El pasado 1° de mayo, Día Internacional del Trabajo, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció un ambicioso compromiso: reducir gradualmente la jornada laboral en México hasta alcanzar las 40 horas semanales en 2030. La propuesta, celebrada por sindicatos y aplaudida por algunos empresarios, retoma un anhelo pendiente por muchos años. Pero, más allá de su valor simbólico, nos invita a cuestionarnos si sigue siendo práctico medir el trabajo bajo estos esquemas o si deberíamos, poner nuestra atención en la productividad y el cumplimiento de objetivos.
La jornada de ocho horas, fue planteada hace más de un siglo en buena parte del mundo, concebida para proteger a los trabajadores de la explotación en fábricas y talleres. Su premisa era sencilla: a mayor tiempo en la máquina, mayor remuneración y protección para el obrero. Hoy, sin embargo, esa lógica no se ajusta al nuevo mercado laboral digital que valora la economía de servicios, de conocimiento y de tecnología. ¿Tiene sentido, por ejemplo, contar las horas que dedica un analista de datos en su escritorio si su verdadero valor es la precisión de un algoritmo? ¿O delimitar estrictamente las horas de un desarrollador de software cuando la innovación depende de su flujo creativo?
Los países más avanzados registran jornadas anuales de trabajo muy por debajo de nuestro promedio. De acuerdo con la OCDE, Alemania trabaja 1,343 horas al año, Dinamarca 1,380 y los Países Bajos 1,413. Al mismo tiempo muchas de estas naciones se encuentran también entre las más productivas: Irlanda, Noruega, Luxemburgo, Suiza, Bélgica, Suecia, Austria, Países Bajos y Estados Unidos lideran la productividad por hora trabajada. La evidencia muestra que la eficiencia, la innovación y la motivación son los verdaderos motores del crecimiento.
Reducir la jornada a 40 horas puede mejorar la calidad de vida, favorecer la conciliación y generar empleo al repartir el trabajo. Pero, si no se acompaña de un cambio cultural y organizacional, el riesgo es perpetuar un sistema rígido que priva a las empresas y a los trabajadores de la flexibilidad necesaria en la economía digital. El trabajo remoto, el “coworking”, los horarios flexibles y las metodologías ágiles han demostrado que centrar la medición en resultados es más efectivo. Establecer metas claras, indicadores de desempeño y revisión de proyectos permitirá a México transitar de una cultura de la presencia a una cultura del valor real.
La Reforma Laboral debería ir más allá de la reducción de horas; debe modernizar nuestros esquemas de tiempo en favor de esquemas mixtos. Significa también dotar de formación continua a los trabajadores para elevar su valor en el mercado y fortalecer la seguridad social en esquemas que incluyan licencias por productividad, bonos por objetivos y evaluaciones periódicas.
El camino hacia 2030 no debe consistir en recortar una hora diaria, sino en reinventar el cómo, el cuándo y el por qué trabajamos.
@RubenGaliciaB