Rubén Galicia

Generación Z

Cuando una generación se pone de pie, lo responsable es escucharla y responderle

Pasada la denominada “marcha de la generación Z” de este sábado, diversas voces cuestionaron su legitimidad. Desde Palacio Nacional, la presidenta Claudia Sheinbaum desestimó la protesta: acusó la participación de grupos violentos, de operadores políticos opositores e incluso de campañas manejadas desde el extranjero. Lo más revelador fue remarcar que “la mayoría no eran jóvenes”. Ese argumento es, quizá, la confirmación de que el gobierno, no están entendiendo lo que realmente está en juego.

Tampoco faltaron quienes dijeron que eran “muy pocos”, que “no eran tan jóvenes”, o que estaban manipulados por políticos opositores. Entre esas críticas, la columna de Viri Ríos en El País, donde se afirma que la generación Z mexicana “parece satisfecha” y que su nivel de confianza institucional es mayor al de generaciones previas.

El problema no es si la Generación Z está satisfecha. El problema es por qué está saliendo. La columna de Viri Ríos sugiere que la generación Z mexicana vive un descontento “moderado”, que la inseguridad no ocupa el centro de su agenda y que muestra una confianza institucional mayor a la de los millennials. Todo esto puede ser estadísticamente correcto en encuestas, pero pierde de vista algo elemental: cuando una generación acostumbrada al desencanto y a la violencia empieza a movilizarse, es porque llegó a su límite.

México no es Chile 2019 ni Nepal 2024, donde la protesta fue un grito explosivo. En México, la precariedad, la desigualdad y la violencia no llegaron de golpe. Se normalizaron.

Pregunten a cualquier joven, millennial o Gen Z, si recuerda una semana sin noticias de desaparecidos, atentados, masacres o cuerpos abandonados en carreteras. La violencia dejó de ser sobresalto.

En ese entorno, decir que “la inseguridad no es central” es malinterpretar la realidad: no está al frente de la conversación porque está debajo de todo.

En lo económico, la generación Z mexicana vive exactamente el mismo dilema que la juventud de casi todos los países: no poder independizarse, no poder pagar una renta, no poder ahorrar, no poder planear un futuro.

No es casual que millones de jóvenes alrededor del mundo estén marchando. No porque quieran “tirar gobiernos”, sino porque no pueden sostenerse dentro de ellos.

Quizá el error más grave de quienes analizan a la generación Z desde la política, desde la academia o desde las encuestas, es asumir que debería comportarse como los jóvenes de décadas anteriores: más estridente, más ideológica, más confrontativa. Esta es una generación distinta.

México no puede darse el lujo de ignorarlos. El gobierno haría bien en escuchar antes que desestimar. Porque cuando una generación que creció en la violencia, en la precariedad y en la incertidumbre decide finalmente tomar espacio público, no es un gesto menor.

No importa si la marcha fue por seguridad, por economía, por identidad o por dignidad. Importa que fue. Y cuando una generación se pone de pie, lo responsable es escucharla.

Lo responsable es responderle antes de que, como ya ocurrió en otras latitudes, la distancia entre el Estado y sus jóvenes se vuelva irreversible.

@RubenGaliciaB

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