política se convierta en un campo de batalla literal y figurativo. Es hora de una reflexión profunda y colectiva sobre la manera en que concebimos las elecciones y la política en general.

Se nos ha inculcado la idea de que la competencia electoral es un enfrentamiento entre enemigos, donde la victoria implica la derrota del otro a cualquier costo. Esta visión estrecha y polarizadora alimenta un ciclo vicioso de confrontación, odio y división que no solo amenaza la integridad del proceso democrático, sino que también pone en peligro vidas humanas.

Las elecciones no deben ser un campo de batalla. Rechacemos la violencia política en todas sus formas, empezando desde las acciones y espacios de incidencia más sencillos, como los comentarios ofensivos en redes sociales hacia quienes opinan distinto a nosotros.

Un cambio de cultura política no será fácil ni rápido, pero es esencial si queremos construir una sociedad más justa, equitativa y pacífica. Requiere un compromiso colectivo para desafiar los discursos de odio, las narrativas de división y confrontación.

Hagamos de la política un espacio de encuentro y construcción colectiva, una nueva cultura política basada en el respeto mutuo, diálogo y cooperación.

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