Hoy quiero escribir sobre el 12 de diciembre, el Día de la Virgen de Guadalupe, una fecha que en México mueve millones de corazones. Es un día de fe, de celebración, de agradecimiento.

Y para mí, también es el día perfecto para hablar de algo que define mi historia y la de mi familia: Abarrotes La Guadalupana, una empresa queretana que nos ha dado identidad, trabajo, carácter y orgullo.

Porque detrás de cada tienda, de cada precio bajo y de cada bulto cargado, hay una historia que empezó hace décadas, cuando mi abuelo don Chava, recién casado con mi querida Tita, llegó desde Amealco a Querétaro con la idea más sencilla del mundo: trabajar.

Y vaya que trabajaron.

Mi abuelo y mi abuela tuvieron siete hijos —como se acostumbraba en aquellos tiempos—: Salvador, Arturo, Gonzalo (mi papá), Sari, Martha Fernando (QEPD) y Gris.

Todos, absolutamente todos, crecieron en una casa en Lucas Alamán, donde la tienda era parte de la vida diaria. Ahí no existían lujos, pero sí existía algo mucho más valioso: unidad familiar.

Si había que cargar bultos de azúcar, ahí estaban.

Si había que atender a los clientes, ahí estaban.

Si había que cuadrar cuentas, ahí estaban.

Los abarrotes no eran un negocio: eran la escuela de la vida. Ese era el Querétaro de antes.

Un Querétaro donde el Mercado Escobedo era el centro de todo, donde la Central de Abastos —especialmente la Nave J— empezaba a convertirse en el motor comercial del estado, y donde los negocios familiares sostenían a barrios enteros.

Y en medio de todo eso, La Guadalupana se abrió paso.

Sin estrategias sofisticadas.

Sin inversiones gigantes.

Solo con trabajo, disciplina y precios honestos.

Hoy, esa pequeña tienda que nació en un barrio popular es una empresa que tiene presencia en Querétaro, Corregidora, El Marqués y San Juan del Río.

Siete tiendas.

Décadas de esfuerzo.

Y un valor que no cambia: seguimos siendo la opción con los mejores precios y los más bajos de la ciudad, porque así nos enseñaron mis abuelos: a no abusar, a no engañar y a ser justos.

Y aunque hoy lleguen transnacionales enormes —Costco, Superama, Home Depot, Oxxo y todas las demás—, La Guadalupana sigue en pie.

¿La razón? Muy simple: porque lo que está hecho con familia, trabajo y principios no se derrumba fácil.

Mi abuela Tita, que sigue con nosotros, es el corazón de todo esto.

Mis tíos —Salvador y Arturo— y mi papá Gonzalo han dedicado su vida a sostener este negocio y a sostenernos a todos. No hay forma de agradecerles lo suficiente.

Y por eso hoy, 12 de diciembre, mientras miles de familias celebran a la Virgen de Guadalupe, yo también celebro a la otra Guadalupana de mi vida: la que levantó mi familia con sus manos.

La Guadalupana no es solo Abarrote.

Es la historia de que cuando se trabaja en familia, se puede salir adelante. Es la prueba de que los valores de antes todavía funcionan. Y es un recordatorio de que, pase lo que pase, la familia es lo más importante que tenemos.

Y bueno… ya que estamos en temporada: si vas a comprar bacalao, recuerda que en La Guadalupana tenemos el precio más bajo de Querétaro.

Pero más allá de eso, recuerda algo todavía más valioso: en estas fechas, lo que realmente importa es estar con los tuyos. Feliz 12 de diciembre.

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