En México, hablar de juventudes suele convertirse en una rutina de clichés: “son el futuro”, “la generación del cambio”, “los agentes de transformación”. Pero más allá del discurso, pocos se detienen a mirar con profundidad cómo viven, qué oportunidades tienen y qué tan lejos o cerca están de ejercer plenamente sus derechos. Por eso, la importancia del recién publicado Informe de Desarrollo Humano de las Juventudes en México del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Este documento introduce una herramienta inédita: el Índice de Desarrollo Humano de las Juventudes (IDH-J), una medición robusta y territorializada que permite mirar con lupa las condiciones de vida de las personas jóvenes en tres dimensiones esenciales —salud, educación e ingreso— complementadas por cinco indicadores clave. Y la realidad que revela es incómoda, pero necesaria: las juventudes mexicanas no viven la misma juventud.

El IDH-J muestra con claridad que el desarrollo juvenil en México está atravesado por profundas desigualdades. Hay brechas territoriales, brechas de género que relegan sistemáticamente a las mujeres jóvenes a condiciones más precarias, y brechas socioeconómicas que condenan a millones de jóvenes a una adultez marcada por la incertidumbre. Por ejemplo, mientras algunos jóvenes acceden a empleos formales y a educación superior, otros se ven obligados a abandonar la escuela para trabajar sin derechos, o a vivir en zonas sin acceso digno a salud ni conectividad digital.

El informe también advierte una verdad incómoda para los sistemas de planeación y gobernanza: no hay una sola juventud, sino muchas juventudes, con contextos y trayectorias radicalmente distintas. El desarrollo humano juvenil, nos recuerda el documento, depende del dónde, el quién y el cómo. Es decir, del territorio en que se nace, del género o etnicidad que se tiene, y de la manera en que las políticas públicas inciden (o no) en esas realidades.

Este informe se convierte en una herramienta útil para los tomadores de decisiones en política de juventudes, ya no basta con buenas intenciones o campañas simbólicas. Se requiere voluntad política para diseñar políticas públicas con perspectiva territorial, interseccional y generacional. Y se requiere también la valentía de reconocer que dejar a las juventudes fuera de las decisiones no es solo injusto, es contraproducente.

Invertir en juventudes no es una concesión, es una estrategia de Estado. Porque sin juventudes con oportunidades, sin jóvenes con capacidad de transformar sus entornos, sin condiciones reales para que puedan imaginar y construir el país que quieren, no hay desarrollo posible. Hablar de juventudes es hablar del presente, pero también del modelo de país que estamos dispuestos a defender.

Las juventudes mexicanas están listas para participar, para liderar, para transformar.

@RubenGaliciaB

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