Cada 9 de diciembre, desde 2003, a nivel internacional se conmemora el Dia en Contra la Corrupción #AntiCorruptionDay. La ONU estima que, cada año, se paga un billón de dólares en sobornos y se roban 2.6 billones en corrupción, equivalente a poco más del 5% del PIB mundial. Esta pérdida financiera es tan masiva que los países en desarrollo pierden diez veces más dinero por corrupción que lo que reciben en asistencia oficial para el desarrollo.

Pero más allá de las cifras, está el daño invisible que genera este fenómeno. La corrupción no se mide solo en dólares perdidos, también lo hace en destinos y sueños interrumpidos principalmente para las y los jóvenes. La corrupción se traduce en escuelas que no se construyeron, hospitales sin medicinas, carreteras que se llenan de baches a cada rato, programas que nunca llegan a quienes más los necesitan.

Los datos más recientes del INEGI confirman que la corrupción en México no se ha terminado, y sigue siendo una lamentable estadística: 45.2% de las personas mayores de 18 años en zonas urbanas fueron víctimas de corrupción en el primer semestre de este año.

Entre enero y junio de 2025, 8.9% de quienes hicieron trámites o pagos gubernamentales enfrentaron algún acto corrupto.

En 2023, se iniciaron 40,145 investigaciones por presuntas faltas administrativas en el ámbito federal, equivalente a 24.8 por cada mil servidores públicos, en este mismo periodo, 2,341 funcionarios federales fueron sancionados, 14.4 por cada 10 mil.

169,769 empresas reportaron ser víctimas de corrupción, el 3.5%, con un aumento respecto a 2021. Y lo más revelador: en el Índice de Percepción de la Corrupción 2024, México cayó al lugar 140 de 180, con 26 puntos de 100, cinco menos que el año pasado.

Sí, la responsabilidad de los gobiernos es enorme. Pero también necesita un contrapeso social y allí es donde las y los jóvenes tienen un rol decisivo. Pueden (y deben) ser la generación que se niegue a normalizar la corrupción.

¿Qué podemos hacer? Acciones simples, concretas y en algunos casos incómodas:

No pagar sobornos, por pequeños que parezcan.

Documentar y denunciar irregularidades, incluso si la denuncia parece mínima.

Exigir transparencia en obras, programas y presupuestos.

Participar en contralorías ciudadanas, consejos de participación y comités vecinales.

Exponer y debatir, sin miedo, los casos de corrupción en nuestros círculos cercanos, comunidades, oficinas y escuelas.

Decir que no cuando alguien nos invita a ser parte “del atajo”.

No es casualidad que Naciones Unidas insista: los jóvenes son clave. Porque tienen la capacidad de romper patrones que generaciones anteriores normalizaron. Y porque tienen algo que ningún sistema corrupto puede permitirse perder: futuro.

En un país donde la corrupción se ha vuelto la norma, levantar la voz es un acto profundamente valiente. Negarse a normalizarla es un acto de rebeldía. Denunciarla es un acto de compromiso por la comunidad.

La verdadera lucha contra la corrupción está en hacer lo correcto, especialmente cuando nadie mira.

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