El Grito de Independencia es, quizá, uno de los rituales políticos más cargado de símbolos en la vida pública mexicana. No se trata únicamente de conmemorar la noche de 1810, sino de un escenario estratégico donde cada presidente, y ahora presidenta, decide imprimir su sello, subrayar prioridades y, al mismo tiempo, construir una narrativa de nación. Lo que se dice y lo que se omite, a quién se nombra y a quién no, son claves del discurso que, más allá de la ceremonia, trasciende como un mensaje político.

Vicente Fox abrió la puerta a las reinterpretaciones cuando incluyó a Leona Vicario, Felipe Calderón destacando las celebraciones del bicentenario, Enrique Peña Nieto incorporó un mensaje de solidaridad para Oaxaca y Chiapas tras los sismos y Andrés Manuel López Obrador rompió moldes con sus “¡muera!”: a la corrupción, al clasismo, al racismo, alineando la celebración con su agenda política.

Este año Claudia Sheinbaum tuvo ante sí un doble desafío: ser la primera mujer en encabezar la ceremonia y marcar la diferencia frente a sus antecesores. El suyo fue un discurso de reivindicación histórica y de ampliación simbólica. Al gritar “¡vivan las heroínas anónimas!”, Sheinbaum no solo reconoció a figuras históricas como Josefa Ortiz, Leona Vicario o Gertrudis Bocanegra, también abrió espacio a aquellas que no aparecen en los libros de historia. Esa apelación a lo invisible, a las mujeres indígenas, a las migrantes, fue una manera de situar su papel en la historia nacional.

En términos de comunicación política, Sheinbaum colocó en el corazón del grito su bandera discursiva más consistente desde el 1 de octubre: “no llegué sola”. La lista de vivas fue un gesto político más que protocolo. Sheinbaum apostó por un tono inclusivo y aspiracional, menos de ruptura y más de integración.

Y sin duda lo que más llamó la atención fue la manera en que nombró a la heroína insurgente: Josefa Ortiz Téllez-Girón. La omisión del tradicional “de Domínguez” fue un un gesto político y simbólico, en un país donde el apellido del esposo ha sido históricamente impuesto como parte de la identidad femenina, Claudia Sheinbaum decidió pronunciar a Josefa desde su propio linaje, desligándola de la posesión marital. Fue, en los hechos, un poderoso mensaje feminista: las mujeres no son “de”, no pertenecen a nadie, son de ellas mismas. En esa breve pero contundente decisión se condensa quizá la mayor novedad de este primer grito: la independencia entendida no solo como un episodio histórico, sino como un proyecto vigente de emancipación y autonomía que aún se sigue construyendo.

Este primer grito de Sheinbaum muestra que la comunicación presidencial se encuentra en una transición: de un estilo confrontativo a uno que busca legitimidad en la memoria histórica y en el reconocimiento simbólico. Consciente de su papel como primera Presidenta, optó por apropiarse del balcón del Palacio Nacional no para gritar contra alguien, sino para gritar con alguien: con las mujeres, con las olvidadas, con las invisibles.

@RubenGaliciaB

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