El pasado lunes, España vivió el mayor colapso eléctrico de su historia reciente. En cuestión de minutos, un apagón nacional, también llamado “cero energético” dejó desconectadas a millones de personas a lo largo de la península ibérica. Oficinas evacuadas, trenes detenidos, aeropuertos colapsados, hospitales operando con plantas de emergencia, cajeros automáticos inservibles, comunicaciones caídas y el acceso a internet suspendido.
Según datos reportados por la BBC, más de 35 mil pasajeros quedaron atrapados en trenes, 141 vuelos fueron cancelados entre España y Portugal, y las pérdidas económicas podrían superar los 2,000 millones de euros. El tráfico de datos cayó más de la mitad en cuestión de minutos, y la palabra “apagón” se convirtió en la más buscada del día en Google, con más de cinco millones de consultas en menos de una hora.
Y sin embargo, en medio del colapso digital, lo más básico volvió a ser útil: la llave de metal que abre puertas, la linterna con pilas, la libreta y el lápiz, la radio. Todo aquello que no depende de actualizaciones, de algoritmos ni de servidores. Lo que muchas veces hemos considerado obsoleto se volvió de nuevo esencial.
El apagón expuso una verdad incómoda: vivimos en una tecnoutopía fuera de control. Hemos apostado nuestra vida diaria a lo intangible, la nube, las plataformas, la conectividad permanente. Sin embargo, seguimos habitando un mundo material, vulnerable a fallas técnicas, desastres naturales, ciberataques, sobrecargas y errores humanos. Y es en ese mundo donde el sistema energético de un país adquiere una importancia crítica.
El sistema eléctrico es una red física, compleja, interdependiente y altamente sensible. Su operación exige inversiones constantes y conocimiento técnico de la más alta especialización: ingenieros eléctricos, especialistas en ciberseguridad, expertos en planificación energética, operadores en tiempo real. Un error de cálculo, una infraestructura obsoleta o una decisión política sin datos puede desencadenar un colapso con efectos en cascada.
Lo sucedido en España debe servir de advertencia para países como México. Nuestra infraestructura eléctrica enfrenta importantes desafíos: generación centralizada, plantas vulnerables a interrupciones, redes regionales deterioradas y una transición energética estancada por disputas ideológicas más que por evaluaciones técnicas. A esto se suma una falta preocupante de inversión en mantenimiento, protocolos de emergencia y sistemas de respaldo.
No se trata solo de evitar apagones. Se trata de comprender que el sistema eléctrico es una infraestructura de seguridad nacional. De que la electricidad es un bien público estratégico. Y que garantizar su estabilidad requiere decisiones informadas, una visión de largo plazo y una voluntad política capaz de superar las inercias del.
Lo que ocurrió en la península ibérica es una advertencia sobre la fragilidad de nuestras sociedades híperdigitalizadas y al mismo tiempo una llamada a recuperar el valor de lo humano.
@RubenGaliciaB