El Premio Nobel de Economía 2025 otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, no premia un modelo económico o una fórmula, es más a una mirada a la historia económica que nos muestra como la innovación es el verdadero motor del crecimiento económico y que, cuando esta se detiene, las economías se estancan.

La historia de nuestro mundo ha sido de estancamiento casi todo el tiempo. Este último siglo y medio es la excepción. El progreso ha sido una larga batalla contra intereses, monopolios y estructuras de poder que han visto la innovación como amenaza. La dificultad no ha estado tanto en inventar, sino en lograr que la innovación sea aprovechada y culturalmente adoptada.

El desarrollo tecnológico necesita de un entorno cultural, institucional y político que favorezca la circulación del conocimiento. Sociedades donde se protege la libertad académica, se construyen redes de intercambio de ideas y se premia el pensamiento crítico son las que logran transformar inventos en prosperidad. La historia demuestra que las civilizaciones que apostaron por entornos amigables al conocimiento aceleraron su crecimiento.

En México y América Latina, la situación del sector científico y tecnológico no es alentadora. Mientras el gasto en ciencia, tecnología e innovación en América Latina ronda el 0.5% del PIB, en México apenas alcanza 0.2%, lo que representa menos del 0.7% del presupuesto nacional. Peor aún: el gasto en ciencia y tecnología en 2025 será 18% menor que en 2018, y para 2026, el presupuesto de la Secretaría de Ciencia apenas crecerá 1.5% nominal, menos que la inflación esperada. En términos reales, significa retroceso.

Este reconocimiento llega en un momento más que oportuno. Justo ahora, mientras las y los diputados discuten el Presupuesto de Egresos 2026, se definirá qué lugar ocupará la innovación en las prioridades del país. Mientras el mundo reconoce que la ciencia, la tecnología y la creatividad son los motores reales del desarrollo económico, en México seguimos destinándoles recursos mínimos, como si el crecimiento pudiera sostenerse solo con discursos y buenas intenciones. Lo que Aghion, Howitt y Mokyr nos recuerdan es simple: sin innovación, no habrá crecimiento; sin destrucción creativa, nos quedaremos atrapados en la mediocridad productiva y en un rezago estructural frente a otras economías.

Las ideas necesitan espacio para nacer y libertad para desarrollarse. Sin un entorno que proteja la investigación, la experimentación y el emprendimiento, muchas de las innovaciones que podrían cambiar nuestro país simplemente no existirán. México no necesita discursos sobre innovación, necesita decisiones concretas: inversión real en ciencia y tecnología, instituciones sólidas que garanticen continuidad, y políticas públicas coherentes que impulsen la creatividad y el talento. El crecimiento no es un regalo, se construye, se cuida y se fomenta. Si queremos un futuro competitivo y próspero, hay que financiarlo, protegerlo y dejar que tenga el aire necesario para florecer.

@RubenGaliciaB

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