El pasado 31 de julio, fue liberado Israel Vallarta presunto líder de una banda de secuestradores denominada Los Zodiacos; vale decir que Vallarta estuvo preso alrededor de dos décadas sin ser sentenciado, sin embargo, este acontecimiento ha agravado la violencia verbal entre la clase política del país.
La expansión del virus de la ira ha desvirtuado toda noción moral de la política y ha derivado en una confrontación de sensibilidades con un afán netamente destructivo entre las principales fuerzas antagónicas. Por ejemplo, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, interpeló al saliente poder judicial por su deshonestidad y negligencia en el manejo del caso Vallarta.
En este sentido, Sheinbaum aprovecha la coyuntura para dar la puntilla final al viejo ámbito judicial, para dar paso al entrante poder judicial el primero de septiembre. En contraparte, la excandidata presidencial Xóchitl Gálvez, aprovechando los medios convencionales, en su estilo personal, cuestionó al gobierno dominante de abuso de poder y denunció el caso Vallarta para tapar la corrupción política de funcionarios del gobierno. Y cuestiona ¿Por qué no se libera a mi hermana acusada de secuestro?, obviamente, los discursos de ambas personalidades contienen una buena dosis de emocionalidad.
En consecuencia, el resto de la clase política intercambia fuego cruzado de agresiones explosivas y altisonantes. Las ideas para un debate próspero brillan por su ausencia.
Desafortunadamente, en el paisaje político se observa un alejamiento del acto de pensar, a este propósito la filósofa alemana Hannah Arendt definía el pensar como una operación de empatía y diálogo interior con el objeto de intentar resolver conflictos morales. Ojalá la sociedad política recuperara, al menos, el pensamiento de sentido común para contactarse con la cotidianeidad. Hoy día, contemplamos la relación ego-alter desde las descargas de ira usualmente destructivas donde la misión es lastimar, descalificar y estigmatizar a cualquier costo. La política se ha convertido en el ámbito de las futilezas, por lo que la sociedad en su conjunto requiere de una nueva inteligencia, de una nueva intelectualidad para cuajar un nuevo pensamiento ético y crítico.
Desde luego, Querétaro no está exento de lo antes descrito. El rumor sin fundamento, la incapacidad para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto junto con la poca voluntad para la tolerancia estimula la cultura del odio. Si bien es cierto, la política es del dominio de la plaza pública y en ese espacio se privilegia la libertad de opinión, no significa explicar de manera imprudente un hecho social o político el cual se desconoce. Existen prerrequisitos éticos y de rigor para abordar un hecho, por lo tanto, disponer de las redes sociales así como de los medios de masas convencionales para denostar a alguien por gusto o por consigna, es contribuir a la cultura del odio, no es digno sumar a las audiencias explotando la ira y la frivolidad. Ya Querétaro está inscrito en la sociedad digital, las nuevas normas morales tocan a la puerta, por tanto, recuperar el diálogo y la mirada con los otros es lo más relevante.