Este fin de semana el Gobernador del Estado de Querétaro anuncio el decreto por el cual se prohíben los eventos, conciertos y espectáculos en los que se reproduzcan canciones o contenidos que aludan a la violencia, glorifiquen el narcotráfico o hagan apología del delito. El anuncio llega en agosto, mes de la juventud, lo que lo vuelve aún más significativo, pues es en su mayoría este sector quien asiste a este tipo de eventos. Este hecho abre el debate sobre una realidad compleja que no debemos simplificar a concierto e espectáculos públicos.
Un primer dilema esta en cómo se define qué se prohíbe y qué no. La música y el arte que aluden a la violencia no siempre lo hacen para glorificarla; en muchos casos buscan visibilizarla, cuestionarla o protestar contra ella. Son testimonios en clave musical de realidades que forman parte de la vida cotidiana, especialmente de una generación que creció escuchando sobre la “guerra contra el narco” como parte inevitable del vocabulario nacional. Criminalizar estas expresiones de forma general corre el riesgo de silenciar voces que han servido para procesar colectivamente y resignificar el trauma de la violencia.
El segundo punto tiene que ver con la oferta cultural y de recreación para la juventud. No se puede obviar que gran parte del ocio juvenil en México se articula en torno a géneros musicales como los corridos tumbados, el reguetón o el rap, géneros que han generado no solo canciones, sino una industria completa de moda, mercancías y contenidos digitales. Frente a esta realidad, la prohibición sin alternativas puede terminar empujando a los jóvenes hacia espacios menos regulados, en lugar de ofrecerles opciones más seguras y constructivas.
Y no se trata de algo nuevo o único en México, en Medellín, por ejemplo, los programas de cultura urbana transformaron la narrativa de barrios marcados por la violencia, generando espacios de creación en música, grafiti y danza que hoy son referentes globales. En Glasgow, Escocia, se apostó por integrar a los jóvenes en la producción cultural, financiando proyectos comunitarios que alejaron a generaciones enteras del riesgo de caer en economías ilegales.
Los datos en México, de acuerdo con la última encuesta MODECULT 2024 del INEGI, muestran que la asistencia a conciertos supera ampliamente a otras actividades como obras de teatro, exposiciones artísticas o espectáculos de danza. Si en Querétaro queremos que esta medida tenga éxito, no basta solo con el veto; necesitamos abrir puertas a nuevas expresiones culturales, visibilizar las culturas urbanas y construir un ecosistema donde el esparcimiento juvenil no sea sinónimo de estigmatización, sino de oportunidades.
En un contexto nacional atravesado por la violencia, es comprensible que los gobiernos busquen medidas de contención. Pero si el objetivo es proteger a las juventudes, el verdadero reto va mucho más allá de limitar lo que escuchan, sino en crear las condiciones para que tengan más opciones, más espacios y más futuro.
@RubenGaliciaB