Como todos los años, el día de ayer se conmemoró a nivel mundial el Día Internacional de la Juventud, establecido por las Naciones Unidas para reconocer y visibilizar a las juventudes. Sin embargo, mientras celebramos sus acciones y potencial, los datos nos exigen ser honestos y críticos sobre la realidad que enfrentan millones de jóvenes en México. El reciente Informe de Desarrollo Humano de las Juventudes, elaborado por UNFPA y PNUD con apoyo del IMJUVE, INEGI y CONAPO, revela una verdad incómoda: el lugar donde nacemos y crecemos limita drásticamente nuestras posibilidades de prosperar y contribuir a la transformación social.
No tiene sentido exigir a las juventudes que lideren los grandes cambios que necesita nuestro mundo cuando ellas y ellos enfrentan precariedad económica, falta de acceso a educación de calidad, desigualdad de género y una creciente incertidumbre ambiental que limita sus posibilidades de construir un futuro digno.
Pero hoy quiero ir más allá del diagnóstico. Como plantean Alanna Armitage, Representante de UNFPA México, y Silvia Morimoto, Representante Residente del PNUD México, en su columna del día de ayer, las juventudes no solo somos objeto de análisis sino agentes de cambio. Desde nuestras distintas realidades construimos un mundo distinto. En medio de la crisis climática, la fragilidad democrática, las tensiones geopolíticas y las brechas sociales, somos quienes resolvemos el día a día, colaboramos, imaginamos otros destinos posibles.
El mundo actual no nos hace sentido: pensamos distinto a las generaciones que nos precedieron y cargamos una responsabilidad enorme que no provocamos, pero que se nos exige asumir. Se nos pide rescatar un planeta en emergencia, reconstruir relaciones diplomáticas dañadas, sostener economías volátiles y proteger las democracias amenazadas. Sin embargo, lejos de paralizarnos, esta realidad nos impulsa a ser creativos, resilientes y activos protagonistas de nuestro propio futuro.
Las juventudes en México tienen en sus manos no solo el desafío, sino también la gran oportunidad de transformar estructuras y liderar políticas que respondan a sus necesidades reales. La diversidad de voces, contextos y experiencias es una fortaleza que debe ser reconocida e incorporada en todos los ámbitos de la toma de decisiones.
Por eso, hoy las agendas, los debates y los cuestionamientos más importantes deben pasar por las juventudes. Desde la negociación de aranceles entre países hasta los proyectos de infraestructura hídrica, son las y los jóvenes quienes deben investigar, alzar la voz y decidir. Al fin, seremos nosotros quienes estaremos aquí los próximos años y las decisiones que tomemos serán nuestras. La verdadera apuesta es reconocernos como actores clave y garantizar que nuestras voces sean escuchadas y respetadas. Solo así, construyendo desde el presente, podremos avanzar hacia un futuro inclusivo, justo y sostenible para todos.
@RubenGaliciaB